Enrique Santos Calderón
El gran interrogante que rodea la elección presidencial del próximo domingo en Venezuela es qué más hará Nicolás Maduro para seguir atornillado en el poder. ¿Qué más puede hacer después de todo lo que ha hecho? Y ¿cómo va a reaccionar la comunidad internacional ante tanto atropello cometido para asegurar la continuidad de su gobierno?
Luego de inhabilitar a María Corina Machado, una mujer templada y valiente que barrería en comicios libres, ha encarcelado a más de cien voceros de la oposición, hostigado y amordazado de tiempo atrás a la prensa; copado el poder judicial y electoral y perseguido con saña metódica y mezquina todo brote de protesta. Llegó a advertir con habitual histrionismo chabacano que habría un “baño de sangre” si no es reelegido. Sus excesos son casi caricaturescos, si no fueran tan reales y dolorosos para el pueblo venezolano.
Solo falta ver que hará esta última semana para descalificar o marginar al candidato presidencial Edmundo González que sucedió a Machado, un señor de 74 años del que no muchos de sus compatriotas habían oído, pero que duplica a Maduro en todos los sondeos. El dictador venezolano ha resultado un hueso duro de roer. Las sanciones económicas de Washington no produjeron mayor efecto y los llamados de sus amigos Petro y Lula para que garantizara unos comicios libres fueron recibidos con hostilidad y sarcasmo. «Métanse sus opiniones por donde les quepan», les mandó decir hace tres meses.
Pero nunca se sabe —yo al menos no tengo idea— qué otras corrientes subterráneas agitan el sentimiento venezolano, ni cuál es el real grado de cohesión de las Fuerzas Armadas en torno del régimen, ni el del compromiso de sus aliados externos (Rusia, China, Irán) con un régimen errático y a todas luces impopular, pero que constituye una piedra en el zapato de Estados Unidos y un contrapeso geopolítico regional que a ellos les interesa sostener.
Quién sabe. De golpe Nicolás Maduro sí es consciente del rechazo que genera, recapacita, garantiza elecciones libres y abandona el poder si es derrotado. Soñar no cuesta nada, pero como en la canción de Rubén Blades: «la vida te da sorpresas, sorpresas te da la vida». A la cual se le podría agregar: «Nicolas Maduro, matón de esquina, el que a palo gobierna, en la calle termina».
En una semana sabremos que rumbo toma el país vecino. Me quedo resonando lo que le grito en la calle una mujer a la candidata vetada: «eres una dura María Corina, ¡vas a llegar!»
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Fuera del bombero que murió, la principal víctima del execrable atentado a Trump fue el presidente Joe Biden, cuya derrota queda sellada tras esas imágenes del rostro ensangrentado y el desafiante puño al aire del candidato republicano, que de todos modos encabeza las encuestas. En un primer instante pensé en un autoatentado al estilo de Nacho Vives, el estrambótico político samario que en los años setenta se hizo disparar en un hombro para ambientar su aspiración presidencial. Pero no, la bala le rozó la oreja. Y nadie, ni aun un tipo tan inescrupuloso como Trump, se expone a semejante riesgo. Ahora, en plan de mártir, dio a entender que moderaría su agresiva retórica. Ya no la necesita. Pero siguió en lo mismo..
P.S.1: Revelador que el mismo día de su reunión con el Consejo Gremial, donde el nuevo MinInterior Juan Fernando Cristo les habló a los empresarios de la importancia de “un cambio de tono en la política”, el presidente Petro pronunció desde la Plaza de Bolívar un duro discurso en el que no dejó títere con cabeza. Banco de la República y bancos comerciales, sector privado y prensa, la procuradora Cabello, generadores de energía, arrendadores en general y el expresidente del Senado Iván Name (este sí con sobrada razón) fueron fustigados por el verbo presidencial. Revelador de la desconexión entre Petro y su ministro de la política. Y también de la maña del presidente de borrar con el codo lo que escribe con la mano.
P.S.2: Y que alguien por favor revise la ortografía y sintaxis de sus mensajes, que por lo visto son despachados a la carrera. En un extenso WhatsApp que envió el viernes hay más de un desliz, entre ellos un «habrán». Que es como escribir «hubieron» o «han habido». Pensar que el inolvidable historiador inglés Malcolm Deas decía que Colombia era «el país de los presidentes gramáticos».