Los Danieles. El «Gran Partido Liberal»

Enrique Santos Calderón

Enrique Santos Calderón

 Desde mi más tierna infancia escuché hablar en casa del “gran Partido Liberal”. Luego en el colegio, la universidad y después en el periódico, fue siempre referencia familiar, social y política. El Tiempo, diario en el que me formé como persona y periodista, que ejercía una enorme influencia política, asumió durante décadas el rol de intérprete y vocero del liberalismo colombiano. 
 
   Otras épocas. La prensa escrita ya no tiene el peso de antes y un decaimiento ético e intelectual socavó el apoyo popular que tenía el, de lejos, primer partido político de los colombianos. A mí dejó de interesarme su suerte durante los años de cogobierno con los godos en el Frente Nacional (1958-1974) y, como muchos jóvenes de mi generación, viré hacia otras corrientes políticas. Aunque el Partido Liberal nunca perdió su presencia y anclaje nacionales. Ni tampoco sus divisiones internas.  
 
    El expresidente Carlos Lleras decía que era una “coalición de matices de izquierda”, que con frecuencia se vuelven poderosas disidencias contra las jerarquías del partido, como le ocurrió a él mismo. López Michelsen creó en los años sesenta el Movimiento Revolucionario Liberal (MRL) contra los “feudos podridos” de su partido, para luego reincorporarse a él y llegar a la presidencia en el 74. Jorge Eliécer Gaitán, el más grande caudillo popular que ha tenido el país, encabezó una disidencia tan fuerte que terminó de jefe del partido y hubiera llegado a la presidencia si no lo asesinan el 9 de abril de 1948.  Luis Carlos Galán también se rebeló en los ochenta contra la dirigencia de su partido, también regresó imponiendo condiciones y también hubiera sido presidente de la república si no lo asesinan en 1989. 
 
   Tras una larga historia de cismas y traumas, el liberalismo es hoy una coalición de clanes electorales que salió revigorizado como partido de los últimos comicios regionales y enfrenta un interesante dilema: oposición, respaldo o independencia frente al primer gobierno de izquierda en Colombia desde la “Revolución en Marcha” de López Pumarejo en 1936. César Gaviria, su jefe único desde hace ocho años, quiere salir del bloque de gobierno y “moverse hacia una posición de independencia”. Pero no hay consenso.    
 
El ministro del Interior, recio liberal caucano, dice que es una opinión personal del expresidente Gaviria. No pocos parlamentarios y jefes regionales quieren seguir con Petro, otros pasar a la oposición frontal y otros más declararse independientes, que sería la opción correcta. La decisión final la tomará la ya demorada Convención Nacional, que promete estar al rojo vivo.  

 La Alianza Verde enfrenta dilema parecido, todo lo cual debería obligar a Petro a mirarse al espejo y preguntarse por qué se le desbarató en dieciséis meses su coalición mayoritaria de gobierno; qué errores cometió y si hay propósito de enmienda. Pero poca autocrítica. Prefirió lanzar por X un provocador mensaje instando al liberalismo a escoger entre un “neoliberalismo anacrónico a lo Milei” o  la alternativa  progresista que encarna su gobierno. Y tras una encuesta del CNC, que le da una favorabilidad de 51.5 por ciento  (y una desfavorabilidad de 44.5 por ciento), dijo que su coalición está “en situación de ganar las elecciones presidenciales“.            
  
Soñar no cuesta nada y se le abona el optimismo. Pero lo cierto es que su gobernabilidad dependerá de lo que decidan liberales y verdes. Y habrá que ver en qué termina la semana entrante la prueba de fuego de la reforma a la salud. Nada está escrito. 
                                         
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     Donald Trump representa el mayor peligro para el mundo en 2024 advierte The Economist en edición especial dedicada a analizar grandes temas y retos globales del año entrante. Trump será muy probablemente el próximo mandatario de la primera potencia y su «personalidad destructiva» y desprecio por normas diplomáticas y códigos internacionales plantea para el semanario inglés un futuro preocupante. 

   Un tribunal de apelaciones de Nueva York reimpuso estos días una orden mordaza (gag order) contra Trump para impedir que continúe sus ataques al personal que se ocupa del  juicio que enfrenta por fraude financiero. Sorprende que en Estados Unidos se le prohíba a un expresidente referirse a un proceso que enfrenta, pero hay que ver las cosas que dice Trump, que ha sido multado dos veces por sus excesos verbales y sigue tan campante. Insultando y ofendiendo sin menoscabo de su popularidad.  

   Falta poco menos de un año para las presidenciales  y la insatisfacción ciudadana con tener que repetir escogencia entre dos candidatos que ya suman 159 años (Trump 77, Biden 82) demuestra la notoria falta de renovación generacional en la política estadounidense. La candidatura independiente de Robert Kennedy viene marcando puntos pero no al ritmo deseado. Lo más seguro es que al electorado gringo le tocará más de los mismo. 

O peor, porque basta imaginar una segunda presidencia de Donald Trump.  

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     El cinismo y soberbia del ELN no tienen límites. Llegó a calificar de «imposición inaceptable» que se comenzara por hablar del secuestro en el ciclo de negociación que se inició en México. Es que si no se aborda ese tema ni vale la pena reunirse.
 
   Está bien que el Gobierno fije líneas rojas y que, como planteó el senador Cepeda, «nombre por nombre y caso por caso» se le exija al ELN poner en libertad a las personas que tiene en su poder y  renunciar a esa aberrante práctica. Sin que el Estado o la comunidad internacional tengan que financiarlos de antemano, como pretenden. ¿Cuándo se bajarán de ese bus? 

PS: La reinstaurada Laura Sarabia está demostrando ser el polo a tierra del Gobierno. Pila y veloz. Fue la primera en bajar del avión presidencial en Dubái para saludar a los dignatarios árabes.  
 

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