Ana Bejarano Ricaurte
Creo que la elección popular de un exguerrillero del M-19 es un triunfo democrático. La posibilidad de que una persona en rebeldía suscriba un acuerdo con el Estado y, décadas después, sea elegido presidente es una razón para creer en las instituciones, en nuestro sistema político, en los procesos de paz y en la reconciliación.
Uno de los hitos más significativos del acuerdo que firmó Virgilio Barco con la guerrilla de Carlos Pizarro fue el reconocimiento de que la insurrección no garantizaría la realización de las consignas por las que luchaban. El fracaso de la lucha armada significó una victoria de las instituciones.
Las instituciones que los miembros de esa guerrilla contribuyeron a forjar, porque sin el impulso de los desmovilizados del M-19 la gesta constitucional del 91 no se hubiese conseguido. Esa Carta no la hizo el eme—como erradamente ha señalado el Presidente Gustavo Petro— pero sí fue fundamental en los esfuerzos que desde la sociedad civil se cocinaron para enterrar la obtusa Constitución de 1886.
El logro del M-19 no fue alzarse en armas sino dejarlas; asumir, con todas las dificultades y riesgos que ello implicaba, que la búsqueda por la justicia social debía tramitarse por el cauce pacífico de la política; entender que la violencia no garantizaría una vida más igualitaria y digna para el pueblo.
Por eso resulta incomprensible la obstinación desde el Palacio de Nariño de enaltecer los símbolos de la guerrilla y despreciar los de su desmovilización. La espada de Bolívar, la bandera, los discursos incendiarios, mientras amenaza con herir de muerte a la Constitución del 91. La imagen ofrece un oxímoron desconcertante: desde el centro del Poder Ejecutivo se alzan las banderas de la lucha armada: las instituciones para cantar por su propia destrucción.
Tal vez Petro busca provocar a esos odiadores que lo siguen llamando guerrillero, a quienes lo han estigmatizado y rechazado toda su carrera política. Ese sector del establecimiento que detesta lo que él representa ha conseguido la radicalización del presidente y por esa vía ha perdido el país entero.
Lo que sea que promueva esta performance de Petro, el espectáculo en la entrega de la Cruz de Boyacá al formidable Pepe Mujica fue bochornoso. Además de incomodar a un señor de 89 años, el homenaje se convirtió en una celebración de Petro y no del pensador uruguayo. Ambos exguerrilleros, pero opuestos: Mujica lleno de sabiduría y reconciliado con la vida, Petro ahora sumido en resentimientos. Contrasta la pequeñez del colombiano con la emoción del brasilero Lula Da Silva al abrazar al histórico líder latinoamericano.
Y desde el aplaudidero petrista la línea de defensa del indigno acto fue que la bandera del M-19 era una manera de honrar a Mujica porque él también tiene un pasado guerrillero en los Tupamaros. No, de nuevo, la grandeza de Pepe viene de su paso de las armas a las instituciones, su sabiduría y la presidencia digna que ejerció.
Dijo Mujica en 2020: “En definitiva, la lucha armada no puede ser un objetivo de vida. En determinadas circunstancias pudo haber parecido un camino, pero no puede ser una eternidad, porque las sociedades no se pueden pergeñar para eso. No tiene sentido. El diálogo es la más hermosa de las formas que existen para aprender”.
En nada resultaba propicia esa bandera para celebrar a Pepe. Nadie ha reivindicado su valor como guerrillero, porque su vida pública y sus reflexiones constantes sobre la voracidad del consumismo, el humanismo y la coherencia al ejercer el poder son sus verdaderos aportes a América Latina, esas sí merecedoras de aplauso.
Pero nada de esto importa en el gobierno que yace en la lona atrapado en sus discursos y simbología errática. Es angustioso ver cómo Petro logra convertir cada esfuerzo loable en un discurso intergaláctico para echar pullas y avivar odios. Claro que todo esto le sirve para que no hablemos de los escándalos de corrupción, de la ineficiencia o incoherencia de muchas de sus políticas. Pero tal vez no advierte que, aunque distraiga, se ensucia a sí mismo.
Irrespeta a las víctimas de una guerrilla que asesinó y secuestró, opaca la celebración de un gran latinoamericano, hace públicas las fisuras con Laura Sarabia, enrarece la discusión pública y sube a la pantalla grande su manía de creer que todo gira en torno a él.
Menos mal estaba Lula para sumar sobre Mujica: “Es la persona más extraordinaria que he conocido”, y eso que se codea con Petro desde hace décadas.