(Columna publicada en Quinto Piso)
Cantinflas, el mexicano universal, el que ha hecho reír a varias generaciones, el rebelde, el solidario con su gente pobre, el impredecible. «El personaje que protege de las injusticias, que no puede ver la injusticia, que no tiene nada pero quiere hacer siempre algo por los demás» como lo definió el propio Mario Moreno, y a quien admiraba Chaplin, murió un 20 de abril de 1993 «después de 81 años y 50 películas». Oscar Domínguez, el «Desviado especial» le sigue los pasos en el más allá y ésta es su crónica desde el sitio de los acontecimientos: el cielo. Manifestación humorística.
Por Desviado Especial*
El Cielo, sin ascensor, abril 20 de 1993 (Oreja Press).- En un vuelo directo, sin la forzosa y caliente escala en el purgatorio, llegó hoy aquí don Mario Moreno, Cantinflas, a quien Dios recibió con una cierta sonrisa.
San Pedro se hizo el de la vista gorda y no exigió visa. Se dio por bien servido cuando escuchó su nombre completo: Mario Fortino Alfonso Moreno Reyes. Sin pensarlo dos veces, el comediante se ubicó de una a la diestra de Dios Padre en un asiento calientico que le tenía reservado Charles Chaplin. Se habría podido colocar a la izquierda. “Dios no tiene presa mala”, dijo uno ateo manso que se salvó a la hora de nona.
El británico Chaplin le repitió en la vida eterna, lo que alguna vez le dijo en tierra firme: “Eres el mejor; somos los mejores”.
Cantinflas se asiló en su bigote minúsculo tan contundente que sacaba la cara por él y le contestó: “Exageradón, my cuate inglés, but very cierto. Orale no más”.
Chaplin le informó que tenía derecho a cama con baño privado en el pabellón de los humoristas, adonde la corte celestial en pleno, incluidas las once mil vírgenes, acude a sacudirse el estrés que produce toda una eternidad pasando rico.
“No sé por qué me han llorado tanto allá abajo, aunque de pronto si sé. Porque entre la alegría y la tristeza no hay más distancia que una lágrima”, bromeó Mario ante Mr. Chaplin, quien en este momento le mostraba dónde quedan los servicios: “Al fondo, a mano derecha”. Como en tierra firme.
Intercambiaron ideas breves sobre el personal femenino para caer de pronto en la tentación de algún viernes de tedio. “Lo malo de no caer en la tentación es que después no se vuelven a presentar”, les recordó Oscar Wilde, que apareció como por entre una paradoja.
“¿De qué te moriste?”, preguntó Chaplin. “Yo no me morí. Cambié de traje. Lo malo de la muerte es que es para toda la vida”, reviró Cantinflas quien en ese momento saludaba a sus colegas, el Gordo y el Flaco (Stan Laurel y Oliver Hardy, Abott y Costello), a los hermanos Marx, y a sus paisanos Tintán, Resortes y Clavillazo, el del traje pluscuamperfecto.
Ultima entrevista a Mario Moreno «Cantinflas».
(A Cantinflas, este desviado especial lo conoció durante una rueda de prensa en el desaparecido Hotel Hilton de Bogotá. Un colega se tiró en la batica a cuadros cuando le disparó esta infame pregunta al Gran Mimo: ¿Cuántas cirugías plásticas se ha hecho? “Eso no tiene importancia. Siguiente pregunta”, respondió quien se inició laboralmente como lustrabotas, cartero, taxista, boxeador. Esos y otros oficios lo acompañarían en la pantalla).
“Qué bigote de supercharro tienes, mano. Mira no más que pareces una manifestación de pelos”, le dijo a Groucho Marx, el del tabaco descomunal.
Groucho reviró con una sátira a Mario, por haberse hecho cremar: “Cómo se vé que querías ahorrar plata en ataúd” y le encimó un abrazo de esos que rompen hasta la silla turca.
Groucho agregó que si bien había dicho (en tierra) que no le gustaría formar parte de un club que lo admitiera entre sus socios, haría una forzosa excepción ahora que vestía el traje de luces de la eternidad.
Por Chaplin, su cicerone más allá de las estrellas, Cantinflas se enteró del epitafio que había dejado Groucho: “Señora, perdone que no me levante”. Y le recordó el que dejó listo abajo: “Parece que se ha ido pero no es cierto”.
Buster Keaton, malabarista del humor sin palabras, aventuró la tesis de que los pantalones de Mario parecían sostenidos por el miedo de los espectadores a que se cayeran del todo. Esos descaderados fueron la primera piedra de los que hoy utilizan las mujeres para alborotar el erotismo.
En la tertulia que se formó, todos coincidieron en que estaban allí, porque con su arte habían sido la voz de los que no tienen voz y el editorial de quienes carecían de periódico.
No faltaron chistes por la muerte de Cantinflas en pleno mes del idioma. Don Miguel de Cervantes Saavedra, el papá y decano de todos los humoristas, otro que escogió abril para ingresar a la eternidad, anunció que intrigaría para que la expresión “cantinflesco” sea adicionada en la próxima edición del diccionario con el sinónimo propuesto por William Shakespeare: “Palabras, palabras, palabras…”.
Chaplin aplaudió el feliz cabezazo de Mr. William a quien se le salió el Hamlet que lleva por dentro.
Entrada la tarde, Cantinflas notificó a sus colegas que sus últimos días habían sido intensos y que el cáncer de pulmón que le tocó lidiar finalmente le ganó la partida ochenta y un años y cincuenta películas después.
Todos comprendieron que estaba con deseos de disfrutar del primer sueño en la eternidad, con su cabeza cómodamente recostada en la primera nube que pasara por el infinito.
“Dejémoslo que disfrute de su primer sueño dentro de otro sueño”, ordenó Chaplin. “Al fin y al cabo, acotó Shakespeare, nuestra vida –y ahora la muerte- está hecha de la misma tela de nuestros sueños”.
Antes de enhebrar el primer ronquido, Cantinflas saludó a Aristófanes que le picaba arrastre a Lísistrata a quien puso a cerrar las piernas si los hombres no hacían la paz. Dejó a Molière en animada charla con uno que se las daba de misántropo y le ayudó a hacer una divertida obra de teatro.
La manifestación humorística se disolvió pacíficamente, informó la policía celestial. (En homenaje a Don Mario cuyas películas veo y vuelvo a ver).
*Óscar Domínguez Giraldo, 76 años, nació en Montebello, Antioquia. Casado, dos hijos, cuatro nietos. Ajedrecista de corazón y periodista por vocación; se considera «bogoteño» por haber vivido la mayor parte de su vida profesional trasegando sus calles. Fue redactor político, jefe de redacción y director de la agencia de noticias Colprensa. También tecleó para La República, El Espacio y la agencia de noticias CIEP. En radio trabajó en los noticieros de Todelar, RCN, Súper y el GRC. Fue corresponsal de la Voz de Alemania-DW y Radio Francia Internacional-RFI. Escribe semanalmente la Columna Desvertebrada para El Colombiano, de Medellín, y cada quince días la columna Otraparte, en El Tiempo. De estas columnas ya han surgido seis libros …y esperen más. Lo puede seguir en http://www.oscardominguezgiraldo.com/