Por Jairo Cala Otero
El político empezó su discurso diciendo: «Saludo a todos y a todas las personas que me escuchan esta noche».
En el espacioso salón estaban Alfabeto y Luz Pensante. Habían acudido no por interés político, sino porque querían pillar uno que otro gazapo verbal. Sabían que aquel oficiante de la manía de decir mentiras y engañar a los electores era un «especialista» en atropellar el castellano.
Libretas en manos y «armados» de sendos bolígrafos, tomaban notas de sus metidas de pata. Y, claro, sufrieron mucho en esa tarea; cada vez que el orador decía una barbaridad lingüística, ellos cruzaban sus miradas cómplices para decirse, sin hablar, que ambos estaban coincidiendo en «cazar» las mismas imprecisiones del orador.
─ «Los y las presentes; los amigos y las amigas…» ─ dijo el político en campaña electoral. Y pocos minutos después «soltó» otra frase semejante, con la que quería enfatizar que él también era de esos que cacarean la defensa del «género». «Los y las quiero invitar a reflexionar…» ─ sostuvo.
Pero ya vendrían mis amigos Alfabeto y Luz Pensante a rebatir esa tesis descocada. Para eso estaban allí, atentos a cuanto aquel cazador de votos decía. Ellos sabían que esos especímenes humanos también arremeten impunemente contra el idioma, como muchos suelen hacerlo contra el erario de la misma manera: impunemente.
Fueron cuarenta minutos que a los dos estudiosos de la lengua cervantina les parecieron un día entero. Sudaron frío, se reacomodaron nerviosamente en las butacas y pasaron un verdadero calvario mental escuchando las descachadas del político.
Cuando estaba a punto de despedirse, el hombre de plazas públicas volvió a emprenderla contra la lengua madre.
─ «Estoy muy contento que estas mujeres y estos hombres entusiastas haigan venido a este encuentro» ─ fue su disparo letal contra el español.
Alfabeto y Luz Pensante no aguantaron más la tortura en sus oídos. Se levantaron de sus sillas y salieron por entre el gentío que, como maniquíes de vitrina de almacén en promoción, permanecía embelesado escuchando al orador metepatas.
Fueron al sitio público más próximo para «debatir» sobre lo que acababan de escuchar. Había sido una experiencia desalentadora, pero, al mismo tiempo, una oportunidad para comprobar que lo que ellos sabían sobre aquel político no era sólo que él gustaba de meter las manos en cajas de caudales ajenas; también que su lenguaje era atropellado, como lo son sus áulicos, que en cada intervención se desgañitan ovacionándolo.
─ Coincidimos, ¿no? ─ dijo Alfabeto, a modo de introducción.
─ ¡Por supuesto que sí! ─ respondió Luz Pensante, y colocó su libreta de notas sobre la mesa, dispuesta a poner los puntos sobre las íes.
─ Me gustaría conocer al «técnico» que tuvo la «genial» idea de inventarse la diferenciación de géneros en el lenguaje ─ apuntó Alfabeto.
─ A mí también me gustaría conocerlo para ¡torcerle el cuello, por so penco!
─ Bueno, no es para tanto. Yo, simplemente, le daría un regaño cordial, y le obsequiaría unas cuantas clases para que aprenda a hablar y a escribir bien.
─ ¿De dónde sacarían esa teoría de que en el lenguaje caben los desdoblamientos sobre masculinos y femeninos, como lo hizo ese político? ─ sentenció Luz Pensante.
─ No tengo ni mediana idea, pero esa absurda «defensa» está torcida; porque los géneros solamente existen en gramática, no entre los humanos. Nosotros tenemos sexos (masculino y femenino), que no es lo mismo que género. Este es sólo atinente al idioma: género masculino y género femenino, dos formas con las que se distinguen sustantivos y adjetivos.
─ De acuerdo, Alfabeto. La falsa creencia de que lingüísticamente caben diferenciaciones de sexo está provocando hecatombes verbales, como las que acabamos de escucharle a ese señor. Con que hubiese dicho sencillamente: «Saludo a todos los concurrentes…» habría sido suficiente porque entre ellos había hombres y mujeres.
─ Sí, también pudo haber dicho: «Los presentes, los amigos…», porque el artículo ‘los’ involucra a las personas de sexo femenino. Así se evita esa horrible repetición de términos que deslucen las oraciones gramaticales.
«Los quiero invitar a reflexionar…», debió ser la otra forma correcta de expresarse aquel político.
─ ¿Y qué dice usted de la otra «belleza» del final? ─ preguntó Luz Pensante.
─ ¡Fue un bodrio lingüístico descomunal! Esa mezcla de pronombres demostrativos (estos y estas) con los sustantivos hombres y mujeres me dejó helado. Y se «tragó» la preposición de antes del pronombre relativo que. ¡Ni qué decir del verbo «haigan» que retumbó en mi mente por largos minutos! Lo correcto hubiera sido: «Estoy muy contento de que estos hombres y mujeres entusiastas hayan venido…».
─ La gente que pasa por encima de las normas gramaticales también es capaz de violar cualquier ley o norma de convivencia ciudadana. ¡Qué peligro! Esos mal hablantes están prostituyendo el idioma que Cervantes y otros escritores talentosos han encumbrado. Y ¿sabe qué es más triste todavía, Alfabeto? ¡Que los medios de comunicación hagan eco de semejantes atentados contra el español!
─ Vámonos ya, se hizo tarde. No quiero encontrarme en el camino con ese torpe del discurso…