Los Danieles. Cuidado, niños, que viene internet

Daniel Samper Pizano

Daniel Samper Pizano

Hace unas décadas, si uno preguntaba a los maestros de escuelas católicas por los tres principales enemigos del alumno respondían: el demonio, el mundo y la carne. 

Esta semana asistí a una reunión de profesoras de primaria y bachillerato y formulé la misma pregunta. Me contestaron con un vasto menú de males, casi todos procedentes del demoniaco mundo digital: internet, los niños empoderados y altaneros, la falta de autoridad en el hogar, la agresividad de muchos padres de familia contra los docentes, el cibermatoneo, la sexualidad retorcida y temprana, la tecnología inaccesible para alumnos pobres, la dictadura de las redes sociales, la ansiedad infantil que provoca deseos de suicidio, las persistentes huellas de la pandemia… 

En resumen: lo que Michael Rich, especialista del Hospital Infantil de Boston, denomina Uso Problemático de Internet.

El fenómeno UPI abarca diversos vicios enlazados en la red: desde la adicción escolar a los teléfonos inteligentes hasta el uso indebido de los equipos del instituto (para ver pornografía, por ejemplo). También el acceso a aplicaciones de comunicación múltiple e inmediata (WhatsApp), dispositivos móviles (celulares, relojes inteligentes), focos de engaños y bulos y, para rematar, inagotable trajín en redes de intercomunicación y plataformas como X, Instagram, TikTok o YouTube. 
Al rebaño completo lo llaman medios sociales o redes digitales. Nada de esto existía hace medio siglo. De hecho, la telaraña mundial, www, nace en los años noventa, Google surge en 1998 y con el siglo XXI aparecen y se esparcen por el planeta las citadas plataformas. Pocos profetas anticiparon el sacudón que provocó la nueva forma de comunicación, que tantos beneficios y tantos problemas ha traído.

El primer efecto de la revolución informática es que deroga buena parte de los recursos acumulados por la humanidad durante milenios y lanza nuevas tecnologías que se complican y enriquecen a diario. El segundo es que cambia la balanza del poder en el hogar y en la escuela: por primera vez en los anales planetarios los hijos tienen más acceso a los conocimientos y más habilidades digitales que los padres, y los alumnos que los maestros. El tercero es que internet, que prometía ser motor prodigioso de avances, se convierte al mismo tiempo en fuente de dispersión, corrupción y retraso.

Tras dos generaciones interconectadas, existe la certeza de que el UPI perjudica de manera grave la educación. Básicamente, porque quita tiempo a los menores para estudiar, descansar, dormir y hacer deporte. Pero también porque los expone, vulnerables e inmaduros, a contenidos dañosos.
El fenómeno se extiende y enciende ruidosas alarmas sobre el futuro de los nietos de la www. Según el Instituto Kaspersky, el 11 % de los niños manejan sus propios aparatos digitales antes de los 5 años y el 61 % a partir de los 8. Casi la mitad dedican entre 3 y 5 horas diarias a los aparatos, cifra parecida a la de sus padres. 

El mes pasado, los 27 colegios internacionales de Bogotá —todos ellos de alta calidad y reconocido prestigio— anunciaron que restringirán el uso de celulares y otros dispositivos móviles durante la jornada escolar. Aducen que estos artefactos fomentan conductas adictivas, reducen la interacción personal, rebajan el interés por la actividad física, incrementan el matoneo y “generan una disminución importante del rendimiento académico”. Añaden que “existe un consenso claro sobre el impacto negativo de los dispositivos móviles en el ambiente educativo y, sobre todo, el bienestar de los estudiantes”. 

El clamor es universal. Un estudio realizado en la India llega a las mismas conclusiones: “El aumento en el uso de medios sociales tiene el efecto de disminuir la excelencia académica”. Hace trece meses, el Cirujano General de Estados Unidos (alto funcionario que vigila la salud colectiva) pidió a las autoridades que legislen contra el daño de los medios sociales a la infancia. Su mensaje denuncia la normalización, a través de las redes, de “contenidos altamente perjudiciales» para la salud física y mental en los menores. 

También la Asociación Americana de Psicólogos recomienda a los creadores de tecnologías que supriman el botón del “me gusta” (like), fuente de discriminaciones, matoneo y falsos juicios de valor. El famoso estudio global continuo PISA sobre desempeño estudiantil señala que el correo electrónico y el chateo afectan la capacidad de lectura digital de los alumnos. Uno de los más inquietantes desórdenes del comportamiento infantil es la alteración del sueño. Prueba un estudio científico que el cerebro promedio de los actuales quinceañeros se ha reducido por trastornos del sueño (New York Times, V.15.2023). 

Aunque internet es herramienta prodigiosa para unir y difundir conocimientos, quienes más la manipulan y se lucran de ella son un club de empresas con poder universal y deleznables magnates. En enero, citados por el Senado de Estados Unidos, todos lloraron y ofrecieron disculpas a los padres de familia por los perjuicios causados a sus hogares: Herodes critica el infanticidio. 

Se mezclan por vez primera en la historia numerosos elementos capaces de sacudir la vida social y la cultura de los usuarios: redes desenfrenadas, tecnologías al alcance de los niños, despiste de los adultos acerca de cómo enfocar esta nueva relación, desinformación, mentiras intencionadas, anonimato universal, influenciadores deleznables, pornografía, adicción digital. “Nuestros hijos son inocentes participantes en un largo experimento”, denuncia el Cirujano General. 

Vivimos la tormenta perfecta. Y ya asoma en el horizonte el huracán de la inteligencia artificial.

ESQUIRLA. La carta que hoy publicamos, motivada en una reciente Esquirla, prueba que brevedad y claridad no son virtudes del lenguaje inclusivo.

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