Los Danieles. Claudia en el país de los machos

Enrique Santos Calderón

Enrique Santos Calderón

Estuve en México durante la pasada elección presidencial y fue revelador ver cómo el país de los “meros machos” —igual o más violento que el nuestro y con una rata parecida de feminicidios— elegía por primera vez a una mujer para regir su destino, en unos comicios con una participación electoral por encima del 70 por ciento (recibió 59.8 millones de votos entre 98.9 millones depositados).

Claudia Sheinbaum, una espigada científica izquierdista de 62 años, de ascendencia judía, exalcadesa de Ciudad de México, cuñada del hijo mayor de García Márquez (su hermana está casada con Rodrigo García Barcha), que tiene coincidencias con el presidente Petro en temas como el cambio climático, asume el poder en la segunda economía más grande de América Latina tras un contundente triunfo en las urnas y con el interrogante de si va encarnar la continuidad de las políticas de su mentor y padrino político, el presidente López Obrador, o si intentará diferenciarse.  

Pocos analistas mexicanos prevén que vaya a destetarse pronto de la sombra tutelar de su antecesor, un viejo zorro político que condujo a Morena, el partido de gobierno que él fundó, a una victoria sin precedentes en ambas cámaras legislativas. Tiene el tiempo para hacerlo —allá el mandato presidencial es de seis años— y es más pragmática y flexible, pero por ahora lo único claro es que su elección manda un poderoso mensaje de empoderamiento político femenino (su rival, Xóchitl Gálvez, también mujer, obtuvo quince millones de votos), que en Colombia será asimilado por las numerosas lideresas que hoy compiten en el plano nacional. Desde derecha, centro o izquierda, figuras como María José Pizarro, María Fernanda Cabal, Paloma Valencia, Martha Alfonso, Jennifer Pedraza, Katherine Miranda o Mafe Carrascal estarán pendientes de cada paso que dé la nueva mandataria de México.

Algunas se preguntarán si Claudia Sheinbaum va a gobernar con perspectiva de género. Ella solo prometió que protegería el legado de López Obrador. Pero tiene razón The Economist cuando le recomienda pensar más en el suyo propio. 

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Las elecciones mexicanas rompen una corriente que recorre el mundo: el avance de la derecha. En Francia Macron es superado por Marine Le Pen; en España Pedro Sánchez  por Feijóo y en Estados Unidos Trump sigue por encima de Biden en todos los sondeos, pese a sus incontables enredos judiciales y sexuales (extraña moral puritana la de Gringolandia donde el presidente Clinton casi se cae por su desliz con Monica Lewinsky, pero los adulterios de un putañero consagrado como el candidato republicano en nada lo afectan).

Las elecciones para el Parlamento Europeo confirman esta inclinación a la derecha (también en Alemania, Austria, Italia, Países Bajos…) y a mí me cuesta trabajo entender cómo la gente puede preferir a una Le Pen o a un Feijóo frente a figuras como Enmanuel  Macron o Pedro Sánchez, lo que tal vez solo demuestra lo desubicado que estoy sobre el rumbo político de las democracias desarrolladas.

No es que haya triunfado el fascismo ni que en el Parlamento Europeo se haya instalado el odio, como han dicho el presidente Petro y su embajador Roy Barreras. El lenguaje tremendista no ayuda a entender lo que está pasando, pero inquieta saber que si la derecha extrema hoy llegara a conformar un bloque unido sería la segunda fuerza política del viejo continente. Por eso sí cabe preguntarse: ¿qué se hizo la izquierda? Aquella que creemos representa los valores de la equidad, el cambio y la justicia social frente a una derecha que históricamente ha defendido el orden establecido y sus privilegios.

Todo indica que aún pesan mucho los errores y tropelías que cometió la izquierda marxista cuando desde el poder (en la URSS y Europa Oriental, en China y Cuba) pisoteó los derechos humanos que decía defender. Se presumía que esas aberraciones se habían pagado caras y por eso se desplomó el comunismo, y que la alternativa de un socialismo democrático se convertiría en la salida política —como lo ha sido en los países nórdicos— en un continente que se debatió demasiados años entre el nacionalismo hitleriano y el internacionalismo estalinista. 

Pero el recuerdo de ese pasado represivo y el sostenido fracaso económico de los países gobernados por la doctrina marxista (sin olvidar Venezuela y Nicaragua) convirtieron al socialismo en una mala palabra, asociada con empobrecimiento e ineficiencia. De ahí que los llamados de la derecha a crear riqueza y empresa tengan hoy más acogida que las proclamas de la izquierda hacia el igualitarismo. Está demostrado que la gente ya no come ideología.

P.S.1: Que bueno ver al presidente de la República con cabellera implantada y ya sin esa cachucha que lucía en todos los actos públicos. Una destacada columnista insinúa que ese acto de vanidad es porque  piensa quedarse en el poder, pero eso ya es pura mala leche.

P.S.2: Conmovedor el largo abrazo que le dio Joe Biden a su hijo Hunter tras haber sido declarado culpable de ocultar que era adicto a la droga cuando compró un arma. Enfrenta cárcel, pero Biden no dudó en respaldarlo y declarar que se sentía orgulloso de que Hunter hubiera vencido su adicción. En inusual gesto de empatía Trump se solidarizó con el dolor de la familia Biden. Se explica: su hermano Fred murió de complicaciones derivadas del alcoholismo.

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