Daniel Samper Pizano
El termómetro indica que ya pasaron los días más aciagos, hasta ahora, de Gustavo Petro en el sillón presidencial. Formada la tremolina, alborotada la opinión pública, trepidantes los medios de comunicación, ilusionada la derecha con el descenso del Gobierno en las encuestas, convocadas las manifestaciones populares y en pleno delirio indecente del fiscal y la procuradora, Armando Benedetti hizo maletas y se marchó a ver una final de fútbol en Turquía.
Antes de que estas cosas ocurrieran, gentes política y personalmente cercanas a él se extrañaban de que semejante individuo, que a veces parece de zarzuela y a veces de películas de los Cohen, fuera uno de quienes deciden la suerte del país. Los que han tratado a este boquisucio lengüilargo, voltearepas insigne (ha recorrido todo el arco político), vanidoso irreparable, vicioso confeso, ruidoso profesional y conocido por sus malas amistades, temían que en algún momento protagonizara lo que los franceses llaman los cuatrocientos golpes. Es decir, un estallido incontrolado que se lleva de calle las conveniencias y el sentido moral. Exactamente así pasó cuando le pisaron al exembajador lo que llama su dignidad personal, pero solo es su vanidad espumosa. Se sintió ofendido y disparó los cañones.
¿Cómo pudo suceder que tal sujeto estremeciera al Gobierno y monopolizara los titulares de prensa en una nación agobiada por problemas mayúsculos de pobreza e inseguridad?
Para explicarlo hace falta acudir al mensaje didáctico de los cuentos infantiles. Había una vez en un bosque tres cerditos hermanos que, asustados por la cercana presencia del lobo feroz, decidieron construir unas casas que los protegieran. El menor la levantó con techo y paredes de paja; el de la mitad usó tablones; y el mayor (siempre el sabio y el más experto) empleó cemento y ladrillo. Tardó más. Pero su casa fue la única que resistió los esfuerzos del lobo por derribarla. La de paja aguantó unos pocos minutos, y la de tablones, una hora.
La crisis que causó en el bosque colombiano el lobo Benedetti no se explica por el poder de la bestia feroz, sino por la debilidad del Gobierno. La solidez de los primeros pasos de Petro en el más alto cargo nacional era como la casa del chanchito sabio; a fuerza de bandazos (inesperados cambios de ministros, pequeños escándalos) la vivienda pasó a ser de tablones y terminó de paja, por lo que bastó un soplo del lobo feroz para hacerla volar.
Petro debe aceptar con humildad que la reciente crisis tuvo origen endógeno: él escogió a un lobo como compañero, el echó a los aliados de centro izquierda que aportaban solidez, y a él le tocó afrontar los ventarrones en un rancho de paja, cuando lo tenía todo para haber consolidado una vivienda resistente. Cosa distinta es que sus enemigos hayan aprovechado el vendaval para ayudar al derribo.
Se equivocó el presidente al desmantelar de manera prematura la construcción política que parecía correctamente enfocada. También se equivoca al acentuar la confrontación, en vez de sumar y atar. Y vuelve a equivocarse al proferir condenas genéricas contra la prensa, a sabiendas de que en una democracia ella es un factor de poder multicolor que debe manejar con inteligencia y sentido republicano y no a punta de insultos. Conste que hago una defensa de la prensa como institución indispensable y me abstengo de absolverla de sus pecados que no son pocos. Desde hace muchos años he invitado a los periodistas a que reflexionemos y hagamos autocrítica. Más de una vez la aplicación de esta creencia me ha valido represalias mezquinas que me permitieron comprender mejor ciertas críticas contra la institución.
Todos sabemos cómo funcionan los asuntos de ida y vuelta entre la fuente que proporciona la munición y el medio que la dispara. Por eso resulta un acto de prepotencia y un insulto a los colegas anunciar que la publicación de un material originado en intereses del informante constituye un heroico destape pese a existir “un plan estratégico para ocultar la verdad”. Defiendo el derecho de opinión y ejerzo el mío para añadir que el columnista según el cual “Petro es el presidente que más ha atacado la prensa en la historia de Colombia” no tiene ni idea de lo que dice. Averigüe cómo lidiaron con la prensa adversaria Miguel Antonio Caro en 1893 y otros caudillos decimonónicos. Investigue la atroz censura oficial de Laureano Gómez y Mariano Ospina. Pregunte qué periódicos clausuró Rojas Pinilla.
La solución de las marchas populares es un Mejoral que ayuda a pasar la resaca de esta tremenda semana. Pero el problema es más hondo y duradero. Un gobierno tan flaco y con tantos enemigos necesita muros más fuertes. La tragedia del último terremoto en Turquía, que dejó cincuenta mil muertos, no fue tanto la intensidad del movimiento como la deplorable calidad de las viviendas. El Pacto Histórico necesita cursar los treinta y nueve meses que le quedan asentado en cimientos antisísmicos, porque la derecha le va a montar más de un temblor. El balcón no basta. Es más: el balcón ofrece peligros parecidos a los de Twitter: por ser vehículo de estados emocionales pasajeros tiende a propagar sentimientos crudos e ideas a medio masticar. Sus consecuencias suelen ser lamentables y permanentes.
Por lo demás, Petro debe pensar —lo he dicho— en ganar por puntos, no por nocaut. No puede debilitarse en pequeñas peleas. No puede dar papaya. Debe corregir errores absurdos, como esa exasperante impuntualidad que —fíjense ustedes— fue la que atizó la explosiva vanidad de Benedetti. Seguramente tendrá que reconstruir alianzas y acudir a personas que le aporten eficiencia e imagen.
Una vez más: creo que es mejor ayudar a la estabilidad del Gobierno y apoyar los cambios sociales indispensables que dar un salto al vacío al dejarlo solo o fomentar la actitud suicida de la derecha recalcitrante.