Gaza, 40.000 muertos después

Lo que está quedando en Gaza por el genocidio de Israel contra el pueblo de Palestina en la búsqueda de unos terroristas. Foto Ali Jadallah/Anadolu via Getty Images)

Editorial

La guerra de Benjamín Netanyahu ha causado ya 40.000 muertos, casi el 2% de la población de Gaza. El dato difundido este jueves, una cifra redonda como tantas anteriores en más de 10 meses de guerra, esconde los detalles del horror. Es resultado de la recopilación que hacen las autoridades de la Franja, controlada por Hamás, entre hospitales y familiares. Dos tercios de los muertos son mujeres y niños. Los periodistas son más de un centenar y el personal médico y de enfermería roza el millar. Los bombardeos han llegado a la llamada “zona humanitaria” establecida por Israel y a decenas de colegios que albergan desplazados de otras partes de Gaza. Algunos han tenido que huir hasta una decena de veces a supuestas zonas seguras para luego verse de nuevo asediados por las bombas. Las muertes incluyen casos de desnutrición o falta de medicamento. Los datos suponen una radiografía de unos bombardeos israelíes que muestran más deseo de venganza, por la masacre que Hamás llevó a cabo el 7 de octubre, que de táctica militar.

‌Las desoladoras imágenes de una Gaza devastada nos acompañan a diario desde entonces. Solo así, a pesar de las dificultades de los periodistas locales para difundir imágenes, podemos poner rostro al dolor. Las bombas israelíes siguen matando cada día a decenas de personas, como si fuese el orden natural de las cosas.

Es en este contexto en el que Israel y Hamás retomaron este jueves en Doha las negociaciones de un alto el fuego. Pese a la sensación de déjà vu (Estados Unidos, Egipto y Qatar llevan mediando desde diciembre), esta ronda comienza con sensación de urgencia, una última oportunidad de lograr un alto el fuego. La urgencia no la ponen los muertos, sino otros factores, como el hecho de que se acaban las posibilidades de recuperar con vida a los rehenes que quedan aún en manos de Hamás. Pero también por el contexto de peligro real de que Irán y Hezbolá respondan a Israel de manera que haga ineludible una guerra a gran escala en Oriente Próximo tras la secuencia de asesinatos selectivos de líderes ejecutados por Israel en esos países: Fuad Shukr, número dos de Hezbolá (reconocido por Israel); e Ismail Haniya, líder político de Hamás, en Teherán (no reconocido).

‌La diplomacia ha logrado por ahora que la milicia libanesa e Irán mantengan congeladas sus respuestas. Pero todo a la espera de lo que suceda en Doha. Un fracaso nos enfrentaría a un escenario inédito. El ministro de Defensa, Yoav Gallant, ha asegurado que su ejército puede “devolver Líbano a la Edad de Piedra” y Estados Unidos ya ha enviado a la zona submarinos, cazas y portaaviones.

La clave es, una vez más, cuánto será capaz de presionar un Joe Biden ya de salida al primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, empeñado en su huida hacia adelante, personal y política, hacia una “victoria total” que el propio Gallant acaba de calificar de “sinsentido”. Netanyahu le acusó en respuesta de “adoptar la narrativa antiisraelí”.

‌Hamás no acude formalmente a la cita, pero tanto israelíes como estadounidenses admiten que no afectará apenas al desempeño, ya que Qatar y Egipto les irán pasando los mensajes. Todo acuerdo, obviamente, necesitará la luz verde de su nuevo líder, Yahia Sinwar, escondido previsiblemente en algún túnel de Gaza y que pasa los mensajes a un puñado de personas de su máxima confianza. De un grupo de personas reunidas en Doha depende estos días evitar un escenario catastrófico y, sobre todo, que se llegue a la próxima cifra redonda.

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