Por Guillermo Romero Salamanca
Fue Cornelio Reyes, exministro de Gobierno, Agricultura y Comunicaciones, representante de Colombia en la OEA, constitucionalista, presidente encargado del país y el único ginebrino presidenciable quien animó a Javier Ayala, hijo de un notable concejal de Buga, para que dejara la tierra del Señor de Los Milagros y se trasladara a Bogotá para comenzar a trabajar en El Siglo.
Graduado como bachiller del Colegio Académico de Buga en 1962, el joven oriundo de Cartago, en el norte del Valle, comenzó con su trabajo periodístico en Radio Guadalajara, de don Samuel Jota González, y luego en Voces de Occidente.
Allí lo conoció Cornelio Reyes, quien lo recomendó para trabajar en plena calle 15, entre la 13 y la Avenida Caracas, estuvo aquel día de los primeros años de los sesenta, el joven Javier. Fue tal el atortole de arribar a la capital, que estuvo tres días con sus noches encerrado en el diario de La Capuchina.
Sus primeras notas fueron sobre diversos temas, pero un día encontró que, verdaderamente, se concentraba en las económicas. El Siglo en esos años, dirigido por el maestro Álvaro Gómez Hurtado, fue una escuela para decenas de periodistas y uno de ellos fue Javier Ayala.
Allí laboró con Gabriel Ortiz, otro paisano con quien compartió sala de redacción, redactó diversas noticias, tomó sus buenos whiskies, recorrió el país, estuvo en numerosas reuniones de primera línea en la actividad nacional, dialogó con los personajes que eran permanente noticia y mantenían las riendas del poder. Con Gabriel Ortiz organizó también decenas de eventos, hasta llegar al Noticiero Nacional, donde imprimieron sus mejores años de periodismo.
Luego de su paso por El Nuevo Siglo llegó a El Espectador, donde siguió con el tema económico. Un día, en plena Guerra Fría, por los días de noviembre de 1962, cuando el mundo hablaba sobre la Crisis de los Misiles en Cuba, Javier firmó, con un grupo de intelectuales, una carta de respaldo a Fidel Castro.
A don Fidel Cano no le agradó esa expresividad y determinó cancelarle el contrato al novel periodista, junto con otros comunicadores que rubricaron el documento.
No tardó muchos días sin empleo, porque El Tiempo lo acogió en su sede de la calle 13 con Séptima, al frente del Banco de la República, a unas cuadras del Congreso, el Palacio de Nariño, el IFI, los Ministerios, la gobernación de Cundinamarca, la alcaldía de Bogotá y las sedes de los gremios.
Desde el comienzo visitó siempre de saco y corbata y mantuvo el mismo peinado, cuidado y partido por el lado derecho. Fumaba, pero encontró en la pipa su mejor compañera.
Además de ser un empresario emprendedor, a Javier Ayala le gustaban los buenos vallenatos ―era un obsesivo con las letras y los compositores― pero, además, acompañaba en El Campín a su Deportivo Cali cuando se enfrentaba con los equipos capitalinos.
Mantuvo amistad con muchos dirigentes, entrenadores y jugadores. Se acordaba de las diversas nóminas del onceno azucarero.
Fundó la Agencia Informativa Alaprensa, que estaba localizada en el centro de Bogotá.
Con Gabriel Ortiz montó Prego Televisión, y con esta firma licitaron para obtener licencia para el Noticiero Nacional.
Fue un hit. El español José Fernández Gómez empezaba diciendo: “¡Buenas, buenas! Los periodistas del Noticiero Nacional y su vocero José Fernández Gómez les contamos lo que está sucediendo”.
Se trataba de un informativo con decenas de noticias, bien editadas, pero cortas. La idea era aprovechar el tiempo al extremo. El editor era Gabriel Ortiz, quien poseía el don de recortar sin perder la esencia.
Decenas de “chivas” salieron del noticiero en temas económicos, políticos, sociales, deportivos y judiciales.
Allí los colombianos se dieron cuenta, por ejemplo, del escándalo financiero del Siglo –con el extinto Grupo Grancolombiano–, de los entrenamientos en el Magdalena Medio de los grupos militares de narcotraficantes, fundados por Yair Klein, un mercenario israelí, pero también la que dejó inmóviles a miles de colombianos: el asesinato de Luis Carlos Galán Sarmiento.
Todos los días había una noticia de primer orden. Cuando todo salía bien se retiraba a degustar sus aromas de sus pipas. A veces, sobre todo los fines de semana, les daba algún incentivo a los periodistas y camarógrafos para que mojaran sus resecas gargantas y escuchaban buena música en el popular “Quiebracanto”.
Un día, sus colegas lo nombraron por unanimidad como presidente del Círculo de Periodistas de Bogotá. También obtuvo el respaldo de sus colegas para ser Comisionado de Televisión. Innovaba y rebuscaba formas para crear empleos y trabajos.
Hace unas semanas la pandemia llegó a sus pulmones. Trataron de rehabilitar en la Fundación Santa Fe de Bogotá. Lo llamaron, le enviaron mensajes decenas de colegas y muchos de sus alumnos.
Este 1 de septiembre el Covid-19 lo venció, pero dejó un recuerdo para decenas de periodistas, porque a pesar de sus angustias y el estrés por conseguir y transmitir una noticia, no perdió la calma y nunca se despeinó.