Enrique Santos Calderón
Hay clima de confusión e incertidumbre. Nadie sabe bien qué está pasando ni para donde van las cosas. No se ven líderes sobresalientes de la oposición ni herederos convincentes del gobierno, y las encuestas señalan lo mismo: un sesenta por ciento siente que el país va mal y un treinta por ciento que no tanto.
Reflejo quizás de una democracia estable y a veces volátil como la nuestra, donde persiste el pesimismo pero siempre hay espacio para sorpresas políticas o figuras nuevas: los llamados “outsiders” —la periodista Vicky Dávila, por ejemplo— que animan el tedio político sin significar salidas extremas, como hubiera podido ser el ingeniero Rodolfo Hernández (q.e.p.d.). Que “insiders” del Gobierno como Gustavo Bolívar estén bien ranqueados tampoco tiene por qué generar pánico.
Ni Dávila ni Bolívar representan amenaza institucional. Ella encarna el fugaz esplendor mediático de una aguerrida reportera antipetrista y él tiene el atractivo de ser el más elocuente vocero del presidente Petro. Pero lo que me pareció llamativo de la última encuesta Invamer es la proyección de Germán Vargas Lleras como serio contendor para la jefatura del Estado. Mas allá de su antipatía personal, o del célebre coscorrón al escolta, se ha ubicado como el líder político que más conecta hoy con un anhelo generalizado de autoridad que se respira entre la ciudadanía.
Puede ser signo de realismo de los colombianos pues a plata de hoy, con el auge del atraco callejero, la extorsión rampante y la guerra abierta entre grupos criminales, es mano dura contra la delincuencia social y política lo que la gente quiere ver. Vargas Lleras tiene a su favor un conocimiento detallado del Estado, don de mando y reconocida ascendencia ante la fuerza pública.
Para sus detractores y detractoras es un “facho” mal geniado y machista, pero al margen de estas viejas prevenciones no extraña que con el nuevo deterioro del orden público, el creciente confusionismo jurídico y una gestión presidencial estancada, tanta gente piense que Vargas Lleras es el dirigente que necesita el país y el comandante que las Fuerzas Armadas requieren. Tiene condiciones que no son tan evidentes en otros aspirantes.
Sergio Fajardo, quien hoy encabeza los sondeos, tiene muchas pero no proyecta la firmeza de carácter o sentido de la autoridad que la ciudadanía hoy reclama. Claudia López sigue sólida como opción de una mujer presidente que muchos creen que le haría bien a Colombia. Tiene personalidad, recorrido político y experiencia administrativa, pero la veo difícil. Falta año y medio, en fin, y sobra tiempo para especular. Y para que brinque al ruedo algún “gallo tapado” que a todos nos sorprenda.
Sea quien fuere, lo único seguro es que no provendrá del extremismo político. La conclusión más importante de la encuesta es la confirmación de que la gran mayoría de colombianos se ubica en el centro, unos más a la izquierda o derecha que otros, pero todos lejos de opciones extremistas. Los presidenciables de la derecha conservadora (Uribe Turbay, Valencia y Cabal) no suman entre todos ni un diez por ciento de la intención de voto y si apareciera un aspirante de la izquierda radical tampoco le iría bien. El eterno centro, bendito sea, es el que mantiene cohesionado a un país que es superior a sus dirigentes.
Y hablando de la “mano dura” que tanta gente invoca lo clave es la forma como se aplique. En la práctica y no en la retórica electorera. Si el brazo armado del Estado, conducido por el poder civil, sabe a dónde apuntar, y recupera territorio y autoridad sin llevarse de por medio a civiles inocentes, se avanzará hacia la erradicación de la peste guerrillera y paramilitar. Algo se ha logrado pero aún falta mucho, como lo indican los ataques y atentados que a diario se siguen presentando en el territorio nacional.
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Juan Gabriel Vásquez recrea en su último libro (Los nombres de Feliza; Alfaguara) la súbita y triste muerte de Feliza Bursztyn, la genial e irreverente escultora colombiana que se hizo célebre por llevar la chatarra al arte. Conocí a Feliza en los años sesenta cuando la entrevisté para El Tiempo y desde el primer momento me impactó su espíritu espontáneo y rebelde, que habría de plasmar en una obra de hierros retorcidos que desconcertó —y luego sedujo— al entorno artístico de la época.
Estuve con ella la noche en que murió en 1982 en un restaurante ruso de Montparnasse. Habíamos llegado copetones y alegres con su marido Pablo Leyva, García Márquez y Mercedes y mi señora de entonces, María Teresa Rubino, tras haber caminado varias cuadras bajo una tenue nevada parisina. Mientras sentados en la mesa discutíamos el menú y sin que nos diéramos cuenta, Feliza decidió morirse. Así no más. Desgonzada discretamente hacia un lado. Sin un murmullo ni un gesto. Sin despedidas “histéricas”, como ella bautizaba a sus esculturas.
Un episodio doloroso y singular que me ha evocado el libro de Vásquez sobre una mujer excepcional que merece ser recordada.
P.S.1: Inverosímil que un comité de Naciones Unidas dijera que había veinte mil cadáveres en un hangar cerca del aeropuerto El Dorado. Afirmación delirante y absurda que no se sabe bien de dónde provino y que lesiona tanto la imagen del país como la credibilidad de Naciones Unidas en Colombia. Urge una aclaración de fondo.
P.S.2: El hijo del presidente, Nicolás Petro, enredado en un caso de lavado de activos y ahora un hijo de la primera dama, Nicolás Alcocer, denunciado por tráfico de influencias. “Nicon uno Nicon otro” fue el agudo apunte en una red social.