Por Óscar Domínguez Giraldo
Para evocar su ausencia-presencia retomo algunas de sus respuestas a preguntas que le hice. ( 3514 palabras) .Pero primero un homenaje a su esposa
Mujer de reportero
El varón domado, acostumbrado a quedarse con el pecado y con el género, ha sido avaro a la hora de reconocer el aporte del eterno femenino en su enriquecimiento lícito material y espiritual.
Las ejecutorias masculinas tienen aroma de mujer. Sólo que los hombres tenemos especial facilidad de expresión para ignorarlo. Los periodistas con más veras.
Por eso alegra el elogio que hizo alguna de vez de Gloria Castañeda, su esposa, un colombiano de alto turmequé que nunca se enferma de su importancia: el reportero eterno Javier Darío Restrepo, premio de Periodismo Simón Bolívar por su vida y obra, entre otros muchos galardones que le han llovido.
En el hogar Javier Darío rindió homenaje permanente a su esposa Gloria Castañeda
Sus ejecutorias en el oficio no son producto de una mojada acalorado, sino de una entrega insomne. Cuando Javier Darío habla lo hace tan bien que nos mejora el currículo a sus colegas. Es de los que sube el periodismo al estrato seis.
En achaques de ética, parece dateado por el Espíritu Santo desde cuando ejerció el sacerdocio hasta que mandó el celibato pa’l carajo. (“Señor, hazme casto, pero todavía no”, podía decir con Agustín de Hipona en sus “Confesiones”. Hasta que apareció su Gloria. JD mandó la teología pa la porra).
En su caso, el periodismo ha sido la prolongación del sacerdocio. No hay tutía: con este gurú del oficio, el periodismo sí tiene cura.
Con Gloria tuvo dos metáforas: María José, ecológica guardaparques (Cousteau bogotana), y Gloria Inés, scout, muy Restrepo ella, activista por la paz (Gandhi de tacón bajito) y quien «escribe mejor que Javier». Sostiene mamá.
Pero veamos lo que dijo Javier Darío de la mujer que lo conquistó y que se nos anticipó en el viaje con tiquete de ida solamente: «Di con una fortuna y es con una esposa que es una maga en todo sentido: me transformó la vida y luego se ajustó a mi manera de ser y de pensar. Vivimos austeramente y vivimos contentos».
Cuando le sugerí cuantificar ese aporte de su esposa me respondió:
«Sí, y que no me crean que exagero si digo que es el 95%. Es un altísimo porcentaje. Es que todo lo que significa paz interior, satisfacción, alegría, orgullo, pues ella lo ha fabricado. Fabricó ese par de criaturas y tú sabes igual que yo lo que significan los hijos. En mi caso, esas dos hijas y esa esposa han representado ese 95%. Y temo de pronto ser mezquino».
Le pregunté cómo ha asumido la familia su destino de periodista.
«Tal vez lo describiría con una situación que me resultó muy reveladora. Siempre que anunciaba esos viajes al exterior que generalmente eran para cubrir alguna guerra o alguna cosa de esas, Gloria, en silencio, me hacía la maleta y demás.
Se despedía, desde luego con la natural tensión de las despedidas. Y hubo una ocasión en que a última hora se dañó el viaje. Entonces regresé a la casa diciéndole: ‘Mañana no viajo porque no hay necesidad de hacer el viaje por equis motivo’. La explosión de alegría de esta mujer me indicó lo que había quedado implícito o en silencio en todos los anteriores viajes. Es decir, ella había asumido como una disciplina personal que no interferiría, ni siquiera con la expresión de sus sentimientos, ninguno de mis trabajos. Y eso ocurría siempre”.
¿Cuántos bípedos desplumados no le pondríamos papel carbón a este merecido elogio de Javier Darío a su costilla? Paz sobre la tumba de la mujer que miraba a su esposo asomarse a la ventana y sabía que estaba trabajando, como dijo no sé quién.
Javier Darío Restrepo tenía respuestas para todas las preguntas sobre el oficio periodístico. Ejerció un periodismo de manos limpias. Al periodismo le ha dio estatus como reportero y como estudioso. Nos indicaba por dónde iba el agua al molino de la ética del periodismo.
Reivindicó su condición de reportero cuando le adjudicaron el Premio de Periodismo Simón Bolívar por su vida y obra al pie de las cuartillas. La Universidad de Antioquia le adjudicó el Premio nacional de la cultura por reconocimiento.
Rechazó la dirección de varios medios de prensa porque se sentía más a gusto ejerciendo la magistratura periodística.
Cuando fue “recogido por el silencio” escribía para El Heraldo de Barranquilla, era conferencista dentro y fuera del país, fue Defensor del lector de los diarios El Tiempo y El Colombiano, y prestó sus luces éticas y estéticas durante varios años en la Fundación Nuevo Periodismo del Nobel García Márquez.
P.: Balzac dijo que si el periodismo no existiera no habría necesidad de inventarlo. ¿Tenía razón, o realmente los periodistas somos tan importantes?
J.D.R.: En realidad, si el periodismo se mira como un cuarto poder es prescindible y ahí tiene razón Balzac. Con esa penetración que él tenía de las realidades sociales, él entendía que el periodismo como poder no se justifica. En cambio, el periodismo como servicio es irremplazable. Esa es justamente la reflexión que se está haciendo el periodismo de nuestro tiempo, porque cada vez está entendiendo con mayor claridad que como poder no puede subsistir. Como poder ha sido pésimo, y ha resultado aliado a los otros poderes.
Ahora la evolución que está dando el periodismo es muy interesante, partiendo de hechos tan prosaicos como el de que tiene que vender su producto y para venderlo tiene que garantizarle a la gente que es digno de confianza y de credibilidad, y éstas no se fundan sino es en una actitud de servicio y en un servicio comprobado para la sociedad. A los periódicos los compra la gente, lo hace no ya por simple curiosidad, sino buscando allí algo útil que le sirva. Eso entre nosotros está comenzando a suceder y se lo están planteando más seriamente periódicos grandes en el resto del mundo y de allí está saliendo la preocupación por un periodismo de servicio y como tal indispensable para la sociedad.
– ¿Es bueno o malo ganar premios de periodismo o lo malo es no habérselos ganado nunca?
Javier Darío Restrepo: Creo que es malo ganarse uno un premio si lo saca de su propia realidad y le hace perder el sentido de las proporciones. Que te lleve a mirar a los demás por encima del hombro, o solo el pensamiento elemental de que soy mejor que los otros. Entonces el premio es dañino, no es aconsejable y como los malos tragos se deben dejar a un lado y no usar. Puede ser bueno en el sentido de que te zarandea y te obliga a preguntarte, por qué, en razón de qué. Y te responsabiliza.
Cuando el premio responsabiliza, es bueno. En este caso ha habido una dimensión muy buena, y la he sentido yo como un homenaje superior al premio mismo, y es que los colegas llaman y casi todos tienen la misma frase: «sentimos que es un poco nuestro ese premio». Sobre todo los compañeros reporteros que sentían que el reportero no tenía acceso a ese tipo de distinción. Era una distinción que en realidad se había reservado para directores, dueños de medios y sólo una vez, en el caso de José Salgar, que era subdirector de El Espectador, se habían salido de ese esquema. En mi caso veo que se salieron completamente del esquema y que ya están volviendo los ojos a los reporteros y seguramente que van a encontrar entre ellos una cantidad de gente que es realmente premiable. Aunque para decir la verdad, el reportero- reportero se siente con un premio todos los días, con ese descubrimiento, ese hallazgo que uno hace del ser humano cada vez que emprende una nueva tarea periodística.
P.: ¿Cómo has vivido ese oficio de la reportería?
J.D.R.: Como una aventura diaria, porque desde el momento en que en el consejo de redacción te asignan un tema, el tema es una aventura. Y es una aventura generalmente gratificante; hay veces en que uno vuelve con el rabo entre las piernas, sin haber logrado nada importante, pero en la generalidad de los casos uno resulta gratificado con un hallazgo. En mi vida de reportero que es tan larga, fueron gratificaciones tras gratificaciones.
A veces pensaría uno que lo más interesante es cuando va al exterior a cubrir un evento. No, a veces dentro de esa reportería medio rutinaria que se hace diariamente se aprende mucho y yo creo que en mucha parte soy producto de ese aprendizaje.
P.: Ahora que hablas de rutina diaria, ¿cuál ha sido tu receta para no dejarte aburrir por el oficio?
J.D.R.: Yo le atribuyo esa renovación permanente a una preocupación que siempre mantuve y es que la nota que estoy haciendo hoy, es mi mejor nota. Siempre rechacé un cierto lugar común que es el del reportero que dice: «mi mejor trabajo fue cuando entrevisté a fulano de tal o tal cosa…». Esa es una tentación que dentro de mi manera de ver es peligrosa porque te anquilosa, te deja en ese momento en esa satisfacción y como que allí se hubiera suspendido la búsqueda, el empeño, el trabajo de hacer algo creativo, de hacer algo nuevo, de descubrir nuevas cosas. De modo que siempre yo tenía esa preocupación y en el momento actual en que no hago ese tipo de trabajo, sino otros, es lo mismo: mi trabajo de hoy tiene que ser mejor que el de ayer. Eso, desde luego, lleva un cierto perfeccionismo que es muy angustioso, pero creo que lo mantiene a uno en una tensión de creación.
P.: ¿Y cómo hacer para que ese oficio de reportero no se convierta, como en la definición de García Márquez, en un museo de cosas efímeras?
J.D.R.: Depende de una decisión que generalmente los periodistas tenemos que tomar. Hay algún instante en el ejercicio periodístico en que tienes que decidir si lo que estás haciendo es el ejercicio del cuarto poder o el ejercicio de un servicio.
Si lo tuyo va a hacer una manera de poder y lo haces para poder, te condenas a la esterilidad y a esa cosa efímera, a esa cosa que no vale la pena. Si por el contrario, siempre estás pensando que ésta es tu manera de prestarle un servicio a la sociedad, eso consigo trae la fórmula de la renovación y una dinámica simple.
P.: ¿Y cómo te encaminaste en tu vida profesional hacia esta actividad de la reportería?
J.D.R.: En realidad, no fue algo deliberado, sino algo que se fue dando. Siempre trabajé en ese campo, le tomé gusto y en razón de ese estar pensando en el asunto y estar reflexionando sobre lo que hacía, fui encontrando que es la forma más atractiva y más rica de ejercer el periodismo. Había otras perspectivas, como tareas de dirección o cosas así y esas nunca me atrajeron.
P.: Pero, ¿no estás siendo egoísta en ese sentido en la medida en que una persona como tú al mando de una mesa de redacción haría una gran labor?
J.D.R.: En su momento no lo vi como un egoísmo, sino como realismo. La primera vez que me ofrecieron la dirección de un noticiero, aquello me golpeó. Me golpeó tanto que no pude dar la respuesta en ese momento. Entonces «pedí time» para el día siguiente y aquella noche, fue una noche bastante lenta, como todas esas noches en que uno no puede dormir, porque eran argumentos en pro y en contra. Y el argumento que más pesé fue: «si tu accedes a ser director de un noticiero, nunca vas a dirigir el noticiero».
Los directores generalmente tienen que obedecer a otras presiones, a otras alternativas distintas de lo que ellos tendrían como periodistas puros. Entonces ya interviene el factor político, el económico, las relaciones públicas, una cantidad de cosas. Entonces, de ser director para no poder dirigir a ser reportero, para ser dueño de mis propios instantes y personajes, indudablemente no había mucho de donde escoger.
P.: ¿Ni siquiera te tentó desde el punto de vista económico?
J.D.R.: Hay algo que a mí me dejó mi formación de seminarista y de sacerdote y es una cierta austeridad de vida. Me encantan las cosas cuando las tengo y las disfruto, pero no me echo a morir cuando no las tengo y no las puedo disfrutar. Luego, la vida me ha enseñado que hay una cierta aristocracia del espíritu que consiste en no vivir para tener y en no dedicarle ni tiempo ni deseos a cosas que no se pueden tener. Y luego la misma formación humanística, la afición a las cosas intelectuales, a la lectura, a la investigación, al estudio, me dan otra manera ver las cosas. Y di con una fortuna, y es con una esposa que es una maga… Vivimos austeramente y vivimos contentos. Total que para mí no constituyó en ese momento una tentación el hecho de que si va a aumentar tu ingreso o vas a tener carro con chofer, ni cosas de esas. Para mí eso es más bien secundario.
P.: Cuando te comparas en tu austeridad con los demás mortales que hacen el mismo oficio tuyo, ¿qué reflexiones te haces?
J.D.R.: Cada uno tiene su vida, pero todos tienen su ideal periodístico, eso sí es indudable. Lo que pasa es que muchas veces las circunstancias para todos nos son tan favorables, como para que puedan hacer una reflexión que les dignifique y les magnifique la profesión. Asumen la tarea un poco como una supervivencia, primero supervivencia puramente humana, y después supervivencia profesional.
Es una profesión muy competida, entonces el colega como que en un determinado momento piensa: «Yo primero tengo que sobrevivir como persona, después tengo que sobrevivir como profesional y si me queda un margen voy a exaltarme profesionalmente ya con más estudio, más reflexión». Lo que pasa es que esa tercera etapa muy pocas veces se logra.
Yo creo que al periodismo colombiano le está haciendo mucho mal el sentido empresarial con que se acomete y el no haber entendido en las empresas periodísticas la verdadera dimensión que tiene esta profesión. Los que se destacan, y hay muchos que se destacan, lo hacen combatiendo contra viento y marea; de ninguna manera con facilidad.
P.: ¿Consideras que de pronto es «peligroso» que a los periodistas les paguen sumas astronómicas en la medida en que así se estaría enajenando la capacidad de independencia?
J.D.R.: Sí, las sumas astronómicas dejan la sospecha de que se ha pignorado la independencia y en ese sentido las sumas astronómicas son tan corruptoras como las sumas de hambre que también pignoran la independencia. Fíjate que en los dos extremos se encuentra en peligro el mismo valor, la independencia.
P.: Hablabas ahora de dignificar la profesión. ¿Una forma de dignificarla es a través de la ética de la cual se hablaba poco en el pasado?
J.D.R.: Sí, la falta de costumbre se debió a lo siguiente: a que siempre la ética se ligó como por asociación de ideas a la cosa religiosa y luego a la imposición de normas y eso provocó rechazo. Si a eso le sumas la otra circunstancia de que cuando se toma en la universidad o en el bachillerato una clase de ética y lo que te resulta es una clase abstracta con unos principios «inmamables» por lo difíciles e inexplicables, naturalmente eso crea una prevención y era justamente lo que encontrábamos los que hicimos esa primera aproximación en el Círculo de Periodistas ded Bogotá, que la gente le tenía aversión al asunto.
Después, a fuerza de estudiar el caso y de preocuparme por el asunto, llego a darme cuenta de que es lo más práctico que hay…. Total que cuando le leí hace poco a Adela Cortina que la ética es un saber práctico, ya eso lo había experimentado.
En realidad, es un saber práctico y esto me lleva a lo siguiente: llegué en un momento dado a la convicción, a fuerza de observar en mi propia vida y en la vida de los colegas el ejercicio de la profesión, a darme cuenta de que ética y técnica están estrechamente relacionados, tú no los puedes separar. Y miras a los periodistas más valiosos y a l que más admiras y a los que más te quieres parecer y te das cuenta de que en ellos hay esa conjunción.
P.: Pero cada vez hay más reflexión sobre la ética…
J.D.R.: Sí, lo que pasa es que tienes que entender que hay una ética elemental que viene a ser ese conjunto de normas que te permiten sobrevivir en sociedad y para eso no necesitas ningún principio religioso. El principio religioso toma esos principios y los exalta y los eleva a su máxima potencia. De eso no son capaces todos los mortales, algunos sí lo son y son esas personas maravillosas que tú encuentras en la sociedad que se mueven a partir precisamente de sus convicciones éticas, que en ellos son convicciones profundamente de fe…
En el periodismo ha ocurrido un proceso parecido. Yo recuerdo hace años, tal vez a mí me invitaban a unas conferencias, en el curso de unos seminarios que organizaban Andiarios y el SENA para periodistas en todo el país. Yo iba ahí como invitado, y era el titular del quinto punto, los cuatro primeros eran los que se estimaban los puntos más importantes, cómo redactar, cómo leer un informe, cosa de esas, y en quinto lugar un tema un poquito exótico de un loquito que habla sobre ética. A la fecha, esas reuniones en muchísimos casos se hacen únicamente para hablar de ética y se está multiplicando. Yo me paso buena parte de mi tiempo viajando a distintas partes para hablar de estos asuntos porque veo que la profesión ya ha entrado la convicción de que uno no puede ser buen periodista, si no es un periodista ético.
P.: ¿Cómo has ejercido esa fidelidad sin perjuicio de la libertad de informar que también forma parte de tu bagaje periodístico?
JDR: Porque entiendo que la libertad de informar es el resultado de la acción de hombres libres y yo no concibo un periodismo hecho sin libertad personal. Distingo entre esa libertad personal y esa libertad formal que dan las leyes. Para mí esa libertad formal que dan las leyes es un aspecto muy segundón frente a este otro que es el fundamental: la libertad personal. El periodista es alguien que tiene que trabajar en ese ambiente de libertad y es lo que le configura su talante. Los periodistas nos conocemos unos a otros porque todos tenemos el mismo talante, y tenemos un mismo perfil espiritual que está definido fundamentalmente por el afán de libertad, por estarnos construyendo nuestra independencia. Somos personas muy poco domeñables, siempre queremos seguir nuestro camino propio. Por eso son de admirar los jefes de redacción y los directores que tienen que manejar agente de este talante.
P.: La exigencia de la tarjeta de periodista ha sido una buena experiencia, ¿seguirá siéndolo?
J.D.R.: Yo creo que, en principio, es una buena solución. El periodista necesita una formación, sobre todo si se tiene en cuenta el trabajo que tiene que desempeñar actualmente. Yo miro cualquier sala de redacción y encuentro que allí llegan ríos de datos, pero por cantidades, y te están llegando por fuentes que están inaugurándose continuamente. La última, Internet.
Todo ese río de información no la puede manejar una persona que se haya improvisado en esto. Si es una persona que en otra disciplina adquirió habilidad para hacerlo, bienvenida sea, agréguele unas cuantas técnicas periodísticas y sobre todo la pasión por este oficio y tendrá buenos periodistas sin necesidad de tarjeta. Es la razón por la que a mí no me ha cabido ninguna duda de que hombres como García Márquez, como Álvaro Gómez y como estas brillantes figuras del periodismo que no tienen tarjeta, pues deben continuar, están aportando. Lo decía en alguna columna recientemente, su tarea periodística es su tarjeta, y de eso no cabe ninguna duda.
Ahora, lo que habría que poner en duda es la manera de esa formación. Llevamos ya varios años en que las universidades están buscando un camino y no lo logran encontrar. Ahora se ha abierto otra alternativa que son los posgrados. Y la experiencia que personalmente tengo con profesionales en posgrados de periodismo es una experiencia que hasta ahora me convence, en el sentido de que es gente que después de haber hecho una profesión, es tal la pasión que siente por este oficio que se van a matricular en un posgrado costoso y se sientan otra vez en las bancas a estudiar y a estudiar con mucho entusiasmo. Para mí hay algo que es fundamental y que es lo que más se ha olvidado: el periodismo no es una técnica, es una pasión, y si tú lo tomas como una pasión, la técnica viene por añadidura.