Publicado en febrero 11, 2022
Las canciones de la música colombiana y en especial las de Jorge Villamil Cordovez son recordadas durante el invierno norteamericano.
En medio de las temperaturas que bajan hasta los -25 grados centígrados, con paisajes invernales que convierte las grandes praderas del estado de Illinois en tapetes blancos y pulcros, a dos colombianas les gusta tararear y cantar las canciones de Jorge Villamil, en particular Llamarada, como haciendo alusión también a los atardeceres encendidos que suelen verse por esas épocas.
Luz Elena Hoyos oriunda Victoria Caldas, recuerda como de niña, entre rancheras y boleros escuchaba en la radio las canciones de música colombiana: bambucos, pasillos o valses hacían parte de ese entorno sonoro que se complementaba con las melodías entonadas en las reuniones familiares de fin de semana.
Ya desde el colegio su actividad artística se vio manifestada con la participación en concursos de canto de eventos intercolegiales. Luz Elena resultó ganadora de varios de estos concursos lo que la motivó a seguir explorando el campo de la música.
Helenita Vargas y Yolanda del Río son algunas de sus artistas preferidas. En esas épocas sus esfuerzos quedaron representados en una serie de canciones que llegó a grabar, hasta producir un sencillo que apareció en formato de casete.
Los ecos de la música y la búsqueda de oportunidades la llevaron hasta Estados Unidos y estando en este país pudo acercarse a la famosa orquesta de la Sonora Dinamita.
Esta agrupación le abrió las puertas para desempeñarse como cantante de la banda. La idea era acompañar a la Sonora en una gira por varias ciudades del Estado de California en los Estados Unidos. Eran los inicios de los años 90 y la Sonora Dinamita se alzaba con triunfos en varios países, incluso tenían un conformación de músicos para los Estados Unidos y otra para México.
La sección de México estaba baja la dirección del gran músico Lucho Argarín, y la de Estados Unidos a cargo de Fruko. Luz Elena arrancó con mucho entusiasmo a participar de estas agotadoras presentaciones, pero luego de varias, encontró que no era exactamente lo que buscaba. Lo pensó mucho, y bien la música y el cantar lo llevaba en la sangre, no así el ambiente agotador de las presentaciones, por lo que decidió dejar la Sonora. Ese fue un momento de inflexión muy importante en su vida.
La Música Colombiana en Chicago y en los Estados Unidos
Luz Elena afirma que la presencia de la música colombiana no es pareja en los Estados Unidos. Por ejemplo es muy posible que haya más presencia de la música colombiana en Miami o en Nueva York, donde la colonia nacional es mucho más grande, a diferencia de lugares como California.
Sin embargo cuando se está en el extranjero, escuchar la música tradicional colombina de cualquier género en algún medio de comunicación o reunión de amigos puede desencadenar sentimientos de alegría… y a veces de nostalgia. Sean vallenatos, cumbias, bambucos, o la música tropical tienen la capacidad de poner a palpitar los corazones de la patria, cosa que no pasa, dice Luz Elena con la música colombiana comercial contemporánea tipo reggaetón.
La migración colombiana hacia los Estados Unidos ha sido constante durante décadas. No se compara con la mexicana o cubana, pero de todas maneras es importante. Muchos colombianos llegan a este país para quedarse, lo que implica legalmente que quizás nunca puedan regresar. En ese momento, cuando se escucha una canción colombiana, entra un sentimiento de nostalgia. Así también lo percibe Luz Elena cuando afirma que “al principio es difícil: escuchas el himno nacional, una canción colombiana, y te da mucha nostalgia, sobre todo si no tienes la posibilidad de regresar. Por esa etapa pasan casi todos los migrantes…”
Cada generación tiene su conjunto de canciones que pueden generar ese sentimiento, pero sin duda para los colombianos que ya echaron raíces en Estados Unidos la música folclórica tradicional, la andina, los vallenatos y la tropical, hacen parte de ese conjunto en medio de la enorme variedad de géneros musicales que tiene Colombia. Entre las canciones tradicionales de música andina las que más se recuerdan y cantan en reuniones de colombianos amantes de la música son las de Jorge Villamil Cordovez. Espumas, Oropel y Llamarada… Llamarada en particular es la canción que más le gusta interpretar a Luz Elena en estas reuniones.
Luz Elena hace notar que a pesar de la existencia de una oferta musical enorme y de un público potencial amplio, “cada vez hay menos espacios para ese tipo de música en los medios de comunicación de los Estados Unidos. Si bien algunas emisoras y personas han tenido algunos espacios pequeños de música tradicional colombiana o de otros países de América Latina, las emisoras poco a poco han ido entregando sus programas a lo que más se vende, desplazando a esas audiencias fuera de los medios de comunicación.
Cuando esto comenzó a ocurrir, dice Luz Elena, “a uno le tocó quedarse con sus CDs como único refugio para escuchar la música tradicional. Pero después con la aparición de YouTube las personas empezaron a hacer listados de canciones, por lo que ya no fue necesario escuchar emisoras de radio y menos aún ahora con las plataformas de música existentes. “Yo ya casi no escucho emisoras –afirma- y esto también ocurre porque la mayor parte del mercado hispano en Estados Unidos esta captado por la música mexicana, y no es que no me guste la mexicana, me gustan los boleros, los tríos y las rancheras mexicanas, de la época de Vicente Fernández o Javier Solís, pero no la música de las rancheras modernas comerciales que es lo que principalmente se escucha en las emisoras latinas de ciudades como Chicago.”
Por lo pronto Luz Elena seguirá interpretando la música tradicional colombiana al lado de sus boleros y tríos que considera la mejor buena música.
Una Llamarada ranchera en el invierno
Blanca Noris Toledo Rubiano, nacida en Bogotá y proveniente de una familia de músicos, es hoy en día y desde hace muchos años una activa y destacada promotora de la cultura colombiana en el área de la ciudad de Chicago en los Estados Unidos.
En Colombia era muy normal que la música tradicional colombiana se interpretara en reuniones familiares o con amigos, acompañados de instrumentos colombianos, platos típicos y algún licor. Esto ocurría tanto en la ciudad como en el campo, pero con el pasar de los años la situación fue cambiando. De esta época donde aún se llevaban a cabo este tipo de reuniones es Blanca Noris. “Los músicos de estas reuniones no tenían que ser profesionales, eso no importaba pues de lo que se trataba era de interpretar con sentimiento y de pasar un buen momento”.
“En mi casa, cuando yo estaba jovencita, las fiestas eran de dos o tres días seguidos, nosotros somos muy musicales, y al finalizar cada día terminábamos cantando… y qué cantábamos? Pues Espumas, Pueblito Viejo y todas esas canciones nuestras”
Blanca o Blanquita como prefiere que le llamen sus amistades, cuenta que de joven se pegaba a las salidas de los músicos de estudiantina de la Universidad Nacional, con el director de la época, el músico y gran promotor, Juvenal Cedeño. Recuerda esos momentos con gran entusiasmo y alegría, pues todo giraba en torno al universo de la música, y quizás no podría haber sido de otro modo, pues por ejemplo el padre de Blanquita ponía a sus hijos a tocar el ritmo del rajaleña, con los cubiertos de la casa sobre la mesa del comedor.
Al preguntársele a Blanquita sobre cómo recuerda esos años en lo referente a la música, afirma que “en los años 70, en el ambiente cultural nacional aún prevalecía la música tradicional al lado de las baladas y la música tropical. En los programas de televisión y en las emisoras de radio era lo que se escuchaba. Luego eso se fue perdiendo con la avalancha de la música en inglés, hasta quedar muy poco”.
Su interés por la música la llevó a participar en varios festivales y por esas épocas ocurriría un evento “casual” que la seguiría impulsando a convertirse en la activista cultural que es hoy.
El momento en que conoce a Jorge Villamil Cordovéz
Blanquita recuerda que por esos días comenzó con un dolor de huesos por lo que debió ir al médico. En esa época existía el llamado Seguro Social ubicado en el centro de Bogotá. Allí mismo trabajaba Jorge Villamil en la época en que aún combinaba la atención médica con la composición musical. Según las fechas que menciona Blanquita, serían probablemente los últimos meses en que el compositor huilense trabajaría allí, y con tan buena fortuna, que el médico que le asignaron fue nada menos que Villamil.
“Tuve la fortuna que me tocara semejante belleza de doctor, traumatólogo… ¡Cuando lo encontré, yo quedé muda! No podía creer que me asignaran ese médico, músico que estaba en el apogeo de su carrera”.
Blanquita lo recuerda como elocuente, gracioso y muy colaborador. En medio de la consulta le dijo que lo admiraba mucho y que había cantado sus canciones en algunas presentaciones. Así fue que tiempo después cuando Blanquita se estaba preparando para participar en uno de los concursos de canto del Festival Cafam, le pidió que le recomendara una canción para cantar. Villamil le sugirió Espumas y le hizo cantar unas estrofas. “Tienes bonito tono y bonito timbre de voz, pero te quedaría mejor cantar Llamarada”. Así que ensayaron Llamarada.
Esta canción había subido a la cima, entre otras cosas por la interpretación de la baladista Isadora. Se la escuchaba con frecuencia en las estaciones de radio, y en los shows de televisión era una de las preferidas para ser interpretada.
Llamarada, originalmente un vals de 1970 había sido ya interpretada por Silva y Villalba, y desde entonces se había ganado el favor del público, pero en 1975 -según se relata en el libro Las Huellas de Villamil, de Vicente Silva Vargas- Pedro Chang y Fernando Parra, se contactaron con Villamil para proponerle hacer de Llamarada una canción más juvenil y moderna, pasándola de vals a balada. La canción sería interpretada por la joven caleña, Isadora que preparaba un LP para final del año. El experimento tuvo un existo rotundo. Luego de popularizarse, se difundió por toda América Latina, un gran éxito alcanzado en momentos muy anteriores a las redes sociales o de la Internet. Los sonidos de Llamarada en la voz de Isadora llegaron también hasta Estados Unidos, donde en 1978, Villamil ganó el premio ACE, Asociación de Cronistas del Espectáculo de Nueva York, importante reconocimiento de la época para compositores latinoamericanos.
Blanquita recuerda a Villamil como un defensor de la música colombiana. A pesar de los éxitos que había tenido el Compositor de la Américas, Blanquita cuenta que en una ocasión Villamil le dijo que él había tenido que pagarle a una emisora comercial para que emitiera la música colombiana. “Los valores de la música tradicional colombina se están perdiendo, eso no lo podemos permitir”, le había dicho Villamil.
Y es que ya en los años 80 el rock en español y norteamericano se abrían paso en los medios de comunicación desplazando a los folcloristas nacionales e incluso a los baladistas latinoamericanos de los 60, 70 y 80.
Blanquita se presentó con Llamarada en el teatro del Colegio Cafam, con una buena recepción por parte del público y ganando el primer puesto por parte del jurado. Gracias a Jorge Villamil Cordovez, Blanquita también le ganó la batalla a la fuerte artritis y al dolor de huesos que padecía, los medicamentos indicados y la terapia propuesta por Jorge Villamil médico, solucionaron sus dolencias.
Una activista de la cultura colombiana en Chicago
Blanquita es una defensora de la cultura colombiana, y cuando lo hace es con todos los medios posibles y con la mayor intensidad posible.
Uno de sus logros más destacados fue hace unos 8 años cuando caminaba por la ciudad de Chicago durante la época navideña observó en un establecimiento público una cantidad de árboles de navidad, cada uno de ellos representando a naciones de mundo. Al recorrerlos todos vio con asombro y con algo de inquietud que no había un árbol que representara a Colombia. El evento era promovido por la oficina donde todo ciudadano debe rendir cuenta de los impuestos. Blanquita se contactó con esta oficina en la cabeza de María Pappas preguntado el motivo por el cual no había un árbol de Colombia. La respuesta fue: “Nadie lo ha hecho”. Inmediatamente se puso en la tarea de crear el concepto de representar al país en un árbol de navidad. Fue así como al año siguiente, Colombia ya contaba con un árbol de navidad lleno de sombreros vueltiados, campesinos, canastos, bandejas de comida, empanadas, buñuelos, y hasta un pesebre… y sin una sola figura típica navideña como las bolas de colores.
Blanquita dedica su tiempo a un sinnúmero de actividades culturales y de voluntariados. Entre ellas está el participar en el grupo Codo a Codo Internacional. Con este grupo de mujeres ayuda a niños y mujeres colombianas desamparadas; hacen eventos contratando músicos para reunir fondos, para por ejemplo apadrinar niños en Colombia. “Yo soy muy abanderada, no sólo para promover la música sino también por el bienestar de nuestra Colombia”
Blanquita utiliza intensamente sus redes sociales para llevar a cabo estas actividades. Hace con alguna regularidad videos en los que promueve la cultura nacional. Se disfraza con trajes típicos, toca las maracas, los capachos y castañuelas con una maestría inigualable, interpreta temas llaneros o españoles y canta canciones de compositores colombianos o coplas picantes de creación propia.
A pesar de que el consulado colombiano si ha apoyado el sector cultural en Chicago, Blanquita esperaría que su ayuda y presencia fuera mayor, pues como afirma: “la presencia de la música tradicional colombina aquí ahora, es casi nula”.
La familia de Blanca sigue trabajando por la cultura nacional, quizás como entregando un gran regalo al mundo por la pérdida de una hermana secuestrada por la guerrilla. Blanca en los Estados Unidos, y en Colombia sus hermanos Ruben Dario Toledo del grupo La Llave y José Roberto Toledo en el Sexteto Latino Moderno, y todo pesar de las enormes restricciones impuestas ahora por la pandemia al sector y del espectáculo.
Así es como la influencia de Jorge Villamil Cordovez y de Llamarada se extienden en el tiempo y el espacio hasta llegar a los fríos paisajes chicaguenses del siglo XXI.