Ana Bejarano Ricaurte
Dos señores muy parecidos se enfrentaron esta semana. Se trata del fiscal general de la nación Francisco Barbosa y del exalcalde de Medellín Daniel Quintero. A pesar de que se ubican en extremos aparentemente opuestos de la discusión pública, se encuentran en el ejercicio abusivo de la política, el personalismo, el sectarismo, las persecuciones a sus críticos y las amenazas de causar más daño.
Los acerca la participación indebida en política, pues ambos han usado sus cargos para intervenir en los procesos electorales. Lo hizo descaradamente Quintero cuando “renunció” a la Alcaldía de Medellín unas pocas semanas antes de las elecciones para seguir interviniendo en política y burlarse de la ley. Lo hace ahora también Barbosa, que se ha dedicado a hablar como candidato desde cualquier micrófono que le abran, que no son pocos.
Aunque Quintero pretendió confundir con su sinuosa renuncia a la Alcaldía de Medellín, fue un claro artificio para seguir controlando la entidad y participar en política sin enfrentar los riesgos de los cuales cree que se libró. En todo caso, y sin sonrojarse, le advirtió en X al nuevo alcalde Federico Gutiérrez sobre el atropellado proceso de empalme: “las ordenes (sic) las puedes dar después del 31 de diciembre. Nuestro gobierno va hasta esa fecha”. ¿Al fin qué? Es clarísima la estrategia desleal con la cual pretende no ser alcalde, pero actuar y hablar como tal. Para sumarle a su angustioso empuje político, esta semana Quintero anunció que será candidato a la Presidencia de la república en el 2026.
Barbosa, como buen duquista, vive convencido de los méritos y logros que solo él se ha adjudicado. El sector que inexplicablemente es capaz de aplaudirlo y taparse la nariz al tiempo para evitar reconocer la cantidad de abusos que ha cometido lo tiene convencido de que es el próximo presidente de Colombia. Por eso aprovecha cualquier suceso o entrevista para regar su manida grandilocuencia sobre todos los problemas que aquejan al país y que, por supuesto, él sabrá resolver. Propicia alocuciones y eventos en los que se porta como candidato presidencial y recoge futuros apoyos por debajo del mantel.
Y cómo no iban a encontrarse esto dos precandidatos precoces. Ahora Barbosa anuncia la imputación a varios funcionarios de la alcaldía de Quintero, porque, como lo reveló la veeduría Todos por Medellín, las irregularidades de contratación en su mandato son evidentes, estructurales y descaradas.
Claro: Barbosa se ampara en que el rechazo al mandato de Quintero es manifiesto e intenta hacerle el quite a un posible contendor. Pero lo hace desde una Fiscalía cuestionada que genera desconfianza en muchos sectores por emplearla políticamente. Entonces sale Barbosa —perdón: Quintero— a declararse candidato para responder a cualquier crítica o investigación legitima a su desastrosa gestión con el sainete de que le temen a su candidatura.
Hace unos años el Procurador de la ultraderecha Alejandro Ordóñez, quien soñaba con ser presidente abusando de la Procuraduría, también intentó aniquilar a su probable contendor el entonces alcalde Gustavo Petro. El perseguidor fracasó, pero el perseguido hoy es presidente.
Y aunque los hechos respalden las acusaciones contra la alcaldía de Quintero, todo lo que proviene de la fiscalía politizada de Barbosa carece de fuerza y credibilidad. Una incoherencia que ojalá solucione la nueva fiscal, porque las pruebas contra la gestión de Quintero abundan.
Claro que los precandidatos se aferran al poder porque ambos piensan que son los elegidos. Que son los prohombres de su generación, de su sector político, sin duda de su cabeza. Pero también porque después de ejercer el cargo de esa manera, persiguiendo enemigos, abusando de sus poderes, violentando a la crítica, el ejercicio del poder se convierte en supervivencia. Es la promesa eterna del político que necesita aferrarse al podio porque tal vez como un pobre mortal será llamado a rendir cuentas.
Los sectores ideológicos —si es que merecen tal apelativo— que se paran tras cada uno de los precandidatos también se parecen mucho entre sí. El espejismo de creer en alguien solo porque ataca a quien despreciamos.
Y que nadie se atreva a cuestionarlos, porque como dijo la esposa de Quintero y autodenominada gestora social Diana Osorio a la periodista Ana Cristina Restrepo: “la sanción social es una forma de neoparamilitarismo”. Se refería también a las inaceptables imágenes tomadas de su casa y difundidas en redes sociales. Porque eso también propiciarán estos precandidatos: la polarización del debate, el uso de técnicas repudiables para debatir y la amenaza como bandera política.
Mientras Barbosa decide cuándo tomarse la foto oficial con el otro precandidato, ojalá también lo haga Petro y sea claro sobre a quién le entregará el testigo en la próxima carrera presidencial, que desde ahora parece un abismo.