Los cinco pasajeros del sumergible ‘Titan’ murieron por la implosión de la nave a causa de la presión externa

El submarino (centro), con su plataforma de inmersión, en una imagen de archivo. Foto: OCEANGATE (EUROPA PRESS)

MARÍA ANTONIA SÁNCHEZ-VALLEJO

Boston – 

La operación de búsqueda y rescate del sumergible Titan llegó este jueves a su fase final, definitiva, con el hallazgo de cinco grandes restos del aparato a unos 500 metros de la proa del Titanic, adonde se dirigía cuando el domingo perdió el contacto con la superficie. La falta de aire en el interior de la nave, que hasta ayer parecía el tope de todos los esfuerzos, había intensificado la víspera el despliegue de medios humanos y tecnológicos en aguas del Atlántico norte, adonde llegaron nuevos barcos e ingenios operados por control remoto: tres robots dedicados a peinar la zona donde el martes y el miércoles se registraron ruidos de origen desconocido; y uno más, capaz de levantar grandes pesos, dispuesto a reflotar la nave si se daba con ella. No hubo ocasión, pues antes se había desintegrado en el fondo marino, llevándose consigo las vidas de sus cinco ocupantes. Uno de los robots, el teledirigido por el barco canadiense Horizon Arctic, encontró este jueves sus restos a una profundidad de 3.800 metros.

El minisubmarino se rompió a consecuencia de una “catastrófica implosión” por la presión sobre la cabina, un habitáculo con forma de cilindro de poco más de 6,5 metros de eslora, 2,8 de manga y 2,5 de altura. Su reducido tamaño, comparable al de una cáscara de nuez a merced del océano, permitía expediciones submarinas a un coste relativamente bajo, pese a los riesgos estructurales y de homologación de los que habían alertadopreviamente algunos expertos. Un juguete caro, a 250.000 dólares el pasaje, que acabó convirtiéndose en un ataúd flotante.

Entre las cinco piezas “mayores” del revestimiento exterior del Titan que se hallaron, como las calificó el vicealmirante John Mauger de la Guardia Costera de EE UU, están un cono de ojiva, el extremo delantero del casco de presión y el extremo trasero del mismo, informó Paul Hankins, experto en salvamento de la Marina estadounidense. La misma Armada que detectó hace unos días lo que consideró una implosión, sin relacionarla con el aparato perdido.

John Mauger, en conferencia de prensa, este 22 de junio.
John Mauger, en conferencia de prensa, este 22 de junio.BRIAN SNYDER (REUTERS)

La implosión, en efecto, “habría generado un importante sonido de banda ancha allí abajo que las boyas de sonar habrían captado”, dijo el vicealmirante Mauger, que no aportó datos del cronograma del suceso. Los dispositivos de escucha de la zona no captaron ningún indicio de un fallo catastrófico de este tipo, según se había informado anteriormente, mientras que los ruidos bajo el agua detectados por aviones de reconocimiento canadienses el martes y el miércoles no parecen guardar relación con el colapso de la nave. “No parece haber ninguna conexión entre los ruidos y el lugar del fondo marino” donde se encontraron los restos, dijo Mauger en la rueda de prensa del jueves, en la que transmitió su pésame a las familias de las víctimas. Los guardacostas habían reenfocado la víspera sus esfuerzos de búsqueda en torno al lugar de donde procedían esos ruidos.

El cofundador de OceanGate, la empresa del Titan, Guillermo Söhnlein, declaró a la BBC que es probable que se produjera una “implosión instantánea” de la nave. “Si eso es lo que ocurrió, habría ocurrido hace cuatro días”, dijo. La prioridad del operativo de búsqueda es ahora hallar y recuperar los cuerpos, mientras se determina la secuencia de los hechos que llevaron al fatal desenlace. Ni una cosa ni otra va a resultar fácil, dadas las condiciones meteorológicas en la zona, con tiempo cambiante, y un entorno, el del lecho marino, “increíblemente implacable”, en palabras de Mauger.

La implosión es el hundimiento hacia dentro de las paredes por la mayor presión del exterior, lo que provoca la rotura del casco, fabricado a base de titanio y fibra de carbono. La Guardia Costera estadounidense no alberga dudas sobre la causa del siniestro, aunque entre la localización de los restos y su identificación pasaron algo más de tres horas, lo que tardó la evaluación de un equipo de especialistas del mando unificado de rescate. Para determinar que se trataba verdaderamente de fragmentos del Titan había que tener en cuenta que el lecho marino donde reposa el esqueleto del Titanic está tapizado de restos de todo tipo, no solo del gran naufragio de 1912. Lejos de la leyenda tejida a partir del siniestro, la zona es más una escombrera que un sitio histórico.

Las embarcaciones 'Horizon Arctic' (arriba), 'Deep Energy' (centro) y 'Skandi Vinland', en la búsqueda de los restos del submarino, este jueves.
Las embarcaciones ‘Horizon Arctic’ (arriba), ‘Deep Energy’ (centro) y ‘Skandi Vinland’, en la búsqueda de los restos del submarino, este jueves.AFP

No hay relación con los ruidos detectados

Un robot capaz de alcanzar el lecho marino y enviar imágenes a la superficie había sido desplegado horas antes en la zona del Titanic por investigadores franceses. El ingenio, llamado Victor 6000, está dotado de dos brazos mecánicos que pueden efectuar maniobras extremadamente delicadas como cortar o remover restos, tal vez la tarea que permitió delimitar la presencia de los del Titan. Un segundo robot, Juliet, con más de 200 horas de exploraciones en los restos del Titanic, no llegó a tiempo al área, de unos 26.000 kilómetros cuadrados, casi la extensión de la Comunidad Valenciana y dos veces el tamaño del Estado de Connecticut. Dos nuevos barcos de Canadá y Francia se habían incorporado también esta misma jornada, en medio de condiciones meteorológicas cambiantes. El operativo internacional estaba formado por fuerzas de EE UU, Canadá, Francia y el Reino Unido, además de la flota mercante que operaba en el área.

Pese al tiempo transcurrido desde que el domingo se perdió la pista del sumergible, la Guardia Costera de EE UU, un cuerpo uniformado especialista en labores de salvamento que ha coordinado el operativo, se resistía a tirar la toalla. “La difícil decisión” a la que el miércoles se refería, eufemísticamente, el capitán Jamie Frederick, portavoz de esta rama del Ejército —es decir, poner fin a las tareas de búsqueda—, no era algo que se hubiera planteado, al menos de manera explícita, porque había variables que escapaban al pronóstico de la ciencia, imponderables que entraban más en la categoría de los deseos que de la realidad: la posibilidad, por ejemplo, de que los ocupantes hubieran estirado unas horas las 96 horas de aire disponibles, respirando despacio y sin ceder al pánico —una de las cláusulas del consentimiento para realizar la inmersión es no sufrir claustrofobia—, o “la voluntad de vivir” de los cinco pasajeros que apuntó, en un denodado ejercicio de optimismo, el vicealmirante Mauger pocas horas antes del hallazgo de los restos. El aire en la cabina del Titan se agotó, según fuentes del Ejército de EE UU, a las 7.08 de la mañana del jueves, hora local (seis horas más en la España peninsular). La vida de los cinco ocupantes a bordo, puede que muchas horas, incluso días, antes.

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