Ladrones honrados

Las bibliotecas públicas de Medellín, víctimas de los "Ladrones honrados" que recuperaron la memoria. Foto El Colombiano

Por Óscar Domínguez Giraldo
Mi propósito era invitar a almuerzo ejecutivo a los ladrones honrados que aceptaran la invitación a devolver a las bibliotecas públicas locales los libros con los que se habían quedado en un ataque parcial de amnesia. La exitosa amnistía para los olvidadizos fue lanzada por la Secretaria de Educación de Medellín.

Tuve que desistir de la invitación a almorzar porque más de 16 mil amorosos morosos devolvieron libros. Ni siquiera una pensión de corrupto o de contratista ilegal de esos que convirtieron la casa en cárcel, habría podido pagar la cuenta de los corrientazos.

Para quedar a paz y salvo con las bibliotecas los ladrones debían explicar por escrito los motivos. Aunque tampoco era imprescindible disculparse. Los timoratos o pusilánimes de oficio podían dejar “el olvido” en el sitio indicado y abrirse sin mirar atrás como la mujer de Lot.

El resto de los mortales podríamos aprovechar la coyuntura para exigir que nos devuelvan los libros que algunos bobos de profesión solemos prestar. Bueno, y por ahí derecho devolver libros con los nos quedamos confiando en la mala memoria de los prestamistas.

Yo me había quedado con “Momentos estelares de la humanidad”, de Stefan Zweig. No contaba con la astucia y la memoria de cien elefantes del Coco Rodrigo Ramírez quien me llamó al orden. Me copié del célebre vallenato y fui ladrón honrado a mis espaldas.

Me dio de mi misma medicina porque en el pasado aproveché mi desvertebrada columna en El Colombiano para reclamar dos libros que había prestado: “Yo, Groucho”, autobiografía de Groucho Marx, y “La alegría de leer”, de don Evangelista Quintana que “obraba” en poder de Elena Botero Jaramillo, hermana del gran Baltazar.

Tuve éxito en mi doble reclamación. En el primer caso, el deudor era el exministro Gilberto Echeverri Mejía, de feliz memoria, como dicen los papas de sus antecesores. Elena no solo me devolvió mi ejemplar, sino que me indemnizó con un algo más cuñado que una mesa coja.

Quise devolverle a su legítimo dueño, Orlando Cadavid Correa, su libro “Cuarenta biografías anecdóticas”, de Dale Carnegie, pero mientras lo leía a paso de ganso, para generar olvidos, el hijo de doña Angélica nos dejó. El solitario del barrio Carlos E. Restrepo era generoso con sus amigos: solía sorprendernos con regalos. A mi cambuche llegó una vez la obra completa de Borges, en edición crítica. Antes había llegado todo Cortázar y los libros de Gay Talese.

Aprovecho para pedir a quien lo tenga, mi libro “Autobiografía de un yogui”, de Paramahansa Yogananda el libro que un tal Steve Jobs y este pecho, solíamos regalar. Tengo identificado al ladrón. Doy una pista: en su primer nombre tiene la letra hache. Le doy diez días para que me lo devuelva…

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Directores Orlando Cadavid Correa (Q.E.P.D.) y William Giraldo Ceballos. Exprese sus opiniones o comentarios a través del correo: [email protected]

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