Los Danieles. Muerte a los viejos

Daniel Samper Pizano

Daniel Samper Pizano

Una de las escenas más despiadadas de la guerra de Israel contra el pueblo palestino en Gaza se vio hace algunas semanas en una grabación de los militares invasores. En ella aparece un recluta israelí que se jacta de haber dado muerte a un indefenso anciano gazatí. Se trataba, al parecer, de un sordo que no oyó las voces y ruidos que anunciaban peligro y cayó abaleado por el soldado al que vimos festejar la hazaña con sus compañeros.

Los casos de viejos fallecidos en Gaza se multiplican en silencio. Entre los más de 36.000 muertos que reconocen las estadísticas se destacan 13.800 niños y unos 2.000 mayores de 60 años. Pero las cifras no tienen nombres ni rostros. Quizá nunca sabremos cómo se llamaba aquel sordo que recibió el tiro israelí. Otras víctimas quizás sienten envidia de su instantánea defunción. Hablo de 110.000 gazatíes de más de sesenta años, que viven en dolorosas condiciones por culpa de la guerra. 

La consigna parecer ser: muerte a los viejos. No los reciben en los hospitales, toda vez que ya prácticamente no quedan hospitales; siendo civiles, los bombardean los ejércitos de ese criminal de guerra llamado Benjamin Netanyahu. Más del 80 por ciento necesitan asistencia médica y fármacos. Faltan médicos, pues muchos perecieron. Fármacos no llegan, porque Israel controla el acceso de comida y medicinas a Gaza. Cuando algunos cargamentos —de insulina, por ejemplo— logran pasar los retenes, los reciben en centros de salud sin electricidad ni condiciones adecuadas de almacenamiento. 

La ONG HelpAge International indica que el 97 por ciento de la población mayor gazatí sufre enfermedades que exigen tratamiento y casi la mitad dependen enteramente de la familia. Sin embargo, también los núcleos familiares han padecido cuantiosas pérdidas humanas. El portal Relief Web relata que un hombre de 72 años pudo entrar al hospital Kamal Adwan —más tarde destruido por tropas israelíes—, y falleció el 6 de marzo en una cama desnutrido y deshidratado. Esa misma semana murieron otros ocho ancianos en el barrio de Al Sabram por imposibilidad de atención médica. 

Balas y misiles son solo dos de los enemigos de los inermes gazatíes. Los males crónicos, el hambre, la sed, la fatiga y la constante movilidad por peligro de proyectiles también conspiran contra ellos. Hace ocho meses Israel ordenó a la población civil palestina que abandonara la zona norte de Gaza, porque se proponía arrasarla, y que se refugiara en Rafah, en el extremo opuesto. Entre los miles de ciudadanos que huyeron al sur a pie o empleando diversos medios no faltaban los nietos que empujaron durante horas las sillas de ruedas de sus abuelos. Hace seis días Israel bombardeó e incendió un centro de desplazados en Rafah. Murieron 45 personas, en su mayoría niños, mujeres y ancianos.

Cuando se trata de gente de edad, todas las calamidades se congregan. La ONG Juzoor contó en el norte de la franja a más de 3.000 hombres y mujeres mayores que viven en carpas, duermen en el suelo o colchonetas, carecen de remedios, agua y comida y tienen problemas para moverse. Sus viviendas están en ruinas y sus haberes no existen. Todo ello, más la pérdida de familiares, hunde a los viejos “en el pesar y la depresión”, advierten los médicos de Juzoor. “Su constante temor por los ataques aéreos los deja mental y emocionalmente desvalidos y angustiados”. Ni siquiera la tradicional solidaridad familiar de los árabes puede superar el desastre social causado por la invasión.

Cuanto se diga sobre los varones se multiplica en las mujeres. Una de ellas, Shifa Salah al-Haj Saleh, indicó a los comunicadores de EuroMed Monitor: “Perdí mi hogar, murieron una de mis hijas y su esposo y tengo que cuidar de otra hija que resultó herida”.

A menudo, pasados los cañonazos de los tanques israelíes, los sobrevivientes salen a buscar y ayudar a parientes y amigos. El País (abril 29 de 2024) recoge la historia de Naifa al Sawada, mujer de 92 años aquejada de demencia senil y en estado terminal. Soldados enemigos asaltaron su vivienda y “obligaron a sus hijos a punta de pistola a marcharse y dejarla sola”. La viejita quedó en el apartamento vacío y falleció en algún momento a fines de marzo. Tan pronto pudieron regresar, sus parientes supusieron que había sido conducida a una clínica y la buscaron por los hospitales sin éxito. Al visitar el apartamento, encontraron sus cenizas.

Acusan a los militares de incendiar el edificio con la anciana dentro.

Durante siglos el pueblo judío fue víctima de persecuciones y matanzas. Los hornos crematorios nazis liquidaron a cientos de miles de ancianos en la II Guerra Mundial. El 7 de octubre pasado Hamás asesinó a 1.200 ciudadanos indefensos, en su inmensa mayoría israelíes. De ellos, cerca de medio centenar tenían más de 61 años. Fue un crimen sin atenuantes. Tampoco los tiene la expedición sangrienta de Israel sobre Gaza. Por el contrario, Netanyahu ha sentado un nuevo principio “moral”: todo vale si se trata de perseguir al enemigo. Para Israel, la reciente masacre de 45 gazatíes se compensa por haber dado de baja a dos terroristas. Recordemos que para Hitler la vida de un ario valía mucho más que la de miles de judíos.

La comunidad internacional tiene que parar al gobierno de Israel. Washington debe ser juzgado por su pusilánime actitud ante unos líderes que pisotean los principios civilizados y adoptan valores racistas semejantes a los que el pueblo judío padece desde los tiempos de Abraham. 

Entretanto, Rusia observa, mide y aprende. Tolerar la insolencia de Netanyahu equivale a impulsar las veleidades imperialistas de Vladimir Putin. 

ESQUIRLAS.

1. El exhibicionismo intenso de algunos influenciadores, la dócil demagogia de numerosos políticos y la arrogancia de decidir abusivamente la vida de los demás lograrán, al prohibir las corridas de toros, el imperdonable efecto de extinguir en Colombia la milenaria especie del toro bravo.

2. Gracias a un juez nacido en Bogotá, la justicia estadounidense demostró lo que todo el mundo ya sabía: que su más aventajado candidato presidencial es un delincuente.
 

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