
Palabras para Begow (1)
Por Elbacé Restrepo
Por una razón que desconozco, cuando muere alguien que queremos los defectos pasan inadvertidos mientras las virtudes afloran. Pero yo sí voy a reconocer que Begow era un señor impertinente, metepatas, caza peleas, regañón, el más ácido, a veces crítico y casi siempre muy criticón. Pero así lo querí, para estar a tono con un expresidente.
Así que declaro a Luis Bernardo como un ser humano imperfectamente adorable, pero todo un señor. Begow, además, fue el liberal más godo que he conocido. Se creía muy moderno, pero en el fondo tenía sus creencias y convicciones muy chapadas a la antigua. Sin embargo, en su oficina, que por razones obvias llamamos La Alcancía, cabíamos todos los que quisiéramos llegar a disfrutar un rato ameno, siempre de amigable controversia y dialegatos sin fin. Nunca un grupo fue tan diverso como aquel, pero a todos nos recibía con una alegría desbordada. Supongo que amaba espantar su soledad por unas horas.
No supe de rencores enconados en su alma, pero sí de sus perdones lentos. Soy testigo, también, de que ante la ofensa prefería retirarse que atacar, y tengo pruebas, como aquella vez, hace unos años, que luego de una imprudencia no tan grave cometida contra un reconocido escritor y periodista, recibió de aquel que llamaban “maestro” una andanada de improperios que no los merecía ni el ser más perverso del planeta tierra. A semejante afrenta desproporcionada, Begow simplemente respondió: “No me conoce y eso se observa claramente en los 43 adjetivos peyorativos que me asigna, algunos por triplicado. No me ofenden, pasan de largo, pues yo sí me conozco. Mi respeto y admiración por el escritor continúan intactos”. Y cerró el caso de por vida. Ese día a mí se me cayó un ídolo del pedestal… el tal maestro se me quebró en 43 pedazos que no pude, ni quise, volver a pegar. Pero confirmé que a Begow, lo que le negaron en estatura, se lo dieron en don de gentes y grandeza de espíritu.
No creo haber sido su amiga más cercana, pero sí me precio de haberlo conocido muy bien. Y sé que Luis Bernardo, como Neruda, pudo haber dicho mil veces: “De la vida no quiero mucho. Quiero apenas saber que intenté todo lo que quise, tuve todo lo que pude, amé lo que valía la pena y perdí apenas lo que nunca fue mío”.
A la familia, un abrazo de condolencia. Y a Sandra, montones de gracias por haber sido su ángel de la guarda durante los últimos años.
Querido Begow: Para esta mugrosa que todavía no tutea, fue un honor haber coincidido con usted en esta vida. Déjeme decirle que usted fue una pieza de gran valor en mi escasa colección de amigos del alma. Abur. Abur para siempre, mi muy querido Bernardo.
Adiosito, Begow (2)

Óscar Domínguez
Palabras para Bernardo
En los últimos tiempos se había regalado el silencio. Partió discretamente. Tan pronto como supimos de su viaje, con un ojo lo lloramos y con el otro nos alegramos.
Supongo que el ego de Bernardo se habrá dado por bien servido con el adiós que sus familiares y amigos le damos en la imponente Catedral Metropolitana construida con un millón 120 mil ladrillos, descontados los que se han fumado algunos vecinos.
Nos dejó recientemente, pero ya hace milagros como el de permitirnos hablar en el sancta sanctorum medellinense para expresarle nuestra perplejidad y agradecimiento por su intensa travesía.
Otro milagro de san Luis Bernardo: volvió a reunir, física o virtualmente, a los integrantes de las múltiples tertulias que alcahueteó.
Solo supo hacer las cosas bien el exigente hombre fuerte de Frontino, enrazado en inglés por lo White. Precisamente, en 1857, un inglés, el ingeniero Tyrrel Moore, donó el terreno para esta Catedral.
Brilló en disciplinas como el derecho, la historia, el periodismo, la literatura, la filatelia, la numismática, la gastronomía, el ajedrez. Privilegió la amistad, la bohemia y la conversación que practicó como si fueran otras bellas artes.
El escritor Mark Twain sugería vivir de tal forma que lo lamente hasta el dueño de la funeraria. La partida de Begow la lamentamos yo, tú, él, nosotros, vosotros y ellos.
A lo largo de su andadura agotó adjetivos como: correcto, ético, servicial, generoso, solidario, leal, cariñoso, cálido, íntegro, mamagallista, buscapleitos, sabio, estudioso, sonriente, regañón, cascarrabias, simpático, único. Este historiador que documentaba hasta un atardecer, era el milésimo hombre que acompañaba a sus amigos hasta el cadalso y se ahorcaba con ellos.
Begow murió dos veces. Sobre el primer coqueteo con la pelona escribió: “Ya me gasté una vida. Tuve la fortuna de resucitar para organizarme con mis chécheres físicos, pues los mentales no los ordena nadie. Estoy agradecido con la vida por la maravillosa cantidad de amigos leales que me ha brindado”.
En quechua no existe la palabra adiós sino “tupananchiskama” que quiere decir: “hasta que la vida nos vuelva a encontrar”.
Querido Bernardo: gózate esa eternidad que finalmente te ganaste.