Por Óscar Domínguez Giraldo
Chaplin decía que el golf consiste en golpear una bola pequeña sin darle a la grande. En el debate entre Biden y Trump, el único momento que no me provocó asilarme en el crucigrama o en otro episodio de Los Picapiedra fue cuando hablaron de su prontuario golfístico.
El debate será recordado como la noche que un par de cuchos con un ego como el Empire State decidieron odiarse en directo por CNN. El despelote televisivo me recordó las peleas de los mastodontes de la WWE Smack Down que se despedazan en medio del júbilo del respetable en una versión moderna del pan y circo de los romanos.
Ingenuo que es uno, supuse que al principio, para guardar las apariencias, se saludarían y se preguntarían por los nietos, la próstata, el gato. (Biden le dijo a su contrario que tenía la moral de un gato callejero. Les pido perdón a los gatos, mis enemigos íntimos, por el descache del tío Joe).
Tuvieron que cerrarles los micrófonos para que pudieran redondear sus ataques. A Trump le preguntaron por sus acciones en el asalto al Capitolio y solo le faltó responder que los invasores estaban de picnic. Lucía tranquilo porque sabe que mientras más violaciones a la ley se conozcan, más apoyo y dólares le lloverán de sus fans. Para decirlo con el tango “qué falta de respeto que atropello a la razón”.
Los periodistas que preguntaron, muy ceñidos a un libreto, no lograban concretarlo. Tampoco a Biden, “mi” candidato, quien ya hizo su tarea. Suficiente, colega abuelo. Llegó el momento de dedicarse a ennietecer y a ver pasar el viento. Y el tiempo.
Si “time is money”, ¿a qué ventanilla siniestra debo acercarme para que me devuelvan la platica invertida viendo el cara a cara entre estos dos antípodas en política?
Con cierto desdén mezclado con gotas de perplejidad recibieron los gatos de la familia Mendoza Acosta, de Envigado, el comentario del presidente y candidato Joe Biden, sobre la moral de su antagonista Donald Trump. “Reventó sin mecha el viejito Joe”, ronronearon en dueto el par de “anarquistas de los dejados” como los llama el poeta JM Roca Vidales. (Foto del Toto Mendoza).
Con la pelea de perros y gatos se me devolvió hasta el primer tetero. De Trump, de 78 años, dijeron los medios de USA que dijo una mentira cada tres minutos. Al magnate no se le puede creer ni lo contrario. Tomó muy a pecho el consejo de un personaje de Mark Twain de impedir que muera el arte de mentir.
Biden, de 81 abriles, trastabilló a morir. Después admitió que estuvo errático por culpa de una gripa. Me dio tanta tristeza su desempeño que casi le doy para el bus de regreso a la Casa Blanca.
Lo siento por “los hermanos pudientes del norte” pero entre Biden y Trump no tienen con qué hacer un caldo. Lo mismo ocurrió en la segunda vuelta presidencial en Colombia entre Petro y Rodolfo Hernández.
Sin costo algo, les sugiero a republicanos y demócratas barajar y dar de nuevo en materia de candidatos. Si no me paran bolas, que Dios nos coja confesados y comulgados.