Enrique Santos Calderón
“El residente de la República” y “La unión hace la farsa” son dos divertidos titulares que leí en días pasados en un diario parisino.
El primero se refiere a un veterano político de la derecha francesa, Gérard Larcher, que lleva 37 años en el Senado y ha logrado reelegirse cinco veces como presidente del mismo. Calificado como un “vividor sin complejos” y “maestro de la opacidad”, Larcher es un hombre rubicundo y jovial de 73 años, muy conservador, muy sibarita y muy francés.
Según una copartidaria de su misma edad “es nuestro renacimiento: la venganza del chicharrón sobre la quinoa”. Además de su simpatía personal, tiene que ser talentoso político y magistral repartidor de puestos para haber logrado instalarse como “residente” permanente del Senado de la república francesa en su más alta dignidad.
“La unión hace la farsa” es el título de una columna del escritor y crítico literario Mathieu Lindon, en el periódico Liberation, que se burla sin piedad de los intentos de la izquierda de su país por lograr un candidato único de cara a las próximas elecciones. Hay demasiados líderes y muy pocos fogoneros —dice—; demasiadas puñaladas por la espalda entre ecologistas, socialistas y comunistas y la sensación de que lo que une a los jefes de estos grupos es que “todos tienen el mismo objetivo: yo”.
Para Lindon una coalición de izquierda se asemejaría por ahora a un “matrimonio forzado” y le parece más realista la especie de “unión libre” que practican sectores conservadores que están, o no están, con el gobierno Macron según la circunstancia. Puede ser una injusticia, admite, que por su discurso purista y moralizante a la izquierda le cobren tan duro sus deslices éticos, mientras la derecha parece autorizada a cometer lo que quiera sin que sus electores la sancionen porque “esa es su cultura y su naturaleza”.
Falta mucho para las elecciones francesas, pero Lindon anticipa una buena pregunta: “¿Cómo ganar sin estar unidos. Pero cómo estándolo?”
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Y ya en el tema de amores y desamores electorales, llegando a Madrid leo en El País que Vox y Podemos también pactan. Algo inconcebible para muchos españoles, pues representan los polos opuestos de la derecha y la izquierda radicales. Ambos de capa caída, como lo confirma la progresiva consolidación de los dos grandes partidos de centro (PSOE y PP) como factor de estabilidad en una España que da cada vez más muestras de envidiable madurez política, y a su presidente del Gobierno, Pedro Sánchez como un mago del muñequeo y la supervivencia.
El pacto político de Vox y Podemos en el pequeño Ayuntamiento de Montehermoso, un pueblo de 6.000 vecinos al norte de Cáceres, fue noticia y no estuvo exento de agarrones entre sus sectores más radicales, pero primó el deseo de “dar, al fin, un poco de estabilidad al municipio y cuatro años de tranquilidad a su alcaldesa”, según el tuitero Manuel Viejo. Concejales de ambos partidos que apoyaron el pacto fueron expulsados por sus respectivas dirigencias pero se mantuvieron firmes.
La edil Blanca Luz Retortillo, suspendida por Vox por haber osado pactar con la izquierda, dijo en El País que “a mí no me han preguntado siquiera si me duele la barriga y, hombre, me he quedado un poquito pasmada y si me tengo que ir me voy (…) pero mi pueblo y mis vecinos están antes que cualquier sigla política”.
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Cada quien sabrá cómo se aplican figuras como “residente de la República” o expresiones como “la unión hace la farsa” a la realidad colombiana. No faltarían ejemplos —unos menos ejemplares que otros— y pienso en el eterno congresista conservador Roberto Gerlein, o en el veterano líder liberal Horacio Serpa, ambos fallecidos, aunque no se me ocurre alguno que haya ocupado la presidencia del Senado en cinco ocasiones. Ni una alianza política (que no parece “farsa”) entre las extremas de derecha e izquierda, como la del pueblo español de Montehermoso.
¿Tal vez una próxima fusión entre paracos del Clan del Golfo y ambientalistas de la Alianza Verde? Algo podríamos aprender de estas experiencias del Viejo Continente.