Julio Verne
A los setenta años, Julio Verne se consideraba el “más desconocido de los hombres”, aunque era, en la segunda mitad del siglo XIX, el escritor más popular de Francia, el más seguido en Europa y América y el más familiar a los lectores de la época. Sus cuarenta y seis novelas publicadas hasta entonces bajo el título Viajes extraordinarios se vendían por cientos de millares y las adaptaciones teatrales de cuatro o cinco de ellas eran grandes éxitos de taquilla.
Entre el 2 y el 4 de mayo, Colombia se sumará a la siempre palpitante fiebre por la obra de Verne (Nantes, 1828-Amiens, 1905). Tras un preámbulo en la Feria del Libro de Bogotá a finales de abril, Cartagena será sede de la reunión cuatrienal de la Sociedad Hispánica Jules Verne, que agrupa a vernianos latinoamericanos, ibéricos y de otros países. Por primera vez el Caribe se convertirá en escenario de los famosos personajes de, entre otras, Veinte mil leguas de viaje submarino, Viaje al centro de la Tierra, Cinco semanas en globo, De la Tierra a la Luna y La vuelta al mundo en ochenta días, aventura que llevó Cantinflas al cine.
Julio Verne y De la Tierra a la Luna
Rico y famoso, a finales del siglo XIX Verne era celebrado en todos los círculos culturales y sociales y se codeaba con las principales personalidades contemporáneas. En París, en 1883, había hecho parte del Comité Fundador de la Alianza Francesa para promover la cultura y el idioma francés en el mundo. Había visitado África y lo había recibido el papa León XIII en 1884. Paseando a bordo de su último yate recibió homenajes en múltiples puertos europeos. La prensa internacional se interesaba constantemente en él. Sus obras eran best sellers. A solicitud de un diario había escrito una novela para el público de los Estados Unidos, que se editó en 1886. Imitando a su famosa novela global, reporteras de dos de los principales periódicos norteamericanos enviaron en 1889 informes y reportajes.
La opinión pública lo veía como un misógino profeta de las invenciones modernas. Acerca de una supuesta ausencia de mujeres con protagonismo en sus novelas, declaró: “Mire Mistress Branican y las encantadoras jóvenes en algunas de mis historias. Cada vez que hay necesidad de que el elemento femenino sea introducido, usted siempre lo encontrará allí”. En efecto, su mosaico femenino ofrece interesantes protagonistas en no pocas de sus novelas. La escritora Laurence Sudret (Las mujeres de Jules Verne) demostró en 2019 la falsedad del Verne misógino.
A las atribuidas dotes de arúspice de la ciencia, había respondido en 1884 que se trataba de “una simple coincidencia que sin duda se debe al hecho de que cuando he inventado completamente una anticipación científica me he esforzado en hacerla tan simple y tan verosímil como fuera posible…”. Para lograrlo contaba con vasta información. Estaba abonado a una veintena de diarios y leía publicaciones científicas de todo tipo que lo mantenían al corriente de los descubrimientos o inventos. Se hallaba bien enterado de prototipos y modelos experimentales y hacía de ellos extrapolaciones geniales.
Sus ingenios serían luego artefactos funcionales reales. Al novelesco submarino Nautilus, propulsado por electricidad en 1870, lo materializó el Gymnote en 1888. Al verniano helicóptero Albatros lo sucedió el autogiro del español Juan de la Cierva en 1920. “No he inventado nada”, insistía un año antes de morir.
Barco volador inventado por Verne
Verne también se sentía subvalorado. El establishment intelectual de la época no reconocía mayor mérito literario a sus obras. Las consideraba ingeniosas, instructivas para la juventud y sobresalientes en el género de aventuras. Pero de letras poco importantes. Su editor Jules Hetzel había expresado con ligereza en 1866 que el propósito de Verne era “resumir todos los conocimientos geográficos, geológicos, físicos y astronómicos acumulados por la ciencia moderna… bajo la atractiva forma que le es propia”. Con ello casi lo había encasillado como “novelista de la ciencia”, aunque Verne había empleado en los primeros Viajes extraordinarios(1863-1865) los conocimientos científicos solo como ardid literario para proporcionar verosimilitud a lo narrado. No es de extrañar entonces que el gobierno le confiriera en 1892 la Legión de Honor por sus aportes a la educación y la ciencia, mientras la Academia Francesa guardaba silencio despectivo. “Mi gran pesar es que nunca he tenido un lugar en la literatura de mi país”, expresó en 1894.
Verne murió once años después de su desconsolada frase. Desterrar lo del Verne profeta ha sido más difícil. La llegada del hombre a la Luna en 1969 disparó esa idea ante algunas similitudes (y semejanzas forzadas) con la hazaña del Apolo XI. Continúa omitiéndose o se ignora que Verne se había asesorado de su primo Henri Garcet, matemático, profesor de L´École Polytechnique de París y autor de Leçons nouvelles de cosmographie(1853); que las leyes de la mecánica celeste y de la gravitación universal al parecer son inmutables; y que los decimonónicos artilleros del Gun Club de Baltimore las tuvieron en cuenta, igual que los astrofísicos de la NASA del siglo XX.
Aún falta mucho por develar. Nuevas investigaciones y concepciones han contribuido a descubrir al verdadero Verne, al sentido trascendente de sus textos y su dimensión literaria. Al tiempo, siguen creciendo en popularidad y actualmente se publican en más de ciento cuarenta idiomas. Desde los años sesenta, eruditos como Rolland Barthes y Michel Foucault lo han estudiado y se sigue avanzando gracias al acceso a la correspondencia personal del escritor y a sus manuscritos y a nuevos enfoques. Así se demostrará en el congreso de Cartagena.
• Guillermo Gómez Paz, cartagenero, especialista en la obra de Verne.