
Por Óscar Domínguez Giraldo
Como la caridad entra por casa, suelo regalarme por estos días la relectura de un libro que debería ser obligatorio para todo católico o ateo, bello o feo durmiente, hombre, mujer, o ambidextro sexual: “Bitácora desde el cautiverio” (Editorial EAFIT).
La obra fue escrita en sus cambuches selváticos por el ex ministro Gilberto Echeverri Mejía, asesinado por las Farc hoy hace 22 años, el cinco de mayo. También fueron asesinados el gobernador de Antioquia, Guillermo Gaviria, y un grupo de militares.
Como no hay peor sordo que el que no quiere oír, la guerrilla no entendió su apostolado, y los graduó de mártires.
El de Echeverri es un libro en busca de lectores. Difícil encontrar un testimonio tan lleno de alegría de vivir y servir. Hay entrega, optimismo, dolor y frustración. No tiene página mala. Critica la dirigencia criolla reacia al cambio. En la Bitácora está pintado el Ratón, apodo que se ganó cuando ejercía como ministro de Desarrollo.
Saca tiempo para agradecer – y criticar- a la radio la manera como informa sobre las aproximaciones gobierno-guerrilla.

Gilberto Echeverri Mejía, derecha, de fugaz bigote, en la Casa de Antioquia, durante el lanzamiento del libro «El hombre que parecía un domingo», del cual es autor este aplastateclas. También aparecen, el entonces alcalde de Medellín, Omar Flórez (parcialmente tapado), el poeta Jorge Valencia Jaramillo, quien presentó el libro, y el almirante Gustavo Ángel Mejía, comandante de la Armada. (Foto de José del Carmen Sánchez Puentes, de Colprensa)
El diario, en el que no pierde el sentido del humor, tiene un marcado acento autobiográfico. Se desprende de su lectura que Echeverri vivió de una vez varias vidas futuras. La Bitácora es un certero parte de misión cumplida.
Para Echeverri, ejecutivo de lavar y planchar, la patria empezaba en su casa, con su esposa, Marta Inés, sus hijos y nietos. El padre y abuelo dejó salir sus calidades de maestro y les escribió cartas que son certeras hojas de ruta. Útiles para todo el mundo.
Fue un hombre ancheta, según su propia definición. Quería significar que lo asimilaba todo para un fin común: fajarse por su patria. “Le hablaban de patria y se derretía como una paleta”, comentó alguna vez su esposa Yaya, el apodo que le tenía su roedor de carne y alma.
A pesar de que no diferenciaba una bala de un policía acostado aceptó la chanfa para cumplir dos tareas: dejar lista una estrategia de paz y meterle gerencia al antiguo ministerio del plomo.
El libro recoge su pensamiento sobre el país. Luchó y se sacrificó por una Colombia en paz, con justicia, equidad y no violencia. Dice que este es un deber de todos y que no hay que esperar un mesías que lo haga. “No haber asumido el riesgo (de buscar la paz) habría sido un fracaso”, dice su legado a sus nietos Camila, Simón y Tomás para quienes pulía ajedreces tallados por sus compañeros militares. Los ajedreces nunca llegaron a su destino.

«Atrincherado» en la ventana del país que le tocó ver desde el cargo de Ministro de Defensa. El Colombiano
La niña de sus ojos en el proceso de cambio que soñó fue la educación, tema al que le dedicó mucha prosa de su bitácora. Y libro aparte, también escrito en cautiverio: “Un sistema educativo”, editado por la Imprenta Departamental.
Dense el regalo de leer al Ratón que proclamó alguna vez: ”No soy un Bertrand Rusell, tampoco un Gandhi, pero sí aspiro a que el mundo sea diferente”.
Días antes de su muerte, había llamado a Dios a su celular para solicitarle que le permitiera partir “para que mi gente vuelva a la normalidad”. Dios fue “echeverrista” y se lo llevó.
(Japiberdi en cautiverio)
AL ABUELO EN SU SABATICO
Doctor Gilberto Echeverri Mejía:
Felicitaciones mil con retroactividad al día que cumplió sus primeros 66 años (31 de julio), de ellos, 100 días lejos de las piedras del fogón familiar. Por instrucciones de doña Marta Inés Pérez, su esposa que le manda madrugadores mensajes por radio, el día del cumpleaños le cantamos “Las mañanitas” .
Cuando regrese – y el día no esté lejano – encontrará regalos como arroz . Destapar presentes es una de sus debilidades. La otra ha sido buscar la paz para este país por el cual usted se derrite como una paleta al lado del Magdalena (la metáfora es suya).
Como soy un iluso irremediable, toqué madera para que el día de los 66 los farcos le dieran la libertad por cárcel. Lo mismo al gobernador Gaviria, cuya esposa, doña Yolanda, ha revolado en cuadro junto con la suya, para mantener encendida la velita del regreso.

Gilberto Echeverri Mejía, a la izquierda, y el entonces gobernador de Antioquia Guillermo Gaviria, en sus marchas por La Paz, horas antes de ser secuestrados por las FARC. El Colombiano
Lo ví bien en el video que pasaron por tv. Eso sí, un poco flaco porque esa dieta a base de no libertad y viento raspao no da para más. En vez del precario bigote a lo Groucho Marx que usted se dejó fugazmente una vez para mejorar la fachada, apareció todo barbado.
Me gustó esa mirada limpia y brillante de quien puede dormir tranquilo porque no tiene lapsus en su hoja de vida. Y me tramó su sonrisa a la vez optimista, escéptica y pícara de quien no pierde la esperanza por un mundo mejor.
Con esa pinta que tiene ahora puede que no venda un celular, uno de sus últimos destinos, pero en cambio puede convencer a la guerrilla de las bondades de dejar «esa patria boba en la que nadie pierde ni gana la guerra». Otra metáfora suya.
Y para darle continuidad a su empeño de lograr la paz, bajó del penthouse del Ministerio a la llanura de la consejería de paz antioqueña, para retomar el hilo. La coherencia es de apellidos Echeverri Mejía.
Recuerdo que también nos contó que, por petición del gobernador de Antioquia, Alvaro Uribe Vélez, hoy presidente de Locombia, le había pedido a García Márquez que solicitara al presidente Castro, de Cuba, su mediación para lograr una aproximación con la guerrilla. Gabo les contó que la guerrilla dijo no porque, argumentaron entonces, estaban ganando la guerra.
Supongo que los guerrillos deben estar güetes con un maestro como usted que les debe estar enseñando de todo y tirándoles línea sobre lo divino y lo humano.
También puede convencerlos de que el nuevo comisionado de paz, Luis Carlos Restrepo, es un siquiatra piloso que está dispuesto a no cobrarles un peso por la consulta a Tirofijo, Jojoy y amiguitos si deciden acostarse en ese confesonario horizontal que es el sofá.
No le quito más tiempo, doctor Echeverri. Y que se cumplan pronto sus deseos de ennietecer al lado de su culecada, lejos del forzoso sabático que el figuró en su parábola vital.