Guetos: una prueba de vida

Los guetos para confinar judios en la Alemania nazi

Por María Angélica Aparicio P.

Si la puerta quedaba cerrada con un grueso, o con un débil candado, ninguna persona podía salir. Era el único portón de la extensa muralla del gueto. La puerta se abría en las mañanas, con el alba, bajo el frío. Por la noche, alguien la trancaba. Empezaba el encerramiento a una hora indicada. Abrir y cerrar esa única puerta, era un rito en los guetos de Europa oriental. 

Los alemanes crearon guetos en las zonas atrasadas y pobres de las ciudades. Consistía en un tipo de urbanización con varios edificios y casas, unidos por calles muy estrechas. Un muro rodeaba el conjunto, al estilo de una muralla china. Desde siempre, constituyó una forma de separar a los judíos de los cristianos que vivían en los años treinta y cuarenta. Aislarlos, asfixiarlos, era la política de los alemanes antes de la segunda guerra mundial.

Según las cuentas, se construyeron más de mil guetos en ciudades de Polonia, Unión Soviética, Italia, Alemania, Dinamarca, Lituania, Ucrania, Bielorrusia, República Checa. Se ubicaron en sitios donde no había luz ni prestación de servicios generales; en estos reinaba el abandono, la suciedad, el barro de las lluvias, el olvido de los gobiernos locales.

Gueto de Venecia

El gueto se volvió un sistema de discriminación, uno bastante moderno. Separaba razas, creencias, talentos, profesiones. Anulaba los derechos humanos universales como si se tratara de tachones trazados en pliegos de papel. Fueron organizados contra una raza específica, que entonces eran los judíos, una clase culta, artística, empresarial e industrial, que resolvieron encerrar porque ya en plena segunda guerra, eran, para los alemanes, sus enemigos irreconciliables.

El nazismo de Adolfo Hitler optó por los guetos como un primer paso para controlar a los judíos. Al comienzo, la población podía salir y entrar por la única puerta de acceso que había en esas residencias; gozaban de libertad para ir de compras, desplazarse a sus trabajos y a sus escuelas. Pronto prohibieron que niños, ancianos, mujeres y hombres salieran de la muralla que envolvía sus viviendas. Les cerraron el paso por los cuatro costados. Quedaron atrapados como los peces que caen dentro de una gran atalaya.

Gueto romano

Ante el cierre de sus viviendas, los judíos se movieron como libélulas. Gritaron y lloraron en su intimidad, pero no se echaron a la pena como tantas reinas chifladas de la historia europea. Dentro de los guetos, cambiaron las tiendas por el trueque: hubo demanda y oferta. En los callejones de las casas, pusieron escuelas. Editaron periódicos manuales para contar los sucesos que ocurrían en el gueto. Movilizaron sus propios servicios religiosos para no defraudar sus creencias ni sus preciosas tradiciones.

Pronto dictaron leyes para mantener el orden civil. Se echaron gasolina –como un decir– para continuar viviendo de acuerdo a las costumbres judías. El movimiento, el bullicio, la actividad laboral, el emprendimiento dinámico, sobrevivieron gracias al empuje de esta raza.

Gueto de Varsovia

Dentro de los guetos se instalaron bibliotecas. Los niños escribieron, leyeron poesías, libros y cuentos. Muchos jóvenes judíos cogieron el tema cultural y lo pusieron a bailar. Brilló la música, aparecieron las orquestas. En las calles, se promovieron exposiciones de pintura y dibujo. Se montaron ferias. El teatro callejero surgió para animar la vida de aquellas personas que quedaron, como ratones, enjauladas.

Otros jóvenes se reunieron para tomar decisiones menos artísticas. Crearon una red de resistencia entre los más valientes: muchachos de ambos sexos que se escabulleron en las horas nocturnas para buscar carne, pan, frutas, bebidas, y dar un uso adecuado a esos paquetes de alimentos. Algunos consiguieron armas de contrabando. Jugaron a ser bravos soldados para enfrentarse al odioso Consejo Judío, un cuerpo nombrado por la SS (servicio secreto alemán) que vigilaba sus vidas.

Los guetos no pudieron sobrevivir como formas de registrar una historia, la de nuestro tiempo, porque los alemanes se apresuraron a cumplir, a ciegas, tres pasos: hacinar a la población que vivía recluida, evacuar a los sobrevivientes y destruir la infraestructura para no dejar semillas en crecimiento que pudieran, algún día, culparlos. Quienes superaron las adversidades, la hambruna y las enfermedades, salieron derecho, en línea recta, a los campos de exterminio de Alemania y de sus países ocupados. Los demás perdieron la vida. 

Gueto de Lodz

Polonia fue el eje central de dos guetos memorables: el gueto de Varsovia, construido 1939, donde se calcula que murieron ochenta mil personas en condiciones lamentables. Y Lodz, una urbanización fundada en una zona apartada del suroeste de Varsovia, que creció como el segundo más grande del país. Aquí encerraron a judíos con gitanos, una extraña mezcla de costumbres y saberes, que actuaba como una mecha a punto de explotar. Sin embargo, permanecieron juntos hasta 1945, año en que fueron liberados.

Los guetos ya existían en el siglo XIII en el actual Marruecos, de modo que los alemanes no fueron sus autores originales. A principios del siglo XVI en la propia Venecia, ese enclave marino del occidente de Italia, ya había un barrio exclusivo para judíos. Y otro tanto sucedió en Palma de Mallorca, la isla paradisíaca de los españoles: los judíos arribaron aquí, levantaron magníficas casas, amurallaron su barrio, edificaron sinagogas, y vivieron bajo sus propias normas, mucho antes de iniciarse la expansión alemana por Europa.

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