Ana Bejarano Ricaurte
El tsunami que sacudió al gobierno de Gustavo Petro esta semana contó con los protagonistas de siempre: poderosos y otros desprevenidos que les sirven de instrumento a los primeros. Por ahora: la otrora poderosísima jefe de gabinete Laura Sarabia; el problemático y cuestionable exembajador Armando Benedetti y la niñera Marelbys Meza. A la mano derecha de Petro le roban un dinero, ella acusa a su niñera, la somete a una investigación bastante irregular y además solicita la ayuda de su exjefe, el embajador en Caracas, quien al parecer la chantajeaba.
Gracias a Daniel Coronell en su Reporte Coronell en la WRadio y a la reportería de la revista Cambio se estableció que el teléfono de la empleada del servicio doméstico había sido plantado en una investigación contra el Clan del Golfo para escucharla ilegalmente.
El destape es parcial, porque son muchos los interrogantes irresueltos. No es clara la relación de Benedetti con Meza, por qué la volaba en costosísimos vuelos charter a Caracas, cuáles eran los requerimientos burocráticos o solicitudes de Benedetti que Sarabia no quiso cumplir, por qué y quién dio la orden de chuzar ilegalmente el teléfono de Meza y muchos otros. Un revoltijo de abuso de poder con todos los elementos pintorescos de la política colombiana.
Y se iniciarán investigaciones eternas que servirán como canceladores de ruido y caerán un par de desconocidos, mientras que los poderosos sabrán como reubicarse y florecer del nuevo. Ahora puede ser Humana, pero no deja de ser Colombia. Sobre la niñera acusada también subsisten preguntas sin respuesta, pero sin duda, por lo menos discursivamente, le cae muy mal al Gobierno la intervención ilegal del teléfono de una empleada del servicio doméstico.
Al respecto, la senadora Clara López advirtió en una entrevista que no era posible comparar las chuzadas del DAS del uribismo con la intervención ilegal del teléfono de una “sirvienta”. Una palabra que denota la intención de humillar y demerita la noción de un trabajo digno. La misma Corte Constitucional señaló que su uso en determinadas normas está proscrito, pues es una referencia a “la perpetuación de prácticas serviles, asociadas a instituciones crueles en las que, en otra época, el ser humano era cosificado”.
Pero el lapsus de López es honesto, porque las empleadas del servicio doméstico en Colombia siguen siendo un sector ampliamente desfavorecido, maltratado y silenciado. De acuerdo con la Escuela Nacional Sindical de 2018, el 61 % de las empleadas del hogar gana menos de un salario mínimo, el 77 % recibe alimentos como pago en especie y solo el 18 % está afiliado a pensión. En muchas ocasiones son esquemas que rayan en la esclavitud. En su mayoría son madres solteras cabeza de familia, sometidas a horarios inhumanos, a trabajar incansablemente para sostener a sus hijos desde lejos.
Sujetas además a la falta de reconocimiento por el trascendental trabajo que adelantan, el cual permite el funcionamiento y subsistencia de muchas familias privilegiadas. Casi borradas del relato nacional y cultural que han contribuido esencialmente a construir.
Si alguien representa a “los nadies”, de quien Petro se abrogó la vocería en su campaña, son las empleadas del servicio doméstico. Y claro que existen personas en Colombia que las ven y tratan como sirvientas. Lo problemático es que esas voces vengan del partido del cambio. Aunque después López se disculpó por su uso del lenguaje, la patraseada no cayó con la misma contundencia que el sablazo.
Por supuesto nada de eso niega que deberá establecerse qué papel jugó Meza en este esquema de abuso, si de hecho hurtó o no el dinero (ella ha reiterado su inocencia) y qué relación sostiene con Benedetti. Pero es imposible no reparar sobre el enorme desequilibrio de poderes, porque ella, sin importar su proceder, es una mujer humilde instrumentalizada por los poderosos de esta historia. Empezando por la revista Semana que no dudó en desplegarse en pornomiseria al emplear un tono condescendiente y lastimero para describirla. Nada de eso es necesario; basta con reconocer el lugar que ocupa Meza y el estamento social que representa.
Por eso sí hace falta que además de sacar jefes de gabinete y embajadores e iniciar investigaciones de contentillo, alguien en este gobierno del cambio se apodere del tema de Marelbys: explique a la opinión pública qué ocurrió con ella en esa investigación irregular y por qué se chuzaba su teléfono. Y, claro, si Meza es culpable de alguna ilegalidad que pague por ella. Pero solo escribir esa última frase se siente injusto, porque sobre los otros protagonistas de esta historia no caerá la justicia ni el ojo público con la misma eficacia o severidad. Ni que fueran sirvientas.