El quindiano que tinteaba con Gabo

Jaime Lópera y la histórica instantánea callejera con Gabo

Por Óscar Domínguez Giraldo

Un interesante croché internético se formó en una ocasión alrededor de una foto instantánea que publicó El Espectador.  

En ella aparece el Nobel García Márquez dándose un clásico septimazo bogotano en compañía de su compañero de trabajo en Prensa Latina, Jaime Lopera. 

Traigo a colación la anécdota porque Lopera está de cumpleaños hoy 20 de diciembre. Las desaparecidas instantáneas eternizaban momentos fugaces en los años cincuenta-sesenta. 

Lopera, modelo 39,  luce inverosímil corbatín.  Está flaco como silbido de culebra. Su cabello empieza a retirarse. Tiene caminado, cara y sonrisa de quien quiere tragarse el mundo.  

Completan el tocado del quindiano pañuelo en la solapa del saco, zapatos lustradísimos de chafarote, puntudos, ideales para matar cucarachas en las esquinas. El chaleco antifrío también salió en la foto. Gafas a lo Jean Paul Sartre.  

Gabo luce pinta nada caribe: corbata, mancornas y chaqueta a cuadros de billarista. Habla con las manos. Los trajes de ambos parecen heredados de algún pariente próximo, o de un muerto remoto. 

Tan pronto salió publicada la foto, saltó la liebre en Internet. El periodista Óscar Alarcón, paisano y pariente del Nobel  descubrió que la revista El Malpensante  publicó la instantánea de “Gabo y un desconocido”.  O sea, le da estatus de N.N. 

Unos juraban por el gato del vecino que el acompañante era el veterano Carlos J. Villar Borda,  reportero estrella de la UPI. Carlos Jota, hermano de otro gran periodista, Leopoldo, tampoco es de la partida en el mundo de los vivos. 

El gabólogo-gabólatra José Luis Díaz-Granados, primo del cataquero, hablando ex cátedra, hizo claridad: “No hay la menor duda de que se trata de Jaime Lopera, quien trabajó en 1959 en la recién abierta agencia cubana Prensa Latina… Yo lo recuerdo cuando iba una vez por semana a visitar a Gabito (por invitación de él) en el piso 7 de la Carrera 7 con calle 17. De esto hemos conversado innumerables veces con él y también con Lopera, quien en esa época era lector de cables, según lo relato en mi novela «Los años extraviados» (Bogotá, Ed. Planeta, 2006) y lo recuerda el propio Gabo en sus memorias”.  

El “desconocido” Lopera reclama para la historia -y para su vanidad- que es el acompañante Nobel. Resume así el episodio: “Gabo, a la sazón subdirector de la agencia cubana de noticias Prensa Latina, se encerraba a menudo en su oficina a escribir sus narraciones; de pronto se suspendía el tecleo de su máquina de escribir y lo veíamos salir a estirar un poco las piernas, antes de reanudar su trabajo. Con el cuñado (de Gabo) Eduardo Barcha, e Iván Ocampo de la Pava, trabajábamos allí como «copywriters» y mensajeros. 

Un día, al trasponer la puerta, me dijo: ‘Camine Lopera me acompaña y nos tomamos un tinto’. Salimos hacia la calle 18 y fuimos hasta el edificio Avianca, y de regreso entramos al café Los Cardenales. En el trayecto apareció un fotógrafo callejero quien nos tomó esa ya famosa instantánea, y me dio el recibo con el cual reclamé el original. Años después, esa misma foto en tamaño pequeño se la mostré a Gabo quien, al verla, escribió al reverso: «Este soy yo con el cuate Lopera quien no quiere aprender a escribir cuentos».  Definitivo: Lopera es Lopera.  

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