Jorge Buitrago de Bolero Bar en Medellín Anverso y Reverso de UPB Ramercedio

Jorge Buitrago Montes en Bolero Bar de Medellín

Por Orlando Ramírez Casas

Hola, jóvenes:

Me encontré con Jorge Buitrago en la celebración de los quince años de la Tertulia de Amigos del Salón Málaga, y me confirmó lo del cierre de su establecimiento, pero abriendo un compás de esperanza a la posibilidad de reabrirlo en su pueblo natal de Santa Rosa de Cabal en el departamento de Risaralda.

REINALDO SPITALETTA Y JACOBO BETANCUR 

EN MEDELLÍN ANVERSO Y REVERSO

El sábado 12 de marzo de 2022 de 10 a 11 am. sintonicé el programa de la emisora cultural Radio Bolivariana de la Universidad Pontificia Bolivariana (UPB), en la frecuencia 1110 AM; con repetición de 1 a 2 pm. en la frecuencia 92.4 FM Estéreo; y repetición el domingo a las 10.30 pm. en la frecuencia 92.4 FM Estéreo. 

Se trata de “Medellín, Anverso y Reverso”, conducido por los periodistas Reinaldo Spitaletta Hoyos y Jacobo Betancur Peláez, que esta vez entrevistaron a Jorge Buitrago Montes acerca de su establecimiento “Bolero Bar”, que cerrará sus puertas en la última noche del mes de marzo, después de 39 años de trayectoria en la bohemia cultural de esta ciudad.

(Ver fotografías de la invitación de Anverso y Reverso, y de Jorge Buitrago en Bolero Bar)

JORGE BUITRAGO, Y BOLERO BAR

Jorge Buitrago nació en el municipio de Santa Rosa de Cabal, y en 1969 se vino a estudiar la carrera de arquitectura en la Universidad Nacional de la ciudad de Medellín, donde ya residían Alberto y otro de sus hermanos. En una familia de 12 hermanos, “Aunque preferí estar en su cercanía, pero vivir independiente”, según dijo. Jorge estuvo entre los seis menores que sobreviven en la actualidad, porque los seis mayores ya fallecieron. Alberto (QEPD) fue el conocido propietario de la Heladería La Casona en la esquina nororiental de la calle 32 con carrera 76, a una cuadra del Parque de Belén en Medellín. Desaparecido este establecimiento, la edificación fue demolida y en la actualidad se adelanta en esa esquina una nueva construcción.

En 1979 Jorge Buitrago fundó en la Urbanización Carlos E. Restrepo, del sector de Otrabanda en el occidente de Medellín, un establecimiento sui generis que todavía existe con su nombre de La Camerata. Siendo este un lugar para la bohemia intelectual y la tertulia cultural, se especializó en poner música clásica y de cámara (de ahí su nombre) “que solíamos poner completa, como decir la 9ª. Sinfonía de Beethoven sin interrupciones”. Era frecuentado por escritores, pintores, músicos, artistas, como Manuel Mejía Vallejo, Darío Ruiz Gómez, Jaime Jaramillo Panesso, Orlando Mora Patiño, Hernán Restrepo Duque, Reinaldo Spitaletta, Juan José Hoyos, Oscar Collazos, Fernando Cruz Kronfly.

(Bolero de Ravel, en interpretación de Andre Rieu)

En 1983, con motivo de la celebración radial denominada “Los cien años del bolero”, se programaron unos encuentros en el recinto Quirama del municipio de Rionegro en el oriente de Medellín (Encuentros de Quirama “Recordando el Bolero”), de donde a Buitrago le surgió la idea de montar otro establecimiento especializado en esta clase de música, y lo hizo en el local que ocupaba la Pizzería Toscana en la urbanización Torres del Río del sector de La Iguaná (Cr. 67 B #51 A 98), al voltear la esquina inferior de la Universidad Luis Amigó. Bolero Bar se convirtió, desde un comienzo, en el lugar de tertulia intelectual de los nostalgiosos del bolero. 

Al disolverse su sociedad empresarial, él se quedó con Bolero Bar y La Camerata de los otros dueños. Para esos momentos, los estudios, y la carrera, y el título profesional, habían sucumbido ante las exigencias de la vida nocturna de estos negocios.

Mediando la década de los ochenta, Buitrago alquiló un local en el callejón peatonal que comunica la entrada de la mencionada universidad, en la transversal 51 al cruce de la carrera 67 B; con la calle 51 al cruce con la misma carrera. Una cuadra más abajo, en el sector que primero se llamó Sears y luego se llamó Éxito de Colombia, quedaba la bolera Bolerama con alquiler de canchas de bolos. Buitrago alquiló el local y montó un establecimiento que se llamó “Boca de Chicle”, especializado en música de la Nueva Ola de los años sesenta. Mientras el cercano Bolero Bar era un lugar de tertulia propicio para la conversación, Boca de Chicle era un bulloso lugar propio para el baile y la parranda, donde la alocada juventud “bailaba hasta encima de las mesas”, según cuenta Jorge Buitrago. El local no era grande, y los que alcanzaban mesa adentro no eran muchos, pero el sitio se llenaba en los alrededores de gente que se sometía a parrandear desde la esquina. Era habitual que los contertulios de Bolero Bar se desplazaran a rematar la noche en Boca de Chicle, cuyo nombre surgió de un popular tema cantado por el cantante Oscar Golden, quien se convirtió en un cliente habitual en sus visitas a Medellín.

Pasado su cuarto de hora, Boca de Chicle cerró sus puertas, pero el formato de lugares para el disfrute de la música de los años 60 llega hasta nuestros días, y el interés de la fanaticada no da señales de acabarse, habiendo pasado del gusto de los abuelos a los padres, y de los padres a los hijos milenials y centenials, que en familia se contagiaron por ese gusto musical.

En Bolero Bar se institucionalizaron las tertulias bolerísticas de los miércoles con música en vivo, complementadas por las tertulias tangueras de los martes también con música en vivo. Estas últimas por sugerencia, entre otros, de los hermanos cantores de tango Mario y Ovidio Barreiro. 

Por Bolero Bar pasaron Gian Franco Pagliaro, que llegó como cliente turístico y al ser reconocido le fue prestada una guitarra y cantó algunas de sus canciones… hasta las cinco de la mañana; pasaron también, en calidad de clientes, los integrantes del Septeto Nacional de Cuba; pasaron en calidad de clientes que accedían a interpretar algunas canciones en vivo para complacer a los asistentes, el dueto cubano de Celina y Reutilio; pasó el baladista Oscar Golden, cuyo templo natural era Boca de Chicle pero que estableció con Buitrago una amistad que lo llevó a frecuentar también a Bolero Bar. Y pasaron muchos otros músicos, y cantantes, y gente de la intelectualidad durante las casi cuatro décadas de trayectoria.

¿Cómo era una velada en las noches de Bolero Bar? Esta actuación inesperada, e improvisada, da una idea de cómo era la cosa, cuando una damita de nombre Estefanía Arias celebró sus 24 años cantando tangos al zurrungueo de una guitarra, y con su amiga Alicia y el acompañamiento del piano electrónico de Gustavo Dubois.

Mi amigo Chema Campuzano me llevó allí una noche en que me encontré con la actuación artística de Carmen Úsuga, y con el requinto del gordo Giovanni Gil en El Duetto que hacía con Juan Fernando Cardona. Son noches que no se olvidan. 

Alguna vez Buitrago se encontró con su amigo el periodista Ricardo Aricapa, que en esos momentos tenía un cargo de gestión cultural en la Alcaldía de Medellín. Mientras apuraban una cerveza, se lamentaron de que las serenatas de trío al viejo estilo prácticamente se hubieran acabado; sobreviviendo, si mucho, algunas serenatas del estilo de mariachi. En parte las serenatas de bolero se acabaron porque el gusto por esa música perdió vigencia, pero también por el hecho de que con el crecimiento vertical de la ciudad, con urbanizaciones y conjuntos cerrados de edificios, las serenatas de ventana y de balcón pasaron a ser historia. Se les ocurrió, entonces, aprovechando los vínculos políticos y administrativos de Aricapa, conseguir la colaboración de las Empresas Públicas de Medellín (EPM) con sus carrogrúas con cabina de elevación de altura en brazos mecánicos articulados, para subir al trío de músicos hasta la ventana del piso donde vivieran las homenajeadas. “Serenata en las alturas” fue otra de las realizaciones en los que Buitrago y Bolero Bar tuvieron mucha figuración.

Tal como contó Sara Buitrago, hija de Jorge y residente como su hermana en España, las noches de jueves a sábado en Bolero Bar llegan a su fin.

“Bolero Bar, un lugar para la nostalgia que pronto llegará a su fin”.

El lugar pudo sobrevivir a los años perdidos (2020–2021), que por causa de la pandemia condujo al cierre de muchísimos negocios, pero no al llamado de la sangre y de las raíces que desde Santa Rosa de Cabal reclamaban a Jorge su ausencia. Pensando ya en la edad de retiro, era el lugar indicado por aquello de que “todos vuelven a la tierra en que nacieron, / al influjo incomparable de su sol”. Es muy posible que él reabra Bolero Bar allá en su tierra, y que sus amigos podamos visitarlo y oír su música con programa de desenguayabe en los baños termales y de desayuno con chorizo santarrosano de aquellos de chuparse uno los dedos, que su hermano Alberto hizo famosos en La Casona, de Belén. 

Jorge tuvo la iniciativa de sacar libros para conmemorar los hitos de celebración del establecimiento, con el aporte de diferentes colaboradores entre el selecto número de sus habituales contertulios. Me faltan datos, pero a los 10 años publicó “Las noches de Bolero Bar”; a los 20 publicó “Bolero Bar, sentir que veinte años no es nada”; a los 25 publicó “La mujer en el bolero”; Tal vez fue a los 30 cuando publicó “El bolero de tu vida”.

Al mencionar este último libro, en el que cada colaborador contribuyó escribiendo un texto acerca del bolero que había marcado su vida, los periodistas preguntaron a Jorge Buitrago cuál era el suyo, y este como si me estuviera leyendo el pensamiento respondió: “Son muchos, y es difícil hacer una sola selección, pero llegado a este punto me quedo con el bolero «Somos”, de Mario Clavell, en la versión que hizo Lucho Gatica”. Estamos de acuerdo. Ese es también el mío.

Claro que en mi caso, llegado también al punto, también escojo “Alma mía”, de María Grever, en la versión de Néstor Mesta Chayres.

Con dolor, le digo adiós a Bolero Bar; y con el alma le digo a Jorge Buitrago: ¡Buen viento, y buena mar!

ORLANDO RAMÍREZ-CASAS (ORCASAS)

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