Daniel Samper Pizano
El 12 de octubre de 1936, en los albores de la guerra civil española, el general franquista José Millán Astray tuvo un enfrentamiento con el rector de la Universidad de Salamanca, don Miguel de Unamuno. A Astray le faltaban un ojo, un brazo y casi todo el cerebro. A Unamuno le sobraba valor. Según varios historiadores (otros lo niegan), el militar gritó en el paraninfo: “¡Muera la inteligencia! ¡Viva la muerte!”.
Ahora habría que repetir la macabra consigna, con dos retoques. Primero, que la referencia es a la inteligencia artificial (IA); y, segundo, que quien ve en ella a un enemigo no es un generalote fascista y violento, sino un grupo compuesto por brillantes cerebros mundiales. Miles han firmado recientemente cartas y manifiestos donde declaran que la IA presenta “un riesgo de extinción” de la humanidad equivalente a otras amenazas sociales como la pandemia y la guerra nuclear. Ante tan dramático peligro, plantean una moratoria en el desarrollo de esta tecnología, descrita como un complejo sistema de algoritmos y matemáticas cuya misión es producir máquinas con posibilidades intelectuales que imitan las de los seres humanos.
Por primera vez los creadores de un sorprendente avance se ponen de acuerdo para advertir a sus contemporáneos que su invención nos amenaza porque sus propios genitores son incapaces de “entenderla, predecirla o controlarla”. Es un doctor Frankenstein que pide protección contra el monstruo que ha inventado.
Media docena de estos supercereberos operan ya. Todos ejercen funciones de secretaroides (chatbots es su nombre en inglés) con asombrosa eficiencia: escriben cartas, responden cuestionarios, redactan discursos, presentan tesis de grado, conceden entrevistas… El más popular es el ChatGPT, probado por millones de curiosos. Asoman también Bing, Bard y Ernie, fruto podrido, este último, de la tecnología china. Pronto surgirán numerosos nuevos modelos y versiones extremas de los existentes.
He aquí algunas muestras sencillas del poder y las limitaciones del ChatGPT. Víctor Mallarino, colaborador lírico de Los Danieles, lo retó a crear una décima artificial y el aparato salió con un bodrio… La primer ministra danesa, Mette Frederiksen, leyó un discurso ante el Parlamento y en mitad de la exposición reveló que el texto “no ha sido escrito por mí ni por ningún humano”… Un abogado estadounidense respondió a la demanda de un pasajero de Avianca con un alegato lleno de errores y mentiras que había sido concebido por un cerebro artificial.
Como dijo Frederiksen, las máquinas algorítmicas son “a la vez fascinantes y aterradoras”. Su poder desconocido e inmanejable es lo que alarma a más de mil empresarios, inventores y profesores que desarrollan o estudian aplicaciones de la IA. Los sabios afirman que estas cibercriaturas “podrían eventualmente destruir la humanidad”. Pronto tendrán el poder de causar el caos en internet, confundir lenguajes informáticos y empapelar las redes con falsos mensajes y noticias chimbas. “Estamos ante una especie invasora capaz de jugar un papel devastador en nuestra supervivencia”, opina Michael Osborne, profesor de la Universidad de Oxford. Otro académico, Gary Marcus, sostiene: “Enfrentamos una tormenta perfecta: irresponsabilidad empresarial, expansión veloz, ausencia de regulaciones y elevado número de incógnitas”. Según el travieso magnate Elon Musk (Twitter), los sistemas de inteligencia artificial ofrecen positivas promesas; sin embargo, “podrían causar más daños que beneficios”. Marcus sintetiza la encrucijada en una frase: “Vivimos un momento importante en la historia de la humanidad”.
Casi todos los grandes reveses que ha padecido este pobre planeta obedecen a procesos lentos, zigzagueantes e irresponsables. El constante destrozo de la naturaleza lleva décadas. También la construcción de barreras de odio entre pueblos y razas. Algunas son resultado pasajero de decisiones de poderosos cónclaves, e incluso de un líder envanecido. Así la fiebre imperial de Napoleón, la invasión de Polonia ordenada por Hitler o la destrucción de Ucrania que decretó Vladimir Putin. El homo sapienssiempre ha estado presto para destruir.
Raro es, en cambio, que alguien pida detener un supuesto avance por los efectos que podría provocar. Albert Einstein inició la era atómica, pero advirtió sobre el peligro de una confrontación nuclear. Por eso auguró que una cuarta guerra mundial se libraría “con palos y piedras”.
Tal es la singularidad del dilema que vivimos: o aplicamos el freno a la informática desbocada o exponemos el orbe a un final apocalíptico. Sorprende ver a cientos de científicos capitalistas que reclaman la intervención del Estado para detener la carrera de los algoritmos y conjurar sus “potenciales efectos catastróficos en la sociedad”.
Lamentablemente, el mundo sigue su alocado galope. Los conflictos se multiplican y nadie acata las voces angustiadas de los profetas. Mucho menos en Colombia, donde estamos entretenidos legislando sobre la infidelidad conyugal y el tamaño de las banderillas, y presenciando el descaro del dueto del fiscal y la procuradora, mientras la naturaleza se acerca al punto de no retorno y la IA se desemboza como el nuevo enemigo.
ESQUIRLAS. El presidente Petro se desdobla en Frankenstein cuando se sienta en la silla de los trinos. Echo de menos una vigorosa defensa suya de la libertad de prensa y una condena sin disculpas de la maquinaria que arrancó insultando a quienes piensan distinto y ahora los amenaza. Si no la detienen, acabará pasando a los hechos.