Daniel Samper Pizano
En las últimas semanas hemos vivido un torbellino de aceleración histórica. Se trata de un fenómeno que no se da todos los años, y ni siquiera todas las décadas. Varios ilustres historiadores denominamos así a una fuerza inesperada y poderosa que, semejante a ciertos episodios naturales, estremece la realidad durante un breve tiempo y deja consecuencias trascendentales.
La gente la vive y percibe ese momento como una ocasión irrepetible. La sensación es que un suceso formidable tuvo lugar en cuestión de minutos, casi sin que nos diéramos cuenta.
Creo haber sentido la fuerza de la aceleración histórica cuatro veces en mi vida. El 9 de noviembre de 1989, cuando el Muro de Berlín se derrumbó de súbito mientras el mundo miraba boquiabierto. El 11 de septiembre de 2001, con el monstruoso espectáculo del incendio de las Torres Gemelas. El primer trimestre de 2020, cuando una extraña peste se extendió por el planeta, lo paralizó y dejó miles de víctimas. Y, finalmente, esos cincuenta y seis días de 2024 que reforzaron las expectativas futuras de la humanidad.
A nadie se le oculta que las elecciones estadounidenses del 5 de noviembre marcarán nuestro devenir en los próximos tiempos. De ellas dependerán, entre otras circunstancias, la suerte que corra la naturaleza y la estabilidad de los pueblos.
Lo que acaba de acontecer fue una tromba. El 26 de junio luchaban Joe Biden y Donald Trump de manera equilibrada por el periodo presidencial gringo que se avecina. El 27, Biden perdió el norte, se despistó y su campaña se vino abajo. El balance se desequilibró y las encuestas empezaron a decantarse por Trump. El 14 de julio un atentado frustrado convirtió a Trump en mártir y se disparó su candidatura.
La contienda parecía definida cuatro meses antes de las elecciones. Pero el huracán seguía soplando. Biden retira su nominación el 21 de julio, y entonces el Partido Demócrata resucita: se levanta de la lona donde estaba tendido y escoge a la vicepresidenta Kamala Harris como candidata. El vórtice se acelera: a mediados de agosto las encuestas indican que los rivales vuelven a estar parejos. Comienza la convención demócrata y el 22, en un ambiente de jolgorio triunfal, Kamala pronuncia el discurso de cierre, cuarenta minutos de arrebatadora fe en el futuro.
Las encuestas posteriores al carnaval de Chicago conceden por primera vez la victoria porcentual a la vicepresidenta sobre Trump, 48.4 contra 45.3 (The Guardian). Ocurre el trascendental cambio ante nuestros ojos en menos de dos meses. Noviembre dirá si la tendencia se mantiene. Ojalá. La historia es un potro inmanejable que muestra de vez en cuando su rebeldía.
Kamala al bate
Fui de los que disfrutó el discurso de Kamala Harris el jueves pasado, cuando pasó ella al bate. Era una pieza sencilla, sin pretensiones oratorias. El leitmotiv, nítido: atraer a la clase media e identificarse con ella. La partitura, bien lograda. Reiterados y oportunos recuerdos sobre su papel como fiscal y abogada del Estado. Prudencia a la hora de tocar temas que alientan la demagogia derechista, como la inmigración. Reconocimiento de Israel y referencia importante al pueblo palestino. Inevitable intermedio de seis o siete párrafos para atacar a Trump, ese hombre “poco serio” (en realidad, un personaje estrafalario y temible: un raro).
De resto, fuerte defensa del aborto, sin pronunciar sus seis letras. Gotas de ironía contra los plutócratas amigos de don Donald.
Claro apoyo a Ucrania. Indudable rechazo a Putin. Amonestación a Irán.
Mención somera de papá (economista y profesor jamaiquino). Añoranza y abundantes agradecimientos a mamá, una bióloga india ya fallecida. En el menú de los postres, cucharadas redulces de patriotismo.
El defecto inexplicable: la mudez ante el tema más trascendental de nuestro tiempo: la destrucción de la naturaleza. Solo veintiuna palabras sobre la colosal amenaza.
Al lado de Kamala, en el estrado multicolor, Tim Waltz, compañero de candidatura, maestro de escuela, entrenador de fútbol y popular político progresista que derrocha simpatía campechana.
Invitados especiales famosos y multitudes eufóricas en el gigantesco estadio United Center. Serpentinas, consignas coreadas, globos, sonrisas, alegría y optimismo contagioso.
La historia, acelerada, ha dado el volantín. Chicago celebra la fiesta de la resurrección.