Daniel Coronell
Luis Fernando Fandiño tenía diez años cuando vivió la más terrible experiencia de su vida. Desde primero elemental había estudiado en el Colegio San Bartolomé La Merced. Como casi todos los niños tenía la ilusión de entrar a la sección de “los grandes” para empezar a tomar materias de bachillerato y también porque quería ser scout. El grupo Yarí 25, que funcionaba y sigue funcionando en la misma institución, tenía como jefe máximo al director de estudios del colegio, un sacerdote jesuita al que los alumnos respetaban y veían como un abuelo bueno. Su oficina estaba disponible para todos, curaba a los niños cuando se caían o los consolaban cuando tenían dolor de estómago
Una excursión del grupo scout al Valle del Cauca fue el comienzo de una pesadilla que 43 años después no ha podido olvidar. Viajaron de Bogotá a Cali y la primera noche la pasaron felices en el Berchmans, el colegio jesuita de la ciudad. Al día siguiente continuaron el paseo hasta un paraje soleado de Jamundí donde armaron el campamento. Luis Fernando se ganó un premio inesperado, se podía quedar a dormir en la mejor carpa: la del padre.
Esa noche se despertó, cuando sintió que lo estaban manoseando. Le habían bajado los pantalones de la pijama y la mano de un adulto lo masturbaba. El niño, estremecido por el miedo y el pudor, no tuvo fuerzas para gritar, ningún sonido salió de su boca. Lo único que se le ocurrió fue fingir que seguía dormido y girarse levemente para que el cura se detuviera esperando que nada más le sucediera. Pasaron nueve años antes de que se atreviera a decírselo a su mamá. Tenía 20 años cuando finalmente pudo hablar de esa experiencia traumática que lo avergonzaba, como si él fuera el culpable y no la víctima.
El abusador se llamaba Darío Chavarriaga, el mismo cura pederasta que poco antes en otra institución jesuita, el Colegio Mayor de San Bartolomé, había violado al niño Luis Fernando Llano, a quien sometió a vejámenes en el claustro. Además se hizo asiduo visitante de su casa donde abusó de sus siete hermanas que tenían edades entre 6 y 16 años. Los niños tardaron 38 años en juntar fuerzas para contarse entre ellos lo que habían sufrido. Cada uno creía que era la única víctima del pederasta. El depositario de su doloroso secreto en 2014 fue el entonces provincial de los jesuitas en Colombia, el padre Francisco de Roux.
Luis Fernando Llano denunció ante el padre Francisco de Roux los delitos de los que fue víctima. La denuncia ocurrió el sábado 24 de mayo. Al día siguiente, el domingo 25, Chavarriaga le admitió a De Roux los abusos contra el niño. Más allá de las declaraciones grabadas y escritas de las víctimas y de la confesión parcial del cura, los jesuitas Luis Javier Sarralde, Sergio Bernal e Iván Restrepo, comisionados por el provincial Francisco de Roux para investigar el caso, hicieron poco o nada por averiguar qué más había hecho el pederasta Chavarriaga en su largo e impune recorrido. Se limitaron a creerle que nunca más había abusado de niños.
El delincuente había sido capellán de los scouts en Medellín, director de estudios del Colegio San Ignacio en la capital de Antioquia, ocupó el mismo cargo en el Colegio Mayor de San Bartolomé y en San Bartolomé La Merced. Después fue rector de esos dos colegios de la Compañía de Jesús en Bogotá y del San Pedro Claver en Bucaramanga. Fue la mano derecha del padre Gerardo Remolina cuando era rector de la Pontificia Universidad Javeriana de Bogotá y la denuncia lo soprendió en el pináculo de su carrera cuando era decano del medio de la Facultad de Odontología en la misma Universidad.
El doloroso testimonio de Luis Fernando Fandiño prueba que los Llano no fueron las únicas víctimas y que el pederasta Chavarriaga no delinquió únicamente en el Colegio Mayor de San Bartolomé.
Después de leer el expediente canónico me surgió una inquietud sobre las declaraciones del padre Francisco de Roux. Él aseguró que ordenó la reclusión del cura pederasta pero los documentos del proceso canónico no dan cuenta de eso.
Cuando las denuncias de los hermanos Llano se hicieron públicas, gracias al trabajo de los periodistas Miguel Ángel Estupiñán y Juan Pablo Barrientos, el padre Francisco de Roux citó una rueda de prensa, a la que acudieron periodistas y admiradores, en la que afirmó sobre la pena al pederasta Chavarriaga: “Yo lo recluyo en la enfermería donde están los jesuitas terminales”.
El padre De Roux volvió a usar la palabra recluido en su entrevista a 6 am de Caracol: “No podrá volver a tener ningún tipo de cargo público, no puede ejercer la labor sacerdotal. Es decir, en ninguna parte, excepto dentro del sitio cerrado en que queda recluido. Ese sitio donde queda recluido es la enfermería donde están los jesuitas en enfermedades terminales. Él está completamente sano”.
En la misma entrevista De Roux ratificó la sanción de reclusión impuesta al pederasta, según él, arrepentido: “El padre Chavarriaga por supuesto que se arrepintió profundamente y se sometió a todo lo que la Compañía de Jesús dispusiera. Y a colaborar allí en ese momento y hacia adelante mientras estuviera vivo. La decisión que yo tomaba era que él quedaba recluido, encerrado, quiero repetir en el lugar donde están los jesuitas terminales”.
Eso dice el padre Francisco de Roux ahora en 2024, pero hace diez años, el 17 de julio de 2014, unos meses después de la denuncia, le reportó al sacerdote español Adolfo Nicolás por aquellos días general de los jesuitas, es decir superior universal de la orden con sede en Roma, que su sentencia al pederasta era la siguiente y noten que en niguna parte habla de reclusión:
“Pena impuesta al Padre Darío:
El día 28 de mayo de 2014, después de la primera reunión del Comité, cité a mi oficina al padre Darío para comunicarle que su misión en la Universidad Javieriana había terminado. Comuniqué igualmente al rector de la Universidad y al superior de Darío. Esa misma semana el nombre de Darío fue quitado de la página web de la Universidad.
Siguiendo las recomendaciones del Comité, he comunicado al padre Darío las siguiente penas complementarias:
–El ejercicio ministerial queda para él restringido a las casas de la Compañía y particularmente no puede celebrar misa fuera de nuestras casas.
–Debe dedicarse a servir a los jesuitas ancianos y enfermos en nuestra enfermería donde prestará la función de ministro”.
¿Dónde aparece la palabra reclusión, usada reiteradamente ahora por el padre Francisco de Roux? La única pena al criminal fue la de decir misa solamente en las casas jesuitas y cuidar enfermos y ancianos. Una palmadita en la mano ante la dimensión de sus crímenes. Una leve sanción que en nada le hizo justicia a sus víctimas.
Tres meses después de su carta, el general de los jesuitas le contestó al sacerdote Carlos Eduardo Correa, sucesor del padre De Roux como provincial de los jesuitas: “más que penas, las medidas tomadas pueden ser consideradas como propias de un gobierno prudente”.
El general ordenó desde Roma que el condenado firmara un papel donde aceptara la pretendida condena. Por eso le notifican la pena con medidas adicionales que, en ningún caso, suponían reclusión, solamente:
“4. La obligación de informar debidamente y con el máximo detalle posible al Superior local de la Comunidad San Alonso Rodríguez y de María Inmaculada de esta ciudad, de toda salida de la casa, en dónde, a qué y con quién(es) se encontrará:
5. La obligación de pedir permiso al Superior local de la Comunidad San Alonso Rodríguez y de María Inmaculada de esta ciudad para viajar fuera de la ciudad por motivo de descanso, o de alguna reunión de trabajo relacionada con sus nuevas tareas, reportando los itinerarios y las fechas de viaje de ida y de regreso”.
Es decir el “recluido”, el “encerrado” Darío Chavarriaga podía salir a sus anchas como lo hizo, por ejemplo, para recibir un homenaje en la Universidad Javeriana después de haber sido condenado por abusar sexualmente de unos niños.
Admiro mucho al padre Francisco de Roux, como luchador por la paz y la verdad, pero debo cumplir con mi deber de preguntar por su actitud frente a un pederasta que murió sin responder ante la justicia de los hombres, y que fue tan levemente amonestado por la Iglesia. También es mi obligación averiguar por la reiterada afirmación de una “reclusión” que no está soportada por los hechos. Le escribí y me contestó:
“Daniel, he recibido sus preguntas. Como es de público conocimiento, mi abogado ha pedido que sea recibido en la Fiscalía. Siguiendo su consejo, no daré respuesta ni declaraciones públicas hasta que se me informe del inicio de la acción penal por parte de la Fiscalía si esta así lo considera. Por mi trayectoria debo ser cuidadoso con la voluntad que han expresado las víctimas de llevarme ante la justicia en el presente 2024 y será en ese escenario donde responderé ante la Fiscalía”.
Con mucha pena debo decir que el padre Francisco de Roux incurrió en una mentira en sus explicaciones. Ya vendrán sus adoradores, y adoratrices, a decir que probablemente no es mentira y que si acaso lo fuera sería venial.
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