Los Danieles. ¿Cuánto aguantará?

Enrique Santos Calderón

Enrique Santos Calderón

¿Cuánto aguantará un presidente con recompensa de veinticinco millones de dólares sobre su cabeza y medio mundo en contra?

Más de lo deseable, como lo demuestra Nicolás Maduro, cuya tercera posesión presidencial fue la mejor muestra de su desprestigio internacional. Los únicos mandatarios que asistieron a la deplorable ceremonia fueron los otros dos dictadores del continente: el nicaragüense Ortega y el cubano Díaz Canel.

Pero no caerá pasado mañana. La brutal represión asegura su continuidad. No habrá insurrección popular interna ni intervención militar externa. Tampoco se vislumbra un levantamiento entre unas fuerzas armadas cooptadas y compradas. Es, por ahora, la triste realidad venezolana que su pueblo brega por cambiar pese a una persecución infame.

Hay que imaginar lo que significa vivir tantos años bajo un régimen que llevó a un país a la ruina, que castiga a cualquier voz disidente, incluyendo a familiares y allegados y que hoy incluso persigue a quienes osan protestar por una red social. Hay que colocarse en su situación, sin cuestionar a quienes optan por huir de la opresión y la pobreza. Pero sí hay que exaltar y apoyar a los que resisten activamente y, en primer lugar, a la mujer que por su tesón y valentía se ha convertido en la esperanza de una Venezuela libre.

María Corina Machado desafió las prohibiciones de Maduro y su inesperada aparición y conmovedor discurso del 9 de enero, encaramada sobre una furgoneta, rodeada de miles de seguidores (también de los esbirros del régimen), pasará a la historia como un hecho inolvidable del acontecer político venezolano. Por lo que significó como bofetada a la tiranía y como ejemplo de valor para su pueblo. Lástima que la persona que designó para representarla tras ser inhabilitada sea el opaco Edmundo González, tan carente de carisma, presencia y fortaleza.

Mucho palo le ha caído al presidente Petro por su actitud, calificada de ambigua y complaciente, ante esta tercera posesión presidencial de Maduro. Pero, aquí también, hay que colocarse en los zapatos del otro. ¿Debe entonces poner fin a las relaciones con un vecino con el cual compartimos una larguísima, porosa y explosiva frontera? ¿Y dar por terminado un renaciente comercio binacional que hoy llega a los mil millones de dólares? ¿Y exponerse a que Venezuela decida incrementar el respaldo a la guerrilla colombiana, con la cual tiene estrechas y viejas conexiones, desde cuando Farc y ELN apoyaban táctica y financieramente al ascendente candidato Hugo Chavez? 

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No es una decisión fácil y no estoy seguro de que sea el camino. Lo evidente es que ningún otro país de la región tiene una situación similar en sus fronteras. Con millones de colombianos residenciados allá y millones de venezolanos viviendo acá, con poderosas organizaciones criminales (llámense Clan del Golfo, Tren de Aragua, ELN o disidencias) traficando, extorsionando y matando en la zona, no es una situación que se preste para salidas histriónicas.

Si la OEA o la ONU aprobaran, por ejemplo, una fuerza de intervención humanitaria y/o militar para restaurar la democracia en Venezuela, el gobierno colombiano no debe vacilar en participar en ella. Pero esto tampoco se vislumbra y, mientras tanto, más vale que primen las razones de Estado, el interés nacional y la cabeza fría. Pese a lo cual el comprensible equilibrismo que pretende Petro de todos modos le acarreará un costo político, dado el enorme rechazo que aquí suscita la figura de Maduro.

Falta en esta ecuación la postura que asuma el imprevisible Donald Trump, que puede echar para atrás la justa decisión de Biden de sacar a Cuba de la lista de países que patrocinan el terrorismo, pero que frente a Maduro podría adoptar una actitud distinta. No solo por el factor petróleo, que siempre pesa en la política exterior gringa, sino por su conocida afinidad con los jefes de Estado autoritarios y por un ego que lo lleva a proclamar que él resuelve cualquier crisis (Ucrania, por ejemplo) por la fuerza de su personalidad (y el poderío militar con el que cuenta, por supuesto).

Habrá que ver cómo le va con Maduro. En algo se parecen.

P.S.1: Interesante que en su discurso de despedida el presidente Biden haya advertido que en Estados Unidos se está consolidando “una oligarquía con tal riqueza, poder e influencia que amenaza esenciales valores de la democracia americana”. Suena alarmista, pero cuando Trump instala como su más cercano asesor en la Casa Blanca al multibillonario y radical derechista Elon Musk, se entienden mejor los temores del presidente saliente.

Biden se propuso, pero no logró, reconciliar a una nación profundamente dividida. Sus agudos comentarios finales sobre un sistema mediático dominado por un puñado de ultrarricos, la desinformación creciente y el ingreso de “dineros oscuros” en la política enfurecieron a los republicanos y agudizaron la polarización. Los demócratas lo aplaudieron, pero termina su mandato con más de sesenta por ciento de desaprobación, mientras la popularidad de Trump se mantiene firme. Veremos cuánto le dura.

P.S.2: El presidente Petro no fue invitado a la posesión en Washington. No sorprende y tampoco justifica el carretazo ideológico que soltó por haber sido «negreado». Uno no va donde no es bienvenido.    

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