¿La IA acabará con los trabajos básicos y mecánicos?

Foto Ilustración por Pablo Delcan


Por Emma Goldberg

Cuando Brad Wang empezó su primer trabajo en la industria tecnológica, justo después de la universidad, se maravilló por la manera en que Silicon Valley había convertido la monotonía del lugar de trabajo en una suntuosidad de salas de juegos, cabinas de siesta y frondosas rutas de senderismo. Eso es lo que debía sentir un invitado a una fiesta en casa de Jay Gatsby, pensó Wang.

Pero bajo la ostentación había una especie de vacío. Pasó de un puesto de ingeniero de software a otro, trabajando en proyectos que, en su opinión, carecían de sentido. En Google, trabajó durante 15 meses en una iniciativa que los altos cargos decidieron mantener, aunque sabían que nunca se pondría en marcha. Luego pasó más de un año en Facebook en un producto cuyo principal cliente llegó a describir a los ingenieros como inútil.

Con el tiempo, la inutilidad de su trabajo empezó a molestarle: “Es como hornear un pastel que va directo a la basura”.

En el mundo empresarial existe una larga tradición de trabajar solo para preguntarse: ¿Qué sentido tiene? Durante la pandemia, decenas de miles de personas se unieron a la página de subreddit r/antiwork para compartir ocurrencias sobre el rechazo al trabajo pesado y, en la mayoría de los casos, a todo trabajo. En la década de 1990, la serie Office Space parodiaba el ajetreo de la vida corporativa, haciendo famoso el sentimiento: “No es que sea vago, es que simplemente no me importa”. Mucho antes, el cuento de Herman Melville llamado “Bartleby, el escribiente”, seguía a un empleado de la abogacía —el primer crítico del trabajo— que responde a cada una de las exigencias de su jefe diciendo “preferiría no hacerlo”, hasta que es arrestado y, finalmente, muere.

La oficina corporativa y su papeleo tienen una manera de convertir incluso los trabajos aparentemente buenos —los que proporcionan salarios y beneficios decentes y se desarrollan detrás de teclados ergonómicos en un confort con climatización controlada— en una monotonía que chupa el alma.

En 2013, el ya fallecido antropólogo radical David Graeber dio al mundo una manera distinta de pensar sobre este problema en un ensayo titulado “Sobre el fenómeno de los trabajos de mierda”. Esta polémica anticapitalista del hombre que había ayudado a acuñar el icónico eslogan de Occupy Wall Street “99 por ciento” se hizo viral, al parecer hablando de una frustración ampliamente sentida en el siglo XXI. Graeber lo desarrolló en un libro que profundizaba en el tema.

Sugirió que el sueño del economista John Maynard Keynes de una semana laboral de 15 horas nunca se había hecho realidad porque los seres humanos han inventado millones de trabajos tan inútiles que ni siquiera las personas que los realizan pueden justificar su existencia. Una cuarta parte de la población activa de los países ricos considera que su trabajo es potencialmente inútil, según un estudio de los economistas holandeses Robert Dur y Max van Lent. Si los trabajadores consideran que el trabajo es desalentador y no aporta nada a la sociedad, ¿cuál es el argumento para mantener estos empleos?

David Graeber sitting in front of bookshelves full of books.
Según David Graeber, el trabajador decide si un trabajo carece o no de sentido. Foto Hiroyuki Ito/Getty Images

Lo que está en juego en este tema ha aumentado a medida que avanza la inteligencia artificial, trayendo consigo el espectro del desplazamiento de puestos de trabajo. Según un cálculo reciente de Goldman Sachs, la inteligencia artificial generativa podría llegar a automatizar actividades equivalentes a unos 300 millones de empleos a tiempo completo en todo el mundo, muchos de ellos en puestos de oficina como administradores y mandos intermedios.

Cuando imaginamos un futuro en el que la tecnología sustituye al esfuerzo humano, tendemos a pensar en dos extremos: como una bonanza de productividad para las empresas y un desastre para los seres humanos que quedarán obsoletos.

Sin embargo, existe la posibilidad de que la inteligencia artificial acabe con algunos trabajos que los propios empleados consideran insignificantes e incluso psicológicamente degradantes. Si así fuera, ¿estarían mejor esos trabajadores?

A veces, la manera en la que los investigadores hablan de la inteligencia artificial puede recordar a la de un director de recursos humanos que evalúa a un energético becario de verano y exclama: ¡Es muy prometedor! Es evidente que la inteligencia artificial puede hacer muchas cosas —imitar a Shakespeare, depurar código; enviar correos electrónicos, leer correos electrónicos—, aunque no está nada claro hasta dónde llegará ni qué consecuencias traerá.

Los robots son expertos en el reconocimiento de patrones, lo que significa que sobresalen en la aplicación de la misma solución a un problema una y otra vez: redacción de textos, revisión de documentos legales, traducción entre idiomas. Cuando los humanos hacen algo hasta la saciedad, se les ponen los ojos vidriosos y se equivocan; los chatbots no experimentan hastío.

Estas tareas tienden a solaparse con algunas de las analizadas en el trabajo de Graeber. El antropólogo identificó a las categorías de trabajo inútil, como los “lacayos”, a quienes se les paga para que la gente rica e importante parezca más rica e importante; los “esbirros”, a quienes se contrata para puestos que solo existen porque las empresas de la competencia crearon funciones similares; y los “marca-casillas”, que son, hay que reconocerlo, subjetivos. Algunos economistas, tratando de hacer más útil la designación, la han afinado: empleos que los propios trabajadores consideran inútiles y que producen un trabajo que podría evaporarse mañana sin ningún efecto real en el mundo.

Un candidato obvio para la automatización “chapucera” es el asistente ejecutivo. IBM ya permite que los usuarios creen sus propios asistentes de inteligencia artificial. En Gmail, los redactores ya no tienen que escribir sus propias respuestas, porque la respuesta automática genera opciones como “sí, eso me sirve”. La inteligencia artificial incluso promete hacerse cargo de la logística personal: la empresa de inteligencia artificial Duckbill utiliza una combinación de inteligencia artificial y asistentes humanos para eliminar por completo las tareas pendientes, desde la devolución de las compras hasta la compra del regalo de cumpleaños de un niño, tareas que en la época de Mad Menhabrían recaído en las recepcionistas..

En otras palabras, cuando se trata de trabajo administrativo, la inteligencia artificial ya ha llegado. Esta realidad se abatió sobre Kelly Eden, de 45 años, una escritora que durante años ha complementado económicamente su trabajo como redactora de revistas con tareas administrativas, como redactar correos electrónicos para gente de negocios. Uno de los clientes más fiables de Eden era propietario de una empresa chocolatera y le pagaba 50 centavos por palabra por redactar sus correos electrónicos. Este año, el chocolatero la llamó para decirle que empezaría a utilizar ChatGPT en su lugar. Eden se dio cuenta de que necesitaba un plan de apoyo para el trabajo que le permitía dedicarse a hacer lo que más le satisfacía.

En opinión de Graeber, el telemercadeo, otra área que la inteligencia artificial está superando, es un trabajo de “esbirro”, porque los trabajadores suelen vender productos que saben que los clientes no quieren o no necesitan. Los chatbots son buenos en esto porque no les importa si la tarea es satisfactoria o si los clientes son hoscos. Los centros de llamadas como AT&T ya están utilizando la inteligencia artificial para programar las llamadas con los representantes de atención al cliente, lo que ha hecho que algunos de esos representantes se sientan como si estuvieran formando a sus propios sustitutos.

Los trabajos de ingeniería de software pueden derivar hacia el territorio de “marcar casillas”. Eso fue lo que sintió Wang cuando escribió líneas de código que no se ejecutaron. En su opinión, la única función de este trabajo era ayudar a sus jefes a ascender. Es muy consciente de que gran parte de este trabajo podría automatizarse.

Pero independientemente de que estos trabajos proporcionen o no un sentido existencial, sí proporcionan salarios fiables. Muchos de los trabajos sin sentido que la inteligencia artificial podría sustituir han abierto esos campos a personas que necesitan oportunidades y formación, sirviendo como aceleradores de la movilidad de clase: asistentes jurídicos, secretarias, auxiliares. A los economistas les preocupa que, cuando esos empleos desaparezcan, los que los sustituyan traigan consigo salarios más bajos, menos oportunidades de ascender profesionalmente y menos significado.

“Incluso si adoptamos el punto de vista de Graeber sobre esos empleos, debería preocuparnos su eliminación”, afirma Simon Johnson, economista del MIT. “Es el vaciamiento de la clase media”.

Es casi imposible imaginar cómo será el mercado laboral a medida que la inteligencia artificial mejore y transforme nuestros lugares de trabajo y nuestra economía. Pero muchos trabajadores expulsados de sus empleos sin sentido por la inteligencia artificial podrían encontrar nuevas funciones, unas que surjan a través del proceso de automatización. Es una vieja historia: con el paso del tiempo, la tecnología ha compensado la pérdida de puestos de trabajo con la creación de otros nuevos. Los coches de caballos fueron sustituidos por automóviles, que crearon puestos de trabajo no solo en las cadenas de montaje de automóviles, sino también en la venta de vehículos y las gasolineras. La informática personal eliminó unos 3,5 millones de puestos de trabajo, pero luego creó una industria enorme e impulsó muchas otras, ninguna de las cuales podría haberse imaginado hace un siglo, dejando claro por qué la predicción de Keynes en 1930 de semanas laborales de 15 horas parece tan lejana.

Kevin Kelly, cofundador de Wired, quien ha escrito numerosos libros sobre tecnología, se mostró optimista sobre el efecto que la inteligencia artificial tendrá sobre el trabajo sin sentido. Dijo que lo creía en parte porque los trabajadores podrían empezar a plantearse preguntas más profundas sobre qué es un buen trabajo.

Kelly ha trazado un ciclo de la psicología de la automatización del trabajo. Fase 1: “Un robot/computador no puede hacer lo que yo hago”. Etapa 3: “Está bien, puede hacer todo lo que yo hago, excepto que me necesita cuando se estropea, que es a menudo”. Salto a la Etapa 5: “Uf, ese era un trabajo que ningún humano estaba destinado a hacer, pero ¿y yo?”. El trabajador encuentra una ocupación nueva y más estimulante, lo que cierra el círculo en la Etapa 7: “Me alegro tanto de que un robot no pueda hacer lo que yo hago”.

Es desmoralizador darse cuenta de que tu trabajo puede ser sustituido por la tecnología. Puede poner de relieve la inutilidad. Y también puede hacer que la gente se pregunte qué quiere del trabajo y busque nuevas actividades más estimulantes.

Kevin Kelly speaking into a microphone on stage.
Kevin Kelly cree que, en última instancia, la gente acaba teniendo trabajos más significativos después de que su ocupación previa se automatizó. Foto Visual China Group, vía Getty Images

“Puede hacer que ciertas cosas parezcan más insignificantes de lo que eran antes”, afirma Kelly. “Lo que eso hace es que la gente siga cuestionándose: ‘¿Por qué estoy aquí? ¿Qué estoy haciendo? ¿Quién soy?”.

“Son preguntas muy difíciles de responder, pero también muy importantes”, añadió. “La crisis de identidad a nivel de especie que promueve la inteligencia artificial es algo bueno”.

Algunos estudiosos sugieren que las crisis provocadas por la automatización podrían orientar a las personas hacia un trabajo socialmente más valioso. El historiador holandés Rutger Bregman inició un movimiento de “ambición moral” centrado en Holanda. Grupos de trabajadores que sienten que tienen trabajos sin sentido se reúnen periódicamente para animarse unos a otros a hacer algo que valga la pena. (Siguen el modelo de los círculos de Sheryl Sandberg en Vayamos adelante). También hay una beca para 24 personas con ambición moral, pagándoles para que cambien a trabajos centrados específicamente en la lucha contra la industria del tabaco o la promoción de carnes sostenibles.

“No empezamos con la pregunta de ‘¿cuál es tu pasión?’”, dijo Bregman sobre su movimiento de ambición moral. “Gandalf no le preguntó a Frodo: ‘¿Cuál es tu pasión? Le dijo: ‘Esto es lo que hay que hacer’”.

Es probable que lo que haya que hacer en la era de la inteligencia artificial se oriente menos hacia la carne sostenible y más hacia la supervisión, al menos a corto plazo. Según David Autor, economista laboral del MIT especializado en tecnología y empleo, es muy probable que los trabajos automatizados requieran “niñeras de la inteligencia artificial”. Las empresas contratarán a humanos para editar el trabajo que haga la inteligencia artificial, ya sean revisiones legales o textos de mercadeo, y para vigilar la propensión de la inteligencia artificial a “alucinar”. Algunas personas se beneficiarán, sobre todo en oficios en los que hay una clara división del trabajo: la inteligencia artificial se encarga de proyectos fáciles y repetitivos, mientras que los humanos se ocupan de los más complicados y variables. (Pensemos en radiología, un campo en el que la inteligencia artificial puede interpretar escáneres que se ajustan a patrones preestablecidos, mientras que los humanos tienen que enfrentarse a escáneres que no se parecen a decenas que la máquina ha visto antes).

Pero en muchos otros casos, los humanos acabarán buscando errores sin sentido en una montaña de contenidos elaborados por la inteligencia artificial. Supervisar el trabajo pesado no promete ser mejor que hacerlo: “Si la IA hace el trabajo y la gente cuida de la IA, se aburrirán como tontos”.

Según Autor, algunos de los trabajos que corren un riesgo más inmediato de ser absorbidos por la inteligencia artificial son los que se basan en la empatía y la conexión humanas. Esto se debe a que las máquinas no se desgastan por fingir empatía. Pueden absorber infinitos abusos de los clientes.

Las nuevas funciones creadas para los humanos estarían exentas de esa dificultad emocional, pero también de la alegría que conlleva. La socióloga Allison Pugh estudió los efectos de la tecnología en profesiones empáticas como la terapia o la consejería espiritual, y llegó a la conclusión de que el “trabajo conectivo” se ha degradado por el lento despliegue de la tecnología. Los dependientes de supermercados, por ejemplo, se dan cuenta de que, con la llegada de los sistemas automatizados de caja a sus tiendas, han perdido la oportunidad de mantener conversaciones significativas con los clientes —que, según entienden, los gerentes no priorizan— y ahora se quedan sobre todo con clientes exasperados por el hecho de ser ellos mismos quienes pagan. Por eso, Pugh teme que los nuevos empleos creados por la inteligencia artificial sean aún más insignificantes que los actuales.

Sin embargo, incluso los optimistas de la tecnología como Kelly sostienen que los empleos sin sentido son inevitables. Después de todo, la falta de sentido, según la definición del Graeber, está en la mirada del trabajador.

E incluso más allá de las categorías de trabajo sin sentido de Graeber, muchas personas tienen relaciones ambivalentes con sus trabajos. Si se les da suficientes horas y años para hacer las mismas cosas, pueden empezar a sentirse frustrados: por ser pequeños engranajes de grandes sistemas, por responder a órdenes que no tienen sentido, por la monotonía. Esos sentimientos de agravio podrían aflorar incluso cuando se incorporen a nuevas funciones, mientras los ciclos robóticos avanzan, asumiendo algunas responsabilidades humanas al tiempo que crean nuevas tareas para quienes cuidan de los robots.

Algunas personas buscarán nuevas funciones; otras podrían organizar sus lugares de trabajo, intentando rehacer las partes de su oficio que les resultan más molestas y encontrando sentido al ayudar a sus compañeros. Algunos buscarán soluciones económicas más amplias a los problemas del trabajo. Graeber, por ejemplo, veía la renta básica universal como una respuesta; Sam Altman, de OpenAI, también ha sido partidario de experimentar con la renta garantizada.

En otras palabras, la inteligencia artificial amplía y complica los problemas sociales relacionados con el trabajo, pero no es un reajuste ni una panacea, y aunque la tecnología transformará el trabajo, no puede desplazar los complicados sentimientos de la gente respecto a sus ocupaciones.

Wang está convencido de que esto será así en Silicon Valley. Predice que la automatización del trabajo inútil hará que los ingenieros sean aún más creativos a la hora de buscar sus ascensos. “Estos puestos de trabajo se basan en vender una visión”, afirma. “Me temo que ese es un problema que no se puede automatizar”.

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