Julio César Londoño
El espacio como constructo mental nació de un invento de Euclides, el punto, que genera la línea, que genera el plano, que genera los volúmenes. También sabemos que el espacio real es una sustancia deformable que salió de ese estremecimiento de la nada en ninguna parte y en t = 0, el Bigbang, y que el tiempo es relativo, unidireccional y mortífero. Podemos concluir entonces que vivimos en el seno de una sustancia plástica inimaginable, el espacio-tiempo, y morimos a manos de una magnitud fantasmagórica, el tiempo.
¿Y la materia? ¿De qué está hecho el mundo, cuál es su sustancia, qué dicen los sabios, los sacerdotes y los filósofos? Resumiré lo mejor que pueda sus respuestas, pero no esperen mucho; la ciencia, las religiones y los filósofos nos ayudan poco cuando les pedimos las razones últimas, o los principios, «las vocales» del mundo, y no pueden ayudarnos en nada cuando de metafísica se trata, pero podemos escucharlos en clave simbólica, donde todos son maestros.
La materia prima, las sustancias originales del Dios de Occidente son la luz, el verbo y el barro rojo. Dios dice «Sea la luz» porque Él está narrando y necesita iluminar la escena. Es demiurgo, al fin y al cabo, por eso no sorprende mucho que luego diga «Al principio fue el verbo», aunque no creo que Dios estuviese muy interesado en la gramática ni en el logos ni en la razón. Los dioses son criaturas delirantes, como podemos comprobar abriendo al azar la Biblia, el Corán, la Torá, el Popol Vuh o cualquier otro libro sagrado. «La locura de Dios vale más que toda la sabiduría de los hombres», escribió san Pablo.
Si juntamos las dos ideas, la luz y el verbo, podemos aventurar que el mundo está hecho de fuego y relato. En suma, de misterio. De las tres sustancias cristianas, el verbo es la más misteriosa.
Adán es creado del barro para mostrar que Dios puede hacer criaturas prodigiosas con sustancias humildes; elige barro rojo, el color del pecado, la culpa y la expiación, en oposición al blanco, el color de la pureza. Utiliza materia masculina para la creación de la mujer para indicar que ella es una sustancia más sutil, pero los sacerdotes, patriarcales irredentos, nunca lo han entendido así.
En el alba de todas las cosmologías están los cereales porque resuelven dos necesidades básicas: la alimentación y la embriaguez. Los sacerdotes deben embriagarse para estar cerca de los dioses, cerca del delirio. Los laicos nos embriagamos para levitar y sentirnos como dioses o al menos como sacerdotes. O para olvidar que vamos a morir.
La esencia de todo, las sustancias últimas del mundo griego eran los cuatro elementos: para Heráclito el fuego, para Anaxímenes y Diógenes el aire, para Tales el agua, para Empédocles la tierra. Aristóteles entrevió una sustancia más imperecedera y delicada, la materia de los cielos y los astros, el éter. Luego, en la época helenística se concluyó por sublimación que la esencia del universo estaba en el alma, una entidad leve, alada y vibrátil, más ligera y más pura que la tierra, más fluida que el agua, más proteica que el fuego, más invisible que el aire y más etérea que el éter.
Yo soy «talesiano». Si hay que elegir un elemento elijo el agua porque puede tomar todas las formas: el agua es fuego en el rayo, es tierra en la nieve, es aire en la nube y agua en el agua.
Platón escribió sin parpadear que el universo estaba hecho de triángulos isósceles, es decir, de ideas. Las ideas son lo único real, las cosas y los objetos son solo ilusiones, en el mejor de los casos copias humildes de las ideas. Aunque parezca increíble, el tiempo le viene dando la razón. Nos rigen el número, el brillo del oro, los algoritmos, la estadística, las ideologías, las religiones, la data, la información, «las narrativas». El idealismo es la escuela filosófica más fecunda de la historia del pensamiento.
Para la ciencia actual la materia es una creación del bosón de Higgs, la partícula divina. El universo está hecho de partículas y fuerzas. No hay más. Las partículas, los fermiones, se cohesionan gracias a las fuerzas de los bosones. El Bigbang fue una enorme liberación de energía en t = 0, ya dijimos, y unas milésimas de segundo después apareció la partícula divina, el bosón de Higgs, que trazó las leyes que rigen el mundo, cohesionó las partículas, dio origen a la materia y desapareció para siempre.
Los astrofísicos dicen que Dios es superfluo desde el 2012, cuando quedó demostrado que el bosón de Higgs podía condensar la energía y crear la materia del mundo sin Su Intervención. Los sacerdotes replican tranquilamente que todo cuanto existe, incluidos los bosones y los astrofísicos ateos, son obra de Dios.
* La materia tiene fama de sólida pero la realidad es que, cuando se los mira de cerca, los objetos están hechos de partículas, 1%, y vacío, 99%. Y las «partículas» son solo una sustancia evanescente, una onda, quizá una ecuación, la sombra del número. «Todo lo sólido se desvanece en el aire».
** El adjetivo «materialista», utilizado para calificar la poca espiritualidad del hombre contemporáneo, no es el más adecuado. Si algo nos caracteriza es el desprecio por la materia, nuestra compulsión a botarlo todo. Hace unos años los utensilios y las ropas pasaban de mano en mano. En casa había un martillo en cuyo cabo de madera brillaba la pátina que le había imprimido la grasa y los callos de las manos de mi padre y del abuelo. Hoy todo, los objetos y las personas, son «de un solo uso».