¿Las derechas vs. las víctimas?

“Paloma Valencia no es la única que ultraja al pueblo con su indiferencia ofensiva”: Cecilia Orozco Tascón Foto: JOSE VARGAS ESGUERRA.

Cecilia Orozco Tascón

Por su incapacidad para modernizarse, actualizar estrategias y tener en sus filas a intelectuales serios que, en lugar de insultos y amenazas de eliminación, propongan ideas constructivas, las derechas y ultraderechas colombianas parecen ir rumbo al fracaso electoral. Aunque tienen ventaja por la evidente situación crítica del presidente Petro y su administración, y por las tendencias internacionales favorables al espectro político extremista en Latinoamérica, así como en naciones europeas y, por supuesto, en Estados Unidos con el invasivo Trump, tales derechas se equivocan si menosprecian el cambio sociopolítico que ha sufrido este país en el cuatrienio Petro: es un hecho que una importante base popular siente que ha estado más cerca de la persona del presidente; más incluida en los programas oficiales y más identificada con la actual clase gobernante (con independencia de su eficiencia). Entre tanto, los personajes que representan el tradicionalismo no disimulan su desdén social por los funcionarios actuales del Ejecutivo debido a su falta de preparación académica en algunos casos, es cierto, pero también, a su origen, color de piel, indumentaria y apariencia física. 

La “blanca” Paloma Valencia cobró el “triunfo” por la resolución del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, la semana pasada, en la cual se excluye a la JEP del acompañamiento de la Misión de la ONU en la tarea de monitorear si sus sancionados –exguerrilleros y exmilitares– cumplen las sentencias que le ha impuesto esa jurisdicción de paz. “Hace unos días enviamos al Secretario de Estado de EEUU, Marco Rubio, una misiva en la que le pedíamos reconsiderar el apoyo que le daba el Consejo de Seguridad de la ONU al Acuerdo de la Habana”, dice Valencia. Se ufana de la decisión del Consejo de Seguridad pese a que Estados Unidos cuenta con un voto entre cinco de los países permanentes y 10, de los no permanentes, en total 15. Y exagera hasta mentir, cuando afirma que “se derrumba el aval internacional que blindaba el Acuerdo” de Paz con las FARC o que “se rompe la ilusión de que la ‘justicia restaurativa’ colombiana estaba acorde con el Estatuto de Roma” (ver). El recorte de los mandatos de la Misión de la ONU en nuestro territorio no tiene, ni de lejos, esos efectos, entre otras razones, porque la Misión recibió, simultáneamente, el respaldo del Consejo de Seguridad para continuar con su labor de verificación sobre los avances de los ex integrantes de la guerrilla en su reincorporación política y social pactada en el mismo Acuerdo. Si bien la presión del gobierno Trump fue determinante para recortar sus tareas puesto que su veto sí hubiera obligado a cerrar la Misión del todo, también es cierto que los gobiernos de Dinamarca, Francia, Rusia, Panamá, China, Argelia y Guyana se pronunciaron a favor de Colombia en tácito rechazo a la imposición norteamericana. La JEP no ha perdido ni una coma de respaldo internacional, salvo el del extremismo estadounidense alimentado por el extremismo colombiano. No les quepa duda. O ¿creen que Trump sabe qué cosa es la JEP?

Pero, por encima de cualquier otra consideración, la reducción del mandato de la Misión de la ONU que tanto alborozo le produce a la blanca paloma, perjudica, más que el Acuerdo de Paz, a las víctimas del conflicto armado incluidas las de las FARC, a quienes se supone que protege el uribismo: la presencia de funcionarios de un organismo como la ONU les brindaba seguridad, compañía y exigencias al Estado sobre el cumplimiento de sus promesas. Lo mismo acontece con las poblaciones indígenas, campesinas y afro, víctimas de la guerra territorial, excluidas de la vigilancia de la Misión. Ahora, unas y otras quedarán más expuestas sin la protección internacional. 

Nada nuevo: Valencia y las derechas a las que ella pertenece, reafirman, así, su repulsa –aún en época de elecciones– a la suerte, la vida y derechos de los “nadie”. Paloma no es la única que ultraja al pueblo con su indiferencia ofensiva. Cuando María Fernanda Cabal niega el genocidio de la Unión Patriótica insultando al periodista que la entrevistaba (ver), y a pesar de que ese macrocrimen fue ejecutado por militares y paramilitares durante 23 años y cobró 5.733 víctimas entre quienes cayeron dos candidatos presidenciales (ver), Cabal desaira a un grupo poblacional de 25 mil a 30 mil parientes de los asesinados o desaparecidos de la época; o a muchos más, si únicamente se considera su afinidad política. Cuando el servil parlamentario de Cabal, Polo, arroja a la basura las botas simbólicas de las madres de Soacha cuyos familiares fueron desaparecidos y asesinados por unidades del Ejército, reabre el dolor inmenso de perder a un hijo y demuestra la insensibilidad de las derechas ante la angustia ajena a los intereses de su coto político (ver). Cuando todos a una, en la facción ultraderechista amplia del uribismo desmienten la constatación judicial sobre miles de ejecuciones extrajudiciales por parte de uniformados de la fuerza pública en contra de jóvenes pobres, desempleados o discapacitados, asesina la credibilidad de los electores en la justicia y en nuestra historia. Con todo esto, ¿piensan que pueden conquistar dentro de 4, 5 y 6 meses, votos populares? La gente ya no está “berraca” como cuando engañaron a Colombia con sus campañas falsas. Ahora sabe que la estafaron.

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