Daniel Samper Pizano
Mientras la inmensa mayoría del mundo observa con pavor las batallas sangrientas en el Oriente Medio y Ucrania, un pequeño grupo festeja en secreto las conflagraciones como si fuera una navidad anticipada. No nos engañemos: estas guerras tienen ávidos partidarios, en particular los fabricantes y mercaderes de armas. Casi todos nos horrorizamos con el misil que provocó la muerte de 400 o 500 palestinos. Pero en algún lugar alguien recibe felicitaciones por haber logrado fabricar una bomba capaz de causar tan formidable carnicería sin dejar más que un pequeño cráter. En muchos talleres hay ingenieros y militares que estudian el comportamiento en campo real de los drones, maravilloso invento que cada vez se adecua más para pulverizar al enemigo.
Drones, misiles antidrones y antimisiles modelo 2023 son un aporte apocalíptico de la ciencia y la tecnología. Pero hay otro invento genial que se ha convertido en herramienta de confusión y destrucción de la humanidad: los trinos, esos mensajes de comunicación instantánea en redes masivas que hizo populares Twitter y ahora, bajo la marca X, pertenecen al ególatra y plutócrata Elon Musk. Estas redes, maravillosas desde muchos puntos de vista, han sido convertidas en vehículos de odio, discriminación, embustes y, como si su peligro fuera poco, tentación permanente de lenguaraces. Son innumerables los enredos, enfrentamientos, metidas de pata y errores que ocurren a diario por culpa de estos microrrecados que desestimulan la contención y el silencio y se abren a las reacciones más inmediatas, primarias, emotivas e irreflexivas.
Se trata de una enfermedad que yo denominaría eyaculación verbal precoz: hablar antes de pensar. Cuando esto ocurre entre chismosos, acaban sacándose los cueros al sol. Pero cuando sucede entre líderes puede provocar consecuencias lamentables, entre otras razones porque el reverso o la matización que a menudo siguen al desborde no pasan de ser esparadrapo en las heridas profundas que abrió la precipitación.
Antes de que el viernes hicieran presencialmente las paces, los colombianos asistimos en los últimos días a la balacera de trinos X que dispararon el presidente Gustavo Petro, el embajador de Israel y el canciller Álvaro Leyva. El primero comparó de manera absurda el tratamiento que da Israel a Palestina con los campos nazis de concentración; el segundo criticó que Petro no condenara el atroz ataque terrorista contra ciudadanos israelíes; y el tercero se calzó los guantes de boxeo y subió el ring para defender a su jefe, hasta afirmar, con ditirambo casi cómico, que “la historia de la diplomacia universal consignará como hito la patanería insensata” del embajador Gali Dagan.
Petro tenía razón al comentar la postración palestina, pero cometió una falta grave adicional al no repudiar el terrorismo de Hamás; el embajador incurrió en una grosería indigna de un diplomático al atacar al presidente anfitrión en el patio público de las redes sociales; en lo que hace a Leyva, se pasó de lisonjas a su jefe y ni siquiera supimos si estaba echando o no al mal educado Dagan, aunque le mostró la puerta de salida (“Mínimo, pedir excusas e irse”).
La vergonzosa pelea se habría evitado si hubieran acudido a los mecanismos serenos y sosegados de la diplomacia y no a la red X. Y si, en vez de escribir febrilmente con las tripas, hubiesen concertado una cita de despacho o sopesado un texto formal aprobado por alguien que sepa escribir. Pues otro de los problemas de la eyaculación verbal precoz es que expulsa reacciones sin digerir y retrata ciertas carencias del autor. En el mensaje de Petro, por ejemplo, la falta de concordancia, las cojeras del lenguaje inclusivo (unas veces lo emplea y otras no) y la inesperada alusión a situaciones del pasado que no encajan en el libreto denuncian la necesidad de repasar la gramática de bachillerato y ojalá alguito de la historia.
Costosos asesores de comunicación sostienen que la efusión constante de trinos visibiliza a los autores. Lo interesante es que también expone su ignorancia y magnifica sus defectos. Como son pocos los políticos que utilizan las redes con cautela y contención, el mundo de los mensajes es un campo minado. Buena parte del periodismo, por desgracia, se ha contagiado y su mayor preocupación no son la verdad y la comunicación eficaz, sino los likes. El modelo ha dejado de ser aquel que ofrezca pronto y bien la más veraz información posible; lo reemplaza el que más infle los titulares y mejor engañe con argucias al receptor para retenerlo. Así, cada vez son más los escritos que esconden hasta el último párrafo la pepa de la noticia y se precian de mantener en vilo al desesperado lector. A este timo lo denominan en español ciberanzuelo (traducido del inglés, click bait).
Un universo efímero y trivial es el indicado para criar a bestias aparatosas como Donald Trump, Jair Bolsonaro, Boris Johnson, Vladimir Putin o, más modestamente, Álvaro Uribe y Rodolfo Hernández. Los populistas no necesitan reflexión. Lo suyo es chapotear en los pozos del ruido, la calumnia, la emoción y el escándalo. En esas charcas engordan los líderes de la posverdad. Los conductores paradigmáticos, en cambio, han escaseado siempre. Un escritor español examinó hace poco la historia de su país en busca de un “hombre excepcional” por su rectitud y preparación. Tuvo que espulgar más de dos siglos para topar a uno: Gaspar Melchor de Jovellanos (1744-1811). ¿Cuántas décadas tendríamos que retroceder los colombianos?
Muchos lectores me regañan dizque por ser crítico y no propositivo, así que hoy traje una humilde sugerencia para el señor presidente. Esta semana Cecilia Orozco tachó a Petro de “apresurado” y le recomendó “revisar su relación con las redes”. Me sumo al consejo de la columnista de El Espectador y al de otros ciudadanos. Pido al prolífico don Gustavo una severa dieta de trinos. Que sean pocos, pensados y potentes. No más riñas y desgastes baladíes. No + X.
Más vale pájaros presenciales que trinos volando en las redes: el embajador Dagan, Petro y Leyva.