Los bancos espantaron la clientela con graves consecuencias para la economía

Mas de la mitad de las mesas permanecen vacías en los restaurantes. Foto referencial

Por Pablo Pueblo

La sustancial reducción de los clientes de bares, restaurantes y centros comerciales en Colombia es el reflejo de las altas tasas que están aplicando los bancos a las tarjetas de crédito.

Obviamente solo es una parte de la crisis económica que afecta al mundo, pero el énfasis en la responsabilidad que de ella tienen las entidades financieras es la respuesta que no le han querido dar a sectores tan afectados por la escasez de consumidores como el turismo, la recreación, las confecciones y hasta la construcción.

Sin excepción, empresarios y comerciantes del país se quejan de la caída en las ventas y hablan en los medios como mirando para el palacio de Nariño, buscando un responsable y pidiendo una solución que no está en el Salón de Gobelinos de la sede presidencial.

Con tasas de interés del 45 por ciento, a lo mejor a espaldas de las franquicias de las tarjetas de crédito, obviamente los clientes se espantan y mas aún cuando se trata de algunos restaurantes «encopetados» donde los precios son superiores a los de similares y mejores establecimientos de Londres, París o Roma.

Con esas tasas de interés en las tarjetas, quien va a endeudarse comprando ropa, viajando a los lugares turísticos del país o adquiriendo electrodomésticos cuando hasta lo que se sirve en las mesas más humildes es importado.

El empleo también está descendiendo de manera importante en los sitios de diversión porque, por ejemplo los viernes, bares y discotecas tienen muy baja ocupación. Algunos establecimientos cierran a las diez u once de la noche ante la escasez de clientes.

Los gastos ahora son en efectivo y el riesgo de llevar mucho dinero en los bolsillos ante la inseguridad, incide negativamente para el comercio.

Con las tasas cometeras del crédito la cartera del sector financiero está engordando, de manera negativa claro, mientras se adelgazan los ingresos disponibles de las familias para consumir lo necesario, muy poco, casi nada para lo suntuario y mucho menos para pagar las deudas.

Es el espejismo de este y anteriores gobiernos de creer que quienes tienen carro son ricos para justificar la aplicación de precios internacionales a los combustibles, pero sin aplicar la misma regla para «internacionalizar» los salarios.

Un país que devalúa su moneda para comprar alimentos y endeudarse en dólares, no dejará de ser pobre.

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