Enrique Santos Calderón
Ese hombre brillante y estadista excepcional que fue Winston Churchill alguna vez dijo que “la democracia es la peor forma de gobierno, salvo todas las demás que han sido ensayadas”. Además del ingenio travieso con que solía condimentar sus reflexiones políticas, la frase refleja una verdad fundamental de los últimos 100 años. ¿Qué tal, en efecto, que en el mundo hubieran prevalecido las ideologías totalitarias de su tiempo, el fascismo y el comunismo, que él fue de los primeros en denunciar y enfrentar? Sus ironías sobre Mussolini y Hitler, o sobre Lenin y Stalin son tan magistrales como iluminantes, al igual que casi todos los aforismos y ocurrencias de este personaje singular de la historia contemporánea.
Que millones de colombianos puedan acudir hoy libremente a las urnas para escoger gobernantes —aquí y en casi todo el Hemisferio— se debe también a las luchas que durante el siglo pasado libraron líderes decididos como Churchill. La jornada electoral de hoy podrá no ser modelo universal de organización y eficiencia, ni de plenas garantías para todo el mundo. Hay muchos municipios bajo presión de grupos armados; aquí y allá habrá compra de votos y no pocos candidatos inhabilitados aparecerán en listas (¿cómo será el escrutinio para luego purgarlos?).
La financiación de las campañas sigue siendo polémica y cabe preguntarse cómo funcionará el pago de recompensas por denuncias sobre compra de votos que a última hora se le ocurrió al Gobierno. El desorden y la improvisación han rodeado a un certamen que se supone que debió ser cuidadosamente preparado.
Como decía Churchill, la democracia es complicada. Sobre todo en países con interferencias guerrilleras o mafiosas donde las falencias se hacen más notorias. Para no hablar del desencanto general que en el mundo entero se percibe con el funcionamiento de un sistema democrático que no logra cerrar las brechas sociales, extirpar la corrupción ni controlar la influencia de los grandes intereses económicos.
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Todo lo anterior es cierto. Pero también lo es que mucho se ha avanzado. La tecnología ha reducido las posibilidades de fraude y escándalos electorales que tanto alimentaron la violencia política en este país. Hay una ciudadanía menos manipulable y más consciente de sus derechos y un Estado que, pese a sus defectos varios, ha mantenido una tradición de democracia electoral que pocos países latinoamericanos, salvo Costa Rica, pueden exhibir.
Por eso pienso que en un día como hoy se reforzara esta tradición. Serán elecciones tranquilas y casi “aburridas” donde no habrá grandes sorpresas. No faltarán incidentes de violencia pero nada que ver con lo que significaba hace treinta o cuarenta años votar bajo la amenaza de un narcotráfico que explotaba carros bomba y asesinaba candidatos presidenciales, o de una guerrilla que día de por medio dinamitaba puentes, secuestraba civiles y mataba soldados y policías. Es necesario denunciar todos los casos de violencia o corrupción electoral, y su preocupante aumento, pero no volverlos el único gran tema, porque no lo son.
En eso los medios fallan. Se quedan —y a veces regocijan— en historias de sangre que suelen nublar otras realidades. Me ha faltado ver en la prensa colombiana más análisis de lo que representa, por ejemplo, la irrupción de la inteligencia artificial en las campañas electorales. Los falsos videos con perfecta voz e imagen de varios candidatos (Galán, Eder, Toro) anunciaron lo que se puede venir en el campo de la desinformación.
Tema más viejo pero cada vez más pertinente es el del dinero. La financiación de las campañas sigue siendo oscura y polémica. Hasta el 23 de octubre cerca del 90 % de las candidaturas no habían rendido cuentas: de las más de 128.000 mil en contienda solo 11.577 habían cumplido con la obligación de reportar aportes en tiempo real. Saber cuánta es y de donde proviene la plata de los aspirantes resulta clave. “Como te financias, gobiernas”, dijo en El Nuevo Siglo la directora de Transparencia por Colombia, Sandra Martínez.
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En un día como hoy hay que saber por quién y por qué se vota. Para la Alcaldía de Bogotá lo haré por Carlos Fernando Galán, que me parece la mejor opción para encargarse de la ciudad que quiero y donde he vivido siempre. Galán tiene la trayectoria, experiencia e integridad personal que inspiran confianza. Y ojalá salga en primera vuelta, para no tener que regresar a las urnas y ahorrarle al fisco capitalino treinta mil millones de pesos.
En un día como hoy el Pacto Histórico sufrirá en las principales ciudades un histórico revés electoral. La pregunta que muchos se hacen es cómo reaccionará Petro ante el previsible golpe que recibirá en las urnas. Como un demócrata, es de esperar. De lo contrario, como diría Julio Sánchez Cristo, “Houston, we have a problem”.