Enrique Santos Calderón
¿Cuál es el poder, chantaje o embrujo que ejerce Armando Benedetti sobre Gustavo Petro?
Es la pregunta en boca de muchos tras su aterrizaje en una oficina contigua al despacho presidencial como “asesor legislativo”, luego de un desempeño relámpago como delegado de Colombia ante la FAO en Roma—cargo diplomático creado para él—, a pesar de investigaciones de la Corte Suprema y escándalos personales que lo rodean.
No se explican las razones del nombramiento. Solo se sabe que no ha caído bien. Ni dentro ni fuera del Pacto Histórico. Líderes petristas como Iván Cepeda y María José Pizarro, entre otros, lo han criticado. La defensora del pueblo se pronunció en contra, recordando “sus cuestionables antecedentes sobre violencia de género”. El Espectador dijo en editorial que “con Benedetti el Gobierno pierde estatura moral” y pregunta si “¿hay una parte de esta historia que no conocemos los colombianos?”. Lo que sí recordamos todos es su amenaza (¿alicorada?) de que si contaba todo lo que sabía sobre finanzas de la campaña presidencial “nos hundimos todos y acabamos con el hp gobierno”.
Cada quien es dueño de sus silencios y también esclavo de sus palabras. Sería inconcebible que el presidente de la República fuera una especie de rehén del silencio de Armando Benedetti, pero lo que este llegó a advertir en aquellas exaltadas declaraciones se presta para toda suerte de conjeturas. Y para que pocos entiendan por qué Petro lo coloca ahora a su lado como consejero político y enlace con el Congreso. No lo entendió un desconcertado ministro del Interior, al que le corresponde esta tarea, que admitió que no sabía qué funciones desempeñaría Benedetti en su nuevo cargo.
¿Es para controlarlo mejor? ¿Preferible tenerlo orinando hacia adentro que hacia fuera? Un petrismo sorprendido y molesto no sabe bien cómo interpretar el enigma Benedetti y en la oposición se habla con mal disimulado regocijo de que el famoso “golpe blando” es el que puede recibir Petro de sus propias huestes, contra el empoderamiento del cuestionado personaje.
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Yo lo conocí cuando comenzó a trabajar como reportero en el Noticiero QAPen 1992 y desde antes he sido amigo de su padre, Armando Benedetti Jimeno, exdirector de Diario del Caribe y exministro de Comunicaciones de Ernesto Samper, quien me consta sufría por el verbo desabrochado y las travesuras de su hijo. Las directoras de QAP, María Elvira Samper y María Isabel Rueda pronto se dieron cuenta de que lo suyo no era el periodismo sino la política y le dijeron que siguiera ese camino. Así lo hizo, y llegó a ser presidente del Congreso.
No sé bien cómo se gestó la cercana amistad con Gustavo Petro, pero no es difícil imaginar que un joven recursivo y locuaz, con simpatía caribeña y olfato político cautivara la atención de un exguerrillero con ambiciones presidenciales y necesitado de más entrada social y contactos con sectores progresistas del establecimiento. De ahí se consolidó una relación entrañable que ha resistido varias pruebas y a veces resulta indescifrable. Armandito, como le dicen sus amigos, es tan inteligente como acelerado, explosivo y lenguaraz, por lo que gente del círculo íntimo de Petro teme que pueda volverse una piedra en el zapato.
La historia está llena de ejemplos de tensiones y conflictos entre presidentes y sus íntimos consejeros, que a veces estallan en escándalos públicos o en vergonzosas revelaciones. Se me viene a la cabeza el caso del polémico asesor de seguridad nacional de Trump, el bigotudo John Bolton, un derechista de línea dura que fue partidario de invadir a Venezuela y luego publicó un libroen el que se arrepentía de haber contribuido a la elección del “hombre más peligroso del mundo”. No quiere decir que Benedetti pueda ser un Bolton, pero no faltan quienes se deleitarían con un libro suyo sobre intimidades de Petro.
El nuevo asesor presidencial anunció que es un hombre nuevo y está en plan de rehabilitación de excesos y adicciones. Y a nadie se le niega una segunda o incluso tercera oportunidad sobre la tierra. Solo el tiempo lo dirá.
P.S.1: Para quienes aún van a cine, hay dos películas colombianas que no vacilo en recomendar: Pimpinero: sangre y gasolina de Andi Baiz y Estimados señores de Patricia Castañeda. La primera, sobre el drama de los jóvenes que se ganan —y se juegan— la vida con el contrabando de gasolina entre Colombia y Venezuela. La segunda, sobre la lucha que en 1954 inició un puñado de mujeres para lograr el derecho al voto. Dos miradas esclarecedoras sobre realidades pasadas y presentes de este país.
P.S.2: Tremenda expectativa ha generado la serie sobre Cien años de soledad que el 11 de diciembre estrena Netflix. García Márquez nunca creyó que su obra máxima pudiera llevarse exitosamente a la pantalla. Ojalá se demuestre que estaba equivocado.