Por Oscar Domínguez Giraldo
Imposible ser imparcial a la hora de hablar de la empresa que durante 20 años me pagó por hacer lo que más me gusta y lo único que sé medio hacer: noticias.
Mercenario de la pluma, ofrecí a cambio mano de obra calificada, modestia, apártate. Estamos en paz.40 son muchos años en la vida de una agencia de noticias como Colprensa.
Los cumple hoy 1º de enero. La apetitosa cumpleañera es la prolongación de Colombia Press, el Servicio Nacional de Prensa, Periodistas Asociados, Alaprensa, Europa Press, el Centro Informativo El País, CIEP. Y faltan datos…
La visión y pragmatismo de directores y gerentes de los diarios que a la vez son socios y abonados, la mantienen a flote para alegría y maná informativo de sus lectores en todo el país.
La agencia parece levantada sobre la vieja divisa de los Mosqueteros de Dumas: uno para todos, todos para uno.Integran la redacción, su planta en Bogotá sumada a las de cada diario en su ciudad. El corresponsal de los demás periódicos es el periódico local.
La novedosa modalidad ahorra costos y multiplica la información.En Colprensa se practica una escasa forma de colegaje: Los periódicos del gajo de arriba, vale decir, los de mayor circulación, aportan más platica. Todos reciben el mismo servicio.Súmele el valor agregado derivado de las reuniones de gerentes y directores en las que los asistentes salen enriquecidos con las experiencias compartidas. No se guardan un carajo.
Cada junta es una cartilla en altas gerencia y periodismo.La fórmula de los mosqueteros fue defendida desde un principio por su fundador, Jorge Yarce, un casto activista del Opus Dei. Otros compañeros en los inicios fueron Humberto Arbeláez y Jaime Sanín Echeverri, todos de cinco en conducta.
Poner de acuerdo alrededor de la idea madre de Colprensa tan distintas filosofías y talantes políticos, económicos y religiosos, fue un logro de raca mandaca.
Cuatro décadas de suministrar información, es el mejor pretexto para que bebamos la champaña de la celebración quienes nos hemos enriquecido lícitamente formando parte de sus cuadros.
Desde la muy taquillera señora del tinto, Doña Rosita Castellanos, una diminuta ráfaga boyacense que preparaba y servía el café con ternura de abuela. Sentimos remota envidia y admiración por los colegas que están ahora al frente del cañón.
Que Colprensa esté vigente es la demostración de que lo están haciendo de maravilla. Positivo y necesario codazo nos dieron.La agencia, que en sus inicios vendía columnas a 500 pesos y transmitía a velocidades entre 50 y 70 baudios en parsimoniosos, ruidosos y románticos télex, ha sido certera y exigente escuela de periodismo.
Los cazadores criollos de talentos sigan alimentándose de la redacción de Colprensa. La agencia baraja y recluta talentosa sangre nueva, egresada de la Universidad. Y el mundo sigue su marcha.
Que la marcha de Colprensa continúe por los siglos de los siglos.Esa ráfaga, RositaPara Rosita Castellanos, la señora del tinto, todos los días era 1º de mayo, día del trabajo, y 27 de junio, día nacional del café. Vivía en mayo y junio permanentes.Doy fe de que Rosita era una ternura que venía en estuche pequeño, como los perfumes que incitan al pecado mortal.
Provocaba agarrarla a picos. Con nadie tuvo nunca un sí ni un no. Ni siquiera un tampoco.Verla trabajar era una fiesta, un paseo de día entero. Si me entrevistaran para la televisión de Bramaputra sobre el oficio con el que me habría gustado ganarme los garbanzos, respondería que “señora del tinto”.
Claro, a la manera de está diminuta ráfaga que nos nivelaba a todos por lo alto con su expresión cundiboyacense del “sumercé”.Servir el tinto era para ella ceremonia, tic, pausa, recreo, ritual, misa, fiesta, religión, costumbre. Verla no más equivalía a una sesión de sauna y turco. Veía a cualquiera bajo de forma y le trepaba la moral al último piso.
Era siquiatra aficionada sin que la empresa tuviera que incurrir en gastos adicionales por ese concepto.Sábados y domingos nos castigaba con su diminuta y sonriente ausencia. Los lunes valían la pena por la llegada de Rosita a la agencia de noticias Colprensa, donde compartimos.
Los personajes que visitaban la agencia preguntaban primero por ella. Sólo después de despachar el café que les servía, se decidían a soltar la lengua. Algo le echaba al tinto para que aflojaran la sin hueso.
Era su forma de hacer reportería, de contribuir a la productividad noticiosa. No era brava. Bravita sí, cuando descubría que habíamos dejado enfriar el café, o su carnal el agua aromática, que también preparaba con sabia sazón boyacense.Sabía las cantidades exactas de café y azúcar per cráneo cuadrado que consumíamos.
Nos daba gusto así se afectaran las finanzas de la compañía.Era la abuela de todos aunque nunca se hizo leer la epístola de Pablo. Ese amor que tenía para dar al varón domado lo repartió “adecuada y equitativamente” entre todos.
No admitía invasiones al hábitat donde preparaba el bebestible. ¡Ay de quien se atreviera! Eso sí, permitía repetir tinto por fuera del reglamento a espaldas de la gerencia.Era discreta, de pocas palabras. Hablaba el certero esperanto del monosílabo. No se dirá de ella que le jalaba al blablablá.Si escuchaba algún secreto en una reunión de junta directiva lo olvidaba tan pronto salía del recinto.
Era la ética y la estética de su destino.
Por más que le picáramos la lengua para que contara qué había oído (un reajuste salarial, una echada, equis agarrón gerencial), callaba como el condenado a muerte próximo a recibir la “ducha fría” de la guillotina.
Para sus devotos valía más que todas las veinte mil tiendas Starbucks y Juan Valdez juntas. Trabajaba con una cierta sonrisa que le iluminaba el rostro.
Nunca reveló su receta para preparar el tinto. Se pensionó con ese secreto.
Donde se encuentre tiene que estar bien. Se ganó el reposo. Se le quiere, mi viejita Rosita Castellanos. Usted es la indiscutida patrona de las señoras del tinto que en el mundo son. A ellas les rindo homenaje con estas líneas.