Daniel Samper Pizano
No duraron mucho las buenas intenciones que se oían en la COP16 al ritmo del bullerengue y la salsa. Apenas once días después del certamen y del feliz adiós a Cali se celebró el COP29 en Bakú, capital de Azerbaiyán, un país de casi once millones de habitantes enclavado entre el occidente asiático y el oriente europeo.
La primera sorpresa es que el presidente de la república, Elhim Aliev, lejos de criticar el consumo de hidrocarburos (gas, gasolina, ACPM, etc.) que ha precipitado el cambio climático, adora el petróleo.
—Es un regalo de Dios —sostuvo en el discurso inaugural de la gran cumbre ecológica—. Un don divino, y los autorizo a citar mis palabras.
Así, pues, aquellos productos que para la ciencia equivalen a una sentencia de muerte planetaria, para los intereses políticos y económicos de una buena parte del mundo son un bocado celestial.
¿Estaremos condenados a la destrucción en medio de esta guerra? Cito textualmente el discurso de Aliev para mostrar hasta qué punto será difícil enderezar el rumbo suicida que mantiene el planeta. Pero ¿qué más podía esperarse del mandatario de una nación cuyos ingresos dependen en un noventa por ciento del gas y el petróleo? Es como si Colombia patrocinara una conferencia sobre los malos efectos del café. Por eso me conmueve el papel de António Guterres, secretario general de la ONU, que se esfuerza en poner paz en un mundo asediado por los conflictos bélicos y procura sembrar la convicción de que nos encaminamos hacia el apocalipsis. En contraste con las palabras ufanas del mandatario azerbaiyano, Guterres señaló, desolado, que “el año 2024 ha sido una cátedra magistral de destrucción climática”.
(A los curiosos que se preguntan qué pasó con las COP numeradas entre la 16 y la 29, les explico: la de Colombia fue la decimosexta Conferencia de las Partes acerca de un convenio específico, el de diversidad biológica, y la de Bakú, que terminó el viernes, es la número veintinueve en torno al marco de las Naciones Unidas sobre la crisis climática. Dos asambleas distintas, una sola tragedia verdadera…).
Pero sucede que entre COP y COP se han producido nuevas catástrofes ambientales.
La primera, el triunfo de Donald Trump, un sujeto que retiró a Estados Unidos del trascendental acuerdo de París 2015 para frenar el calentamiento global y declaró que este fenómeno “es un invento de los chinos para atacar la industria estadounidense”. Suena como futuro zar de la Energía, Doug Burgum, quien no vacilará en ejecutar las instrucciones de su pelicítrico jefe: “¡Perfora, baby, perfora!”.
En realidad, la catástrofe política no se limita a elegir un negacionista, sino que el futuro gabinete anticipa la ola que llegará el 20 de enero próximo. En sus últimos días de candidato, Trump adoptó el rol de amigo de la concordia y depositario de los anhelos comunes de los ciudadanos. Bonito. Pero, ya elegido, la cosa cambió. Su secretario de Estado será Marco Rubio, cubano de Miami y líder conservador; es decir, reaccionario al cuadrado. El director de Seguridad Doméstica o zar de las fronteras, Tom Homan, adelantará la, según Trump, “más grande deportación de inmigrantes de la historia”. Stephen Miller, jefe de Políticas, colaborará en el propósito expulsor; tiene credenciales: fue quien, en el primer cuatrienio de Trump, vetó la entrada de musulmanes al país. Matt Gaetz, el nuevo fiscal (ministro de Justicia), es un politiquero peleador y ultramontano que repudian sus propios copartidarios.
Sumen al vanidoso magnate Elon Musk, cuyo encargo es cancelar miles de empleos oficiales. Lo hará bien: siempre ha odiado a los trabajadores y a los pobres. Ya nombraron ministro de Salud a Robert G. Kennedy, parásito que alquiló su apellido a los republicanos a trueque del cargo.
Como se ve, no es poca la catástrofe desatada en Estados Unidos. Mientras tanto, ruge la naturaleza agraviada: una feroz riada inundó parte de España, dejó al menos 225 muertos, arruinó cosechas, derribó 4.000 viviendas y destruyó 1.500 kilómetros de carreteras y 99 de vías férreas. El desastre se acelera. Un fenómeno con la capacidad demoledora del diluvio universal, la tal dana (Depresión Aislada en Niveles Altos), se presenta cada mil o dos mil años. Pero según los científicos no será este el último del siglo.
Así van las cosas en el desplome ambiental. Por si acaso los terrícolas no captaban bien el mensaje, las bombas israelíes han producido en El Líbano —para no hablar de Gaza— la muerte de 3.200 ciudadanos, la emigración de un millón de campesinos y la ruina parcial del campo y los ganados. Allí cayeron decenas de olivos que estaban en pie antes de Jesucristo.
No es extraño que los conflictos sean consecuencia o vayan de la mano de graves alteraciones climáticas. En 2023, cuarenta y dos países padecieron desplazamientos causados por las armas y los desastres ambientales. Lo experimentamos en Colombia. La calamitosa situación del Chocó es un coctel que reúne la irracionalidad de los grupos guerrilleros, las iracundas corrientes del Pacífico y la dejadez del Estado. Añádanse a la receta aludes, lluvias torrenciales, embalses secos, y algún volcán que estalla sin anuncio previo, según ocurrió el martes en Turbo.
Solo falta que el presidente de Azerbaiyán considere que todos estos son, como el petróleo, regalitos de Dios.
Esquirlas. 1. Sí, presidente Petro, de acuerdo: “La impunidad no nos lleva sino a más violencia”. Por eso produce incontrolable repelús que varios de los peores criminales colombianos sean elevados a la dignidad de gestores de paz. 2. La prensa informa sobre la riña entre dos de los actuales líderes parlamentarios, los precarios y deleznables David Racero y Miguel Polo Polo. Ocurre en el mismo Capitolio que vio los duelos legendarios de Rojas Garrido con Camacho Roldán y del Maestro Valencia con Ñito Restrepo. 3.No puedo negar el guayabo que me produce la desaparición del noticiero CM& y el hasta luego del gran Yamid Amat y sus periodistas”.
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