Por Lisa Lerer y Katie Glueck
Lisa Lerer reportó desde Norristown y Lansdale, Pensilvania. Katie Glueck informó desde Grand Rapids y East Lansing, Míchigan.
En el ideal estadounidense, las elecciones son momentos de patriotismo, un tiempo para que los ciudadanos resuelvan sus diferencias en las urnas, por más intensos que sean los desacuerdos.
En la realidad de 2024, las urnas de algunos lugares están, literalmente, ardiendo.
Así ocurre en una contienda que ha sido más oscura que ninguna otra en el pasado reciente. La nación entra en esta jornada electoral en vilo por posibilidades que antes parecían inimaginables en el Estados Unidos del siglo XXI: violencia política, intentos de asesinato y promesas de represalias contra los oponentes.
Para muchos votantes, la ansiedad que impregnó las últimas elecciones, una contienda socialmente distanciada que se produjo en medio del brote de COVID-19, se ha transformado en un sentimiento mucho más sombrío.
En decenas de entrevistas realizadas durante el último fin de semana de la campaña, estadounidenses de todo el espectro político declararon que se dirigían a las urnas en los estados disputados con la sensación de que su nación se estaba desmoronando. Aunque algunos expresaron su alivio por el hecho de que la larga temporada electoral finalmente se acercaba a su fin, era difícil escapar al trasfondo de inquietud en torno al día de las elecciones y lo que podría venir después.
Esas preocupaciones reflejan los temores de un país que ha vivido cuatro años tumultuosos, transformado por una pandemia devastadora que mató a más de un millón de estadounidenses, un asalto estremecedor al Capitolio de la nación que trastocó la tradición fundamental de una transición pacífica del poder, la caída de un derecho federal al aborto de casi medio siglo de antigüedad y un aumento de los precios que no se había visto en décadas. Ciudades de todo el país han sentido la tensión de la crisis migratoria en la frontera sur.
Los mismos candidatos presidenciales han pintado a las elecciones como una batalla existencial por el carácter de la nación, su democracia y la seguridad de sus habitantes. En sus anuncios y en los actos, los demócratas relatan historias explícitas de mujeres que estuvieron a punto de morir como consecuencia de las prohibiciones restrictivas del aborto. En campaña, los republicanos describen crímenes brutales cometidos por miembros de pandillas extranjeras que se encuentran ilegalmente en el país, y dicen a los estadounidenses que ellos podrían ser las próximas víctimas.
Muchos votantes expresaron su preocupación por la violencia postelectoral.
“Me preocupa la violencia”, dijo Bill Knapp, un hombre jubilado de 70 años de Grand Rapids, Míchigan, culpando a Trump de esa posibilidad mientras conversaba con otros partidarios de la vicepresidenta Kamala Harris en una oficina local de la campaña demócrata el sábado. “Me estoy preparando para eso, sea cual sea el resultado”.
En un centro de votación anticipada de Madison, Wisconsin, Chris Glad, de 62 años, sufría fatiga electoral. “Me alegraré tanto cuando esto termine, creo”, dijo mientras ayudaba a su madre a subir al coche.
Y mientras Cathy Hearn, trabajadora de una fábrica de Landsdale, Pensilvania, esperaba a que comenzara un acto de campaña del expresidente Donald Trump en un estacionamiento de los suburbios de Filadelfia, elevó una oración de cuatro palabras: “Dios tiene el control”.
Las últimas semanas de la contienda han estado salpicadas de auténtica violencia.
El FBI está investigando los incendios provocados la semana pasada de dos urnas, donde se encontraron artefactos incendiarios marcados con el mensaje “Gaza libre”. Las escuelas de Allentown, Pensilvania, cerraron “por abundancia de precaución” cuando Trump celebró allí un mitin. En San Marcos, Texas, la policía investigó informes sobre panfletos amenazadores pegados a carteles de la campaña de Harris, firmados con “Klan Trump”. Y en Florida, fuera de un centro de votación anticipada, un joven de 18 años que apoyaba a Trump amenazó con un machete a dos mujeres mayores que apoyaban a Harris.
El domingo, parecía que todo el país se preparaba para el impacto. De qué, exactamente, nadie parecía estar seguro.
En Omaha, durante un servicio religioso en la iglesia Lord of Hosts, Hank Kunneman, un pastor que ha apoyado abiertamente a Trump, predijo “la hora de la venganza” para “un partido mentiroso” de demócratas.
En Washington, varios restaurantes cercanos a la Casa Blanca cubrieron sus ventanas delanteras con gruesos paneles de madera contrachapada.
Y en Rocky Mount, Carolina del Norte, Vernon Battle, de 67 años, votó por Harris y dijo que alguien le había sugerido recientemente que consiguiera un arma para prepararse para lo que pudiera venir.
Los disturbios en el Capitolio, dijo el empleado de la gasolinera, “realmente cambiaron las cosas”. Su mujer, Carolyn, añadió: “La gente ya no es lo que era”.
Buscando paralelismos para este momento de la vida política estadounidense, los historiadores se han remontado a algunos de los días más oscuros de la nación, citando con frecuencia la Guerra Civil y la agitación de la década de 1960.
Pero ni siquiera esas épocas comparten esa mezcla de la profunda desconfianza en las elecciones, el pensamiento conspirativo y el lenguaje corrosivo de esta campaña, dijo Douglas Brinkley, historiador presidencial de la Universidad de Rice.
“Tenemos que simplemente confiar en nuestro sistema legal y decir al final del día: todo saldrá bien, no hagas caso de todo el ruido, tu voto cuenta”, dijo. “Todo el mundo está inquieto, ansioso y temeroso por lo que ocurrirá la noche de las elecciones. Eso no debería ser lo que ofrece nuestro país”.
Los republicanos dicen estar preocupados por la inestabilidad en el extranjero, la inmigración ilegal y la seguridad de las elecciones. Muchos siguen creyendo las falsas afirmaciones de Trump de que las elecciones de 2020 fueron robadas, y esperan que se repita. En las últimas semanas, el expresidente ha estado preparando el terreno para volver a afirmar que hubo fraude electoral a gran escala si pierde. El viernes en Levittown, Pensilvania, una fila de decenas de votantes que esperaban para registrarse para votar anticipadamente se extendía alrededor del edificio de servicios gubernamentales. Melody Rose, de 56 años, de pie cerca de la entrada, llevaba esperando más de siete horas para votar por Trump, como hizo en 2020 y 2016.
Para ella, lo que estaba en juego parecían ser los cimientos mismos de la nación. Si gana Harris, dijo Rose, le preocupa todo, desde poder costearse un lugar donde vivir hasta el estallido de la Tercera Guerra Mundial, un conflicto global que Trump advierte con frecuencia que es casi inevitable a menos que vuelva a ocupar la Casa Blanca.
“Perderemos todas nuestras libertades”, dijo. “Creo que nunca volverá a haber otra temporada electoral”.
Y, en un giro respecto a las elecciones de 2020, ahora a algunos republicanos les preocupa, infundadamente, que los demócratas no acepten una victoria de Trump.
“No sé qué cómo van a ser las cosas” si gana, dijo Sue Wirchnianski, una jubilada de Horsham, Pensilvania, quien llamó a los demócratas “el partido de la violencia”.
Los demócratas se hacen eco de lo que ha dicho Harris y algunos de los antiguos asesores y críticos conservadores de Trump acerca de que temen que el país se incline hacia un gobierno autoritario si gana. Mencionan sus amenazas de procesar y encarcelar a una gran cantidad de personas a las que considera que trabajan en su contra, incluidos sus oponentes políticos, a los que llama el “enemigo interno”, e incluso a trabajadores electorales.
Bert VanHoek, un hombre de 75 años de Grand Rapids, Míchigan, estableció paralelismos entre el lenguaje actual y el que se usó durante la Segunda Guerra Mundial.
“Ver cómo vuelve todo esto es aterrador, el lenguaje fascista”, dijo VanHoek, partidario de Harris, quien dijo que su familia estuvo en campos de concentración. Sobre Trump, añadió: “Es un fascista”.
Incluso los demócratas que aún sentían la alegría que caracterizó los primeros días de la candidatura de Harris confesaron algunos sentimientos contradictorios sobre el día de las elecciones.
“Me siento eufórica”, dijo Mary Wardell, de 35 años, directora de comunicaciones, antes de un mitin de Harris en East Lansing el domingo. “También siento náuseas”.
Las intensas divisiones de la campaña se han extendido a los ámbitos más íntimos de la vida estadounidense, dividiendo comunidades, familias e incluso matrimonios. En anuncios y folletos de campaña, los partidarios de Harris han intentado recordar a las mujeres que sus votos son privados —incluso ante sus maridos—, una idea que ha indignado a algunos de los partidarios de derecha de Trump.
Algunos tienen tanto miedo de tener un enfrentamiento con sus vecinos que solamente hablan de las elecciones en voz baja.
En un centro de votación anticipada de Wyoming, Míchigan, una ciudad a las afueras de Grand Rapids, un hombre de 69 años que solo se identificó públicamente como Gary D. habló con susurros al comentar su preferencia en las elecciones.
“Algunas preguntas no es seguro responderlas”, dijo, mirando a su alrededor antes de confirmar en voz baja, en respuesta a la pregunta de una persona de prensa, que efectivamente era partidario de Harris. “Hace diez años habría dicho ‘claro’, sin problemas. Ahora, las cosas son diferentes. Siento que hay más intimidación que antes”.
Al preguntarle qué palabra utilizaría para describir sus sentimientos ante las elecciones, respondió “miedo”.
Puede que el único punto de acuerdo bipartidista sobre las elecciones sea el nivel de estrés que parecen estar provocando.
Una encuesta anual realizada por la Asociación Psicológica Estadounidense descubrió que el “futuro de nuestra nación” era el factor estresante más común para los estadounidenses este año. Según la encuesta, a más de siete de cada diez adultos les preocupaba que los resultados de las elecciones pudieran generar violencia, y el 56 por ciento dijo que creía que las elecciones podían ser el fin de la democracia estadounidense.
Los candidatos y sus campañas no han hecho mucho por mitigar el malestar.
El sábado, haciendo campaña por Trump en los suburbios de Filadelfia, Peter Navarro, exfuncionario del gobierno de Trump que fue encarcelado por negarse a acatar una citación del comité de la Cámara de Representantes que investigó el atentado del 6 de enero en el Capitolio, ofreció una ominosa predicción.
“Si pueden venir por mí, pueden venir por ustedes”, dijo a sus partidarios. “¿Quién se interpone? Trump”.
Cuatro horas más tarde y 16 kilómetros al sur, Michelle Obama ofreció la versión de su partido de una oscura advertencia a una multitud de demócratas reunidos en el gimnasio de una escuela.
“La destrucción es rápida y despiadada, y nadie sabe dónde se detendrá”, dijo. “Un día vendrá por gente que no conocen”.
“Luego”, continuó, “vendrá por un vecino, un amigo, un familiar que es puertorriqueño o judío o palestino; pero luego vendrá por ti”.
Sin embargo, en medio de la ansiedad, hay quien se muestra optimista sobre la vida después del día de las elecciones.
La representante Victoria Spartz, republicana por Indiana, dijo el sábado en una reunión en el restaurante Arooga’s Grille, cerca de Hershey, Pensilvania, que “el destino de la República se decidirá en el gran estado de Pensilvania”. Natalie Nutt, de 49 años, pareció tomarse ese mensaje muy en serio.
“Me siento muy nerviosa”, dijo Nutt, quien dirige una organización educativa sin fines de lucro.
Sin embargo, cuando se le presionó, se mostró reflexiva sobre el futuro de la nación.
“Esto es Estados Unidos de América; no hay país mejor”, dijo, con una sonrisa de alivio en el rostro. “No creo que sea el fin del mundo, pase lo que pase”.
Colaboraron con reportería Julie Bosman desde Madison, Wisconsin, Emily Cochranedesde Rocky Mount, Carolina del Norte, Sam Easter desde East Lansing, Míchigan,Elizabeth Dias desde Washington, Dionne Searcey desde Omaha; Nebraska y Jonathan Weisman desde Hershey, Pensilvania.
Lisa Lerer es reportera política nacional del Times, radicada en Nueva York. Ha cubierto la política estadounidense durante casi dos décadas.
Dejar una contestacion