Por Esteban Jaramillo Osorio
Inflaba el pecho de Colombia en la Copa América de 2001, como campeón reinante. Maturana, el técnico, e Iván Córdoba, el capitán, exhiben orgullosos el trofeo por el flamante título.
Ni el Pibe, ni “la gambeta” Estrada, ni Higuita, ni Rincón, figuras del pasado, estaban en la nómina renovada. El Tino estaba en otros rumbos, castigado por sus rodillas. El turno fue para Óscar Córdoba, Mario Yépez, Iván López, Víctor Aristizábal, Giovanni Hernández, Gerardo Bedoya y el ya fallecido Miguel Calero.
Copa sin Argentina, porque la inseguridad de la sede nos daba garantías, según Julio Grondona el presidente de la AFA, hombre discutido que ni en su tumba tiene paz, por su manipulación de torneos y partidos como mandamás del fútbol.
Aquel evento fue irresistible para el público, por las emociones vividas.
La próxima copa América, extraña, irregular, no va en dirección a la fiesta, sino al negocio. Los nuevos picos de pandemia, hacen improbable la presencia masiva de aficionados en los estadios, como pretenden los directivos.
La copa parece, a distancia, un torneo marchito, sin encanto.
La magia de los futbolistas famosos, tan sugerentes con su presencia, no está garantizada. Las rigurosas medidas impuestas por los gobiernos de países poderosos, acosados por el COVID-19, la ponen en peligro.
En un mundo quejoso y en crisis, el fútbol confronta caprichoso, para defender sus calendarios, asumiendo serios riesgos. No ven con beneplácito, los futbolistas destacados, sus convocatorias y menos sus clubes, como ocurre ahora en la eliminatoria.
El anzuelo para la cita es que el fútbol es una fiesta y lo será siempre. Pero la lejanía de los estadios ha cambiado el teatro de las emociones. Los aficionados han asimilado la tendencia de ver el fútbol en pantallas de tv, teléfonos celulares y portátiles; en bares, restaurantes, parques públicos, tiendas de esquina, o en sus hogares. No es lo mismo. Es el pandémico, de sofá, que se roba las emociones. EJO.