Editorial
Estados Unidos impidió el pasado viernes que el Consejo de Seguridad de la ONU exigiera un alto el fuego permanente en Gaza gracias a su derecho de veto, a pesar de los votos favorables del entero organismo y la abstención del Reino Unido. Fueron malas excusas las que utilizó su representante para aliviar la presión sobre el Gobierno de Benjamín Netanyahu para que dé por terminada su ofensiva con el insoportable balance de muerte y destrucción que está resultando de los bombardeos. Nada tiene que ver la alegada ausencia de una condena de la bárbara acción de Hamás del 7 de octubre por parte del Consejo, que tampoco ha condenado la invasión rusa de Ucrania, con la protección de las vidas ahora en grave peligro de dos millones de gazatíes.
Tenía toda la razón el secretario general de Naciones Unidas, António Guterres, cuando pidió una reacción internacional ante la catástrofe en marcha. La guerra de Gaza agrava “las amenazas que ya existen para el mantenimiento de la paz mundial”, por lo que le corresponde apelar a los poderes que le otorga al artículo 99 de la Carta de Naciones Unidas para convocar la reunión. Fue injusta e impertinente la reacción del Gobierno de Netanyahu. No es Guterres el peligro para la paz mundial, ni tampoco el cómplice de Hamás, organización que creció y preparó su acción terrorista bajo la negligente vigilancia de Netanyahu, después de facilitarle incluso la financiación indirecta a través de Qatar con el maquiavélico objetivo de dividir a los palestinos y desprestigiar a la Autoridad Palestina.
Rusia con la guerra de Ucrania y EE UU ahora con la de Gaza están paralizando el Consejo de Seguridad en un momento crucial para la paz y la estabilidad mundiales. Israel ha agotado sobradamente su derecho a la defensa. Si era justa su respuesta defensiva contra el bárbaro ataque del 7 de octubre, no lo es una guerra como la que se libra ahora, sin atender al derecho humanitario internacional y con unos bombardeos sobre la población civil como no se conocían desde la II Guerra Mundial.
Tan desproporcionada es la respuesta militar israelí que incluso la ha reprochado su aliado estadounidense. Tampoco tienen sentido sus imprecaciones contra quienes exigen el alto el fuego, como Guterres o Pedro Sánchez.
La continuación de la guerra, además de afectar a la seguridad y la vida de los gazatíes, significa un riesgo de escalada, favorece a Putin en la guerra de Ucrania, desplaza la opinión mundial contra Estados Unidos y deteriora quién sabe si de forma irrecuperable el prestigio de la legalidad internacional y de sus instituciones. Es imprescindible el alto el fuego definitivo, restablecer los suministros, obtener la liberación de los rehenes y abrir negociaciones de paz, primero para la gestión de una Gaza desmilitarizada y luego reconocer un Estado palestino en paz y seguridad junto a Israel.