El insensato

Ilustración Rres

Por Carlos Alberto Ospina M.

De entrada, un jefe problemático no cuenta con la capacidad de juzgar de forma razonable ni forja credibilidad en los subalternos. La definición jerárquica de un cargo nada tiene que ver con el liderazgo, como tampoco, garantiza la idoneidad de la cabeza de la organización, cualquiera que sea el ámbito de ejercicio.

Para dirigir se requiere comunicación de doble vía, coherencia conceptual, transparencia, respeto, discernimiento, estabilidad psíquica, humildad, trato abierto, habilidades propias y de manera especial, dar ejemplo.  El sabelotodo no escucha versiones ni acepta razones y menos, imparte instrucciones con base en un plan estratégico nutrido por el grupo de trabajo. Este tipo de autoridad se limita a ladrarle el estómago a los subordinados, generar tensión, insatisfacción laboral, estrés emocional u originar trastornos psicológicos en ciertos empleados.

La posición de superioridad del desatinado no le permite reconocer las omisiones, la ineptitud o la ignorancia sobre un tema específico. Con actitud pretenciosa se dedica a enlodar, arrinconar y echar el agua sucia a otros, haciendo ostentación de poder y dejando por el suelo la reputación de los demás. El cuento de nunca acabar: “no están cumpliendo mis órdenes ni los objetivos de mi proyecto”. 

En ese sentido, aprovecha la ruptura de gobernabilidad para hacer y deshacer a partir de la causa simulada de enderezar el camino y retomar las metas propuestas; aunque le expliquen que el primero en salirse del norte y en perder los estribos, fue él. Ante todas las cosas no se dará por enterado de lo que dicen sus trabajadores ni se percatará de la noticia del desprestigio. 

De modo humillante, el pedante desconoce el talento de unos, el valor del recurso humano cualificado y los logros puntuales por fuera de su ficticia órbita de supremacía. Delante de la crítica por parte de sus superiores y el cuestionamiento sobre la autenticidad de los resultados al día de hoy, sale a fustigar las ideas contrarias e indicar que se trata de un complot adelantado por algunos malquerientes, buscando así artimañas en el pozo vacío de la falta de credibilidad. 

Aquel que presume de sabio no mira a la cara ni examina con cuidado el impacto de sus palabras dado que está contento con lo que apetece, sintiéndose por encima de todo y de todos. El latoso ignora las consecuencias de la ausencia de liderazgo y de empatía general. Por tanto, no toma en cuenta el carácter útil del diálogo social, la necesidad de enmendar los daños y la conveniencia de sumar voluntades. 

¡Qué escasa ventaja trae intentar abrir los ojos a un insensato! El cual prefiere morirse sin sosiego que, admitir, el error de su actuación.

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