Los Danieles. Los dueños del mundo

Daniel Samper Pizano

Daniel Samper Pizano

Jesús dijo a sus seguidores: “La verdad os hará libres” (Juan 8, 31). En cambio, no predicó que “la libertad os hará veraces”. Y es porque la libertad necesita límites en su búsqueda de la verdad. Uno de ellos es el castigo de la mentira, lo que explica que reciban sanción, que no sean libres, la calumnia, el timo, ciertas falsificaciones, la evasión tributaria, la divulgación de determinados secretos, el engaño al consumidor y otras imposturas. Ni siquiera es absoluta la libertad de expresión, uno de los máximos trofeos de la civilización. 

A la mentira no se le exigen virtudes; a la libertad, sí. Resulta insensato conceder a la mentira las garantías que exige y merece la verdad. No hablo de opiniones sino de hechos. Lamentablemente, igualar mentira y verdad y opiniones y hechos es lo que están logrando los dueños de las grandes redes por donde circula la información: X, Facebook, YouTube, WhatsApp, Instagram, TikTok… 

En los últimos días los plutócratas que se enriquecen con ellas pretenden vendernos una ecuación falsa: que mayor libertad (incluso la libertad de mentir) trae mayor veracidad. Semejante sofisma permite a las megaplataformas multiplicar sus ingresos y reforzar su poder, razón por la cual dinamitaron los diques y el agua sucia se desparramó. X, del peligrosísimo Elon Musk, que ya cogobierna a Estados Unidos y aspira a controlar el mundo en llave con otro empresario llamado Donald Trump, renunció a todo esfuerzo por defender la verdad. Sus competidores corrieron a imitarlo. En especial Mark Zuckerberg, pusilánime capo de Meta (el pulpo que agrupa a Facebook, Instagram, WhatsApp y varias más) y tiene cerca de 3.500 millones de clientes.

Su rumbo conduce a un territorio donde imperan la ley de la selva (“todo vale”), la falta absoluta de escrúpulos y el dúo antisocial que conforman lucro y poder. Adiós verificación de hechos, adiós respeto a la intimidad, adiós derecho a la defensa; bienvenidos los embusteros, los pedófilos, los racistas, los violentos, los terroristas. 

¿Cómo podría el periodismo contrarrestar tan abrumadora demolición que afecta de manera directa a la profesión y a la sociedad? Esto preguntábamos hace ocho días en Los Danieles. Por lo pronto, renunciando a emplear, aunque sea en nuestra reducida escala, los métodos que usan los nuevos dueños del planeta. Debemos rescatar los principios básicos del oficio. Transparencia y ética. Integridad personal. Autocrítica. Independencia. Formación profesional. Valor y unidad para resistir presiones de propietarios, anunciadores y políticos.   

Hace casi cien años el entonces director de El Tiempo, Eduardo Santos, sostuvo una ardorosa polémica con Alfonso López Pumarejo. No eran las ideas sobre lo social lo que distanciaba a los dos jefes liberales, como algunos creen, pues ambos fueron líderes progresistas. Sino la composición humana del gobierno. López pedía abrir las puertas del Estado a los hombres de negocios. Le atraían su osadía, su astucia. Santos se oponía y apoyaba la formación de profesionales éticos y técnicos para manejar los asuntos comunes de los ciudadanos.

“No podemos aceptar a los hombres de negocios como gestores de la cosa pública —escribió Santos—. Ellos deben prestar su contingente patriótico para los grandes problemas nacionales” pero, añadía, es indispensable crear un personal especializado en asuntos públicos. “Ningún grande estadista, a través de toda la historia, fue un hombre de negocios”, remataba. Advertía también el peligro de que los medios de comunicación cayeran en manos de los empresarios, sus políticos aliados y sus voraces cohortes de abogados y gerentes.

La historia demostró que Santos tenía razón, pero que estaba destinado a perder la batalla. Hoy casi todos los medios de comunicación de Colombia pertenecen a banqueros, constructores o industriales. Y, mucho más grave, la información global está en manos de magnates que anteponen sus intereses económicos a los de la sociedad. Es la novedosa y destructiva forma de imperialismo que amenaza al mundo.

ESQUIRLA. Nicolás Maduro se ganó la lotería con la guerra internacional que propone Álvaro Uribe, delirante invitación a la demagogia militarista y patriotera del dictador.

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