El día que murió «Cantinflas»

El pueblo mexicano lloró la muerte de Mario Moreno "Cantinflas" y una multitud acompañó su féretro. Foto Excelsior


Por Fray Augusto, Desviado Especial

El Cielo, abril 20 de 1993 (Oreja Press).- En un vuelo directo, sin la forzosa y ardiente escala en el purgatorio, llegó hoy aquí  hace 30 años don Mario Moreno, Cantinflas. A Dios se le arregló el día. Lo recibió con una cierta sonrisa.

San Pedro se hizo el de la vista gorda y no exigió visa. Se dio por bien servido cuando escuchó su nombre completo: Mario Fortino Alfonso Moreno Reyes. Sin pensarlo dos veces, el comediante se ubicó de una a la diestra de Dios Padre en un asiento calientico que le tenía reservado Charles Chaplin. Se habría podido colocar a la izquierda. “Dios no tiene presa mala”, dijo uno ateo manso que reculó a la hora de nona.
El británico Chaplin le repitió en la vida eterna, lo que alguna vez le dijo en tierra firme: «Eres el mejor; somos los mejores».

«Cantinflas» el personaje popularizado en América Latina por Mario Moreno

Cantinflas se atusó su bigote minúsculo tan contundente que sacaba la cara por él y le contestó: «Exageradón, my cuate inglés, but very cierto. Orale no más».


Chaplin le informó que tenía derecho a cama con baño privado en el pabellón de los humoristas, sitio al que la corte celestial en pleno, incluidas las once mil vírgenes, acude a sacudirse el estrés que produce la eternidad.


«No sé por qué me han llorado tanto allá abajo, aunque de pronto sí sé. Porque entre la alegría y la tristeza no hay más distancia que una lágrima», bromeó Mario ante Mr. Chaplin, quien en este momento le mostraba dónde quedan los servicios: “Al fondo, a mano derecha”. Como en tierra firme.


Intercambiaron ideas  sobre el personal femenino para caer de pronto en la tentación algún viernes de tedio. “Lo malo de no caer en la tentación es que después no se vuelven a presentar”, les recordó Oscar Wilde, que apareció como por entre una paradoja.


«¿De qué te moriste?», preguntó Chaplin. «Yo no me morí. Cambié de traje. Lo malo de la muerte es que es para toda la vida», reviró Cantinflas quien en ese momento saludaba a sus colegas, el Gordo y el Flaco (Stan Laurel y Oliver Hardy, Abott y Costello), a los hermanos Marx, y a sus paisanos Tintán, Resortes y Clavillazo, el del traje pluscuamperfecto.

CARICATURA DE CANTINFLAS POR Andrés Acosta Domínguez, mi sobrino, quien hoy 22 está de cumpleaños. Japiberdi, pelao.


(A Cantinflas, este desviado especial lo conoció en una rueda de prensa en el desaparecido Hotel Hilton de Bogotá. Un colega se tiró en la batica a cuadros cuando le disparó esta infame pregunta al cómico: ¿Cuántas cirugías plásticas se ha hecho? “Eso no tiene importancia, respondió. Siguiente pregunta”).
«Qué bigote de supercharro tienes, mano. Mira no más que pareces una manifestación de pelos», le dijo a Groucho Marx, el del tabaco descomunal.


Groucho reviró con una sátira a Mario, por haberse hecho cremar: «Cómo se vé que querías ahorrar plata en ataúd» y le encimó un abrazo de esos que rompen hasta la silla turca.


Marx agregó que si bien había dicho (en tierra) que no le gustaría formar parte de un club que lo admitiera entre sus socios, le tocó hacer una forzosa excepción cuando le tocó hacer efectiva la póliza exequial.
Por Chaplin, su cicerone más allá del sol, Cantinflas se enteró del epitafio que había dejado Groucho: “Señora, perdone que no me levante”.


Buster Keaton, malabarista del humor mudo, aventuró la tesis de que los pantalones de Mario parecían sostenidos por el miedo de los espectadores a que se cayeran del todo. Esos descaderados fueron la primera piedra de los que hoy utilizan las mujeres para alborotar el erotismo.


En la tertulia que se formó, todos coincidieron en que estaban allí porque con su arte habían sido la voz de los que no tienen voz y el editorial de quienes carecían de rotativa.


No faltaron chistes por la muerte de Cantinflas en pleno mes del idioma. Don Miguel de Cervantes Saavedra, el papá y decano de todos, otro que escogió abril para ingresar a la eternidad, anunció que intrigaría para que la expresión «cantinflesco» sea adicionada en la próxima edición del diccionario con el sinónimo propuesto por William Shakespeare: “Palabras, palabras, palabras…”. Su paisano Chaplin aplaudió el feliz cabezazo de Mr. William.


Entrada la tarde, Cantinflas notificó a sus colegas que sus últimos días habían sido intensos y que el cáncer que le tocó lidiar fue particularmente fuerte.


Todos comprendieron que estaba con deseos de disfrutar de su primer sueño con la cabeza cómodamente recostada en la primera nube-almohada que pasara.


«Dejémoslo que disfrute de su primer sueño dentro de otro sueño», ordenó Chaplin. “Al fin y al cabo, acotó Shakespeare, nuestra vida –y ahora la muerte- está hecha de la misma tela de nuestros sueños”.
Andes de enhebrar el primer ronquido dentro del ronquito eterno, Cantinflas saludó a Aristófanes que le mordía la oreja a Lisístrata a quien puso a cerrar las piernas si los hombres no hacían la paz. Dejó a Molière en animada charla con uno que se las daba de misántropo y le ayudó a montar una divertida obra de teatro.


La manifestación humorística se disolvió pacíficamente, informó la policía celestial. (Estas líneas han sido actualizadas en homenaje a Cantinflas cuyas películas no me canso de ver).

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