La inflamación podría ser el origen de las enfermedades

Ilustración Ira Grüberger

Por Daniela J. Lamas

Lamas, colaboradora de la sección de Opinión, es neumóloga y médica de cuidados intensivos en el Brigham and Women’s Hospital de Boston.

En el futuro cercano, es posible que la historia de medicamentos como el Ozempic ya no gire en torno a la pérdida de peso y la diabetes. Ahora sabemos que estos pueden reducir las enfermedades cardíacas y renales. También podrían desacelerar el avance de la demencia. Podrían ayudar a que las mujeres con problemas de infertilidad queden embarazadas. Incluso se han relacionado con una menor mortalidad por covid.

Es fácil atribuir todo esto a la drástica pérdida de peso que causan el Ozempic y otros fármacos de su clase, conocidos como agonistas de los receptores GLP-1. Pero hay más. De hecho, los numerosos beneficios de estos fármacos están poniendo el reflector sobre una causa reciente de muchas enfermedades humanas: la inflamación.

Como médica de cuidados intensivos, durante mucho tiempo he visto a la inflamación como un mal necesario: el mecanismo a través del cual nuestro cuerpo da la alarma y nos protege de las amenazas. Sin embargo, cada vez hay más estudios que problematizan esta idea. La inflamación no es solo un indicador de una enfermedad subyacente; también es un factor que la impulsa. Cuanto más aprende la medicina sobre la inflamación, más aprendemos sobre las enfermedades cardíacas y la pérdida de memoria. Esto debería servirnos de recordatorio del delicado equilibrio que existe en nuestro cuerpo, del hecho de que el mismo sistema que nos protege también puede causarnos daño.

La inflamación es la respuesta del organismo a una infección o lesión. Nuestro sistema inmunitario innato —la primera línea de defensa del organismo frente a intrusos bacterianos o virales— nos protege desencadenando una respuesta inflamatoria, una oleada de proteínas y hormonas que combaten la infección y fomentan la curación. Sin esa respuesta, moriríamos de enfermedades infecciosas en la infancia.

Sin embargo, a partir de los 50 años nuestro sistema inmunitario innato puede volverse un obstáculo conforme la inflamación comienza a pasarle factura al organismo. La inflamación aguda, que se produce en respuesta a una enfermedad, por ejemplo, suele ser visible: una articulación infectada se ve hinchada y enrojecida. Pero la inflamación crónica suele ser silenciosa. Como la hipertensión, es un enemigo invisible.

Para entender lo que la inflamación revela sobre la salud de una persona, es importante saber qué la causa. A veces la inflamación es la reacción del organismo a otra cosa: el tabaquismo, por ejemplo, o la obesidad. Los trastornos inflamatorios crónicos, como la artritis reumatoide, dan lugar a niveles elevados de marcadores inflamatorios en la sangre. Las infecciones virales, como la covid, también causan inflamación, sobre todo en los casos de covid persistente. Pero también existe lo que Paul Ridker, cardiólogo del Brigham and Women’s Hospital de Boston, denomina “inflamación silenciosa de bajo grado”: inflamación que no es claramente secundaria a ninguna enfermedad subyacente, sino que es consecuencia de los sistemas inmunitarios que nos mantienen vivos.

“Nadie siente esta inflamación, del mismo modo que nadie siente su colesterol o su presión arterial”, dijo. Pero es importante.

Ridker es uno de los científicos a los que se atribuye el surgimiento de un nuevo conocimiento de la inflamación, y específicamente de cómo puede causar enfermedades cardíacas. A mediados de la década de 1990, él observó que muchos de sus pacientes habían sufrido accidentes cerebrovasculares y ataques cardíacos a pesar de tener niveles normales de colesterol, que se creía la causa principal de las cardiopatías. Él y sus colegas también observaron que estos pacientes tenían marcadores de inflamación en la sangre elevados, y empezó a preguntarse si más que ser un efecto secundario, la inflamación en realidad no se presentaría primero.

Los fármacos GLP-1 como el Ozempic podrían contar una historia similar. También parecen reducir las muertes por cardiopatía entre quienes los toman y pierden un porcentaje enorme de peso así como aquellos que pierden bastante menos.

Daniel Drucker, un investigador de la obesidad del Hospital Mount Sinai de Toronto que estuvo involucrado en el descubrimiento de los nuevos fármacos, ha recibido cartas de personas que tomaban medicamentos para la obesidad y que de pronto descubrieron que su dolorosa artritis reumatoide estaba en remisión; la inflamación y el dolor se habían ido tras años de un sufrimiento que persistía a pesar de haber estado tomando la medicación adecuada. Estos ejemplos no prueban que la causa sea la disminución de la inflamación, pero Drucker me dijo que es una de las principales teorías.

También hay cada vez más pruebas de que la inflamación afecta a la demencia y, de manera más general, al propio envejecimiento. Nuestras células utilizan vías para regenerarse y repararse, y la inflamación activa programas en las células y los tejidos que les quitan esa capacidad. Tal vez, se preguntan algunos científicos, si la inflamación acelera el envejecimiento, los fármacos que pueden frenar la inflamación, incluidos los GLP-1, puedan desacelerar el deterioro cognitivo y cambiar el curso del envejecimiento.

Sin embargo, actualmente no existe en Estados Unidos ninguna recomendación de salud pública para que los médicos de atención primaria midan los marcadores de inflamación en todos los adultos. Esto podría cambiar. Una nueva investigación de Ridker y su equipo muestra que una única medición de un marcador concreto de inflamación podría ayudar a predecir la tasa de ictus, infarto de miocardio y muerte por cardiopatía en mujeres durante las próximas décadas.

Con todo esto, resulta tentador querer erradicar por completo la inflamación. Sin embargo, eso no estaría exento de consecuencias negativas. Las vías que intervienen en la inflamación siguen siendo necesarias para evitar las infecciones. Por eso, los pacientes con enfermedades inflamatorias como la artritis reumatoide y el lupus que toman fármacos inmunosupresores están predispuestos a las infecciones. Se trata de un complicado equilibrio. La inflamación empeora los resultados, independientemente de la enfermedad subyacente que la cause. Y, sin embargo, si se aniquilara el sistema inmunitario, no estaríamos inflamados pero moriríamos de sepsis.

Vimos esto al atender a los pacientes de COVID-19. Al principio del tratamiento quedó claro que el daño que causaba el virus se debía tanto al propio virus como a la potente respuesta inflamatoria del organismo. Como resultado, en aquellos desesperados primeros meses de la pandemia, sin un sólido corpus de evidencia que nos sirviera de guía, tratamos a los pacientes con altas dosis de esteroides y potentes medicamentos cuya función era suprimir el sistema inmunitario. Esto funcionó según algunas métricas (y en algunos casos aún usamos esteroides). Los marcadores de inflamación descendieron. La fiebre disminuyó y la presión arterial se estabilizó. Pero, anecdóticamente, también vimos a las infecciones bacterianas crecer. Recuerdo a un paciente que fue tratado con inmunosupresión y altas dosis de esteroides durante semanas y semanas, que finalmente sobrevivió a la covid pero murió de una rara infección fúngica, consecuencia de la inmunosupresión.

Como ocurre con muchas cosas en medicina, el mecanismo que el cuerpo necesita para mantenerse sano es el mismo que puede perjudicarnos. Con el aumento de nuestros conocimientos sobre la inflamación llegarán nuevos tratamientos, nuevos métodos de control y un nuevo entendimiento, pero no nos libraremos por completo de la inflamación. No querríamos eso. Siempre hay un costo.

Daniela Lamas es escritora colaboradora de Opinión y médica especialista en cuidados intensivos y pulmonares en el Hospital Brighman and Women’s en Boston.

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