Los Danieles. Doris para la memoria

Ana Bejarano Ricaurte

Ana Bejarano Ricaurte

¿Quién
dice que se nos murió todo
cuando se nos quebraron los ojos?
Todo despertó, todo comenzó.

Con todos los pensamientos me fui, Paul Celan.

El mundo premia de nuevo a la maestra Doris Salcedo. La familia imperial de Japón le otorga el Praemium Imperiale, el más importante reconocimiento de las artes en el mundo. Salcedo es una escultora que ha hecho historia y tristemente es en el extranjero en donde más se le ha aplaudido.

La maestra Doris Salcedo es la primera colombiana en recibir el Praemium Imperiale y comparte el podio con artistas como Yo-Yo Ma, James Turrell, Martin Scorsese, Placido Domingo, Francis Ford Coppola, Judi Dench y Sofia Loren.

A su prolífica obra la entrelaza el ejercicio de empatía que impulsa cada instalación, acción colectiva o pieza intervenida. Su interés por escuchar, recoger, inspirarse y contaminarse del contexto se plasma en los centenares de trabajos de campo que desde hace décadas nutren su trabajo.

Ese deseo de sumergirse en el sujeto que la ocupa tal vez empezó con una serendipia que marcó su vida y la del país. Tras regresar de Nueva York, en donde se hizo maestra en Bellas Artes, trabajaba en la Biblioteca Luis Ángel Arango a tres cuadras del Palacio de Justicia. El 6 de noviembre de 1985, cuando empezó la toma, Doris escuchó las primeras balas y al bajar a la plaza encontró los tanques del Ejército.  

Devastada con lo que presenció, se sentó a recoger recortes de prensa. Eran pocos; nadie hablaba de eso. Desesperada con el silencio, buscó hacer una obra con los objetos que quedaron de la quema del Palacio, pero enfrentó la primera de varias censuras de su obra. Esa negación, según ella, fue el momento más importante de su carrera, porque la empujó a la calle.    

Calle que convirtió en lienzo en diferentes esquinas del mundo, como la de la once con carrera séptima en Bogotá desde donde descolgó 280 sillas, cada una en el minuto exacto en el que cada víctima perdió la vida durante “Noviembre 6 y 7”. Una obra que vivió por 53 horas, como el asalto.  

Con instalaciones imponentes u objetos microscópicamente intervenidos, la propuesta de Salcedo sobre el dolor que deja la violencia y sobre la justicia que esconde un proceso de memoria es una de las más potentes y originales en el mundo. Parece apenas justo que este país, tan presto a producir sufrimiento, también conciba a una de las artistas que mejor ha sabido pensarlo y reflejarlo. 

Tras décadas de premios y aplausos, la sigue moviendo la injusticia testimonial que busca reparar con su arte. Siempre vuelve a sentir incomodidad con la ausencia de relatos y reflexiones que permitan interpretar y tramitar la violencia. Una carrera artística dedicada al duelo: el vidrio quebrantado para nombrar a los líderes sociales asesinados, el “Palimpsesto”, que trasluce los migrantes que se pierden en el mar, “La casa viuda”, que deja el desplazamiento forzado, la “Shibboleth”, que parte el piso de la Tate Modern, la “Plegaria muda” por los ejecutados extrajudicialmente. 

Es el esfuerzo por entender cómo viven las víctimas después. ¿Qué queda? Y advierte Doris: “Cuando a alguien le importa tu dolor, duele menos”. Es la solidaridad que la cambió y la sigue cambiando. Como su escultura, en constante transformación, ante los distintos rostros que la inspiran: la niña que se rehusó a quitarse el vestido que llevaba el día que presenció cómo mataban a su madre, la mujer que lavaba religiosamente las camisas del esposo asesinado, la enfermera torturada, todos los que ya no están y los que quedan. 

Y son esas historias sumadas a la maestría de una escultora brillante, meticulosa y obsesiva, que invitan a reflexiones conmovedoras. La precisión de sus propuestas, incluso o especialmente cuando son monumentales, es también reconocer que la belleza es una forma de devolver dignidad. Las vidas que se llevó la violencia ahora persisten enaltecidas por su arte: para eso sirve su remembranza. 

Por eso también es un trabajo colaborativo —tiene que serlo—, porque se ocupa de la movilización de otros, de despertar sus memorias. Los “Fragmentos” que armó con las víctimas de esclavización sexual en la guerra, los diez mil voluntarios que sumaron sus ausencias, el equipo de científicos, arquitectos, ingenieros, carpinteros y todo tipo de sabios que la asisten a materializar sus visiones. Es su invitación a una performancecolectiva para evocar.   

Los muebles atiborrados de cemento, deformados con huesos, tejidos con pelo o con pasto que crece de sus grietas, el tapiz hilvanado con pétalos de rosa, las lágrimas que ocultan y develan nombres en el Palacio de Cristal, las camisas atravesadas por barras de acero, las armas fundidas para cubrir el piso: gestas poéticas para no olvidar. 

Salcedo es la voz de la conmoción que silenciamos. Tal vez por eso, a pesar de las ovaciones internacionales, está incondicionalmente atada a este lugar y su dolor, a las primeras balas que escuchó ese 6 de noviembre de 1985 y al silencio que vino después. Una mujer amable, solidaria, contestataria y prendada a una tierra llena de negacionistas e indolentes, que a veces parecieran empecinados en olvidarla a ella también.

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