Cecilia Orozco Tascón
La actividad de Iván Duque en sus redes sociales, particularmente en Twitter —plataforma que de ahora en adelante se llamará X— y en los medios que le hacen el cariño de entrevistarlo para nada, es febril, impaciente, inquietante. Da cuenta de que la presidencia, cargo máximo en Colombia que él aseguró, antes de pasar por las urnas, con el número ganador de la “lotería” Álvaro Uribe, lo dejó desubicado. Antes de ser mandatario no estaría muy enterado de para dónde iba su vida pues la buena suerte le había llegado sin esfuerzo, casi arrastrada por las circunstancias que lo rodeaban, por ejemplo, los puestos de su padre que nadaba bien en aguas de la politiquería tradicional y quien, a su vez, sabía cómo ganarse el favor de los más poderosos. Pero, al menos, Duque parecía tener ciertos destellos de seriedad en sus momentos de congresista que lo diferenciaban de la ramplonería de sus copartidarios; digamos, de la vulgaridad de Carlos Felipe Mejía, de la ignorancia atrevida de Ernesto Macías o, en campo más personal, de la insoportable soberbia, ausente de conocimientos, de su amigazo Luis Guillermo Echeverri, apodado Luigi, quien, a pesar de no haber obtenido nunca un trabajo por mérito propio, terminó presidiendo la empresa más sólida de Colombia: Ecopetrol, por el favor que Duque le hizo. ¡Válgame Dios! La petrolera, fuerte como ha sido, pudo sobrevivir semejante prueba.
Duque me produjo ternura casi maternal cuando un activista estadounidense lo grabó en video mientras le solicitaba, en una calle en Washington, que se tomara una selfie con él. “Es un honor conocerlo”, le dijo el gringo. “El honor es mío”, contestó nuestro paisano, abrazando a su presunto admirador. Miró hacia la cámara y esbozó una sonrisa conquistadora. Lo que sucedió a continuación produjo rechazo social por el asalto a la ingenuidad del expresidente: el activista gringo, ya rodando las imágenes, le indicó: “¿Podemos decir Ñeñe Hernández?”. Sin dejar respirar al desconcertado ex, le espetó: “Él pagó por tu campaña”. Duque solo atinó a contestarle con un par de palabrotas en inglés y se alejó.
De regreso a su cotidianidad comunicativa, el exmandatario hizo que afloraran, de nuevo, sentimientos maternales por una respuesta que le dio a una entrevistadora complaciente: “Los partidos pasan por una crisis. Ahora hay que reflexionar e ir mucho más allá de los ‘ismos’. El movimiento no se puede quedar en la discusión de ‘uribismo’ o ‘duquismo’ sino seguir consolidando su [nuestra] doctrina…”. “¡¿Cuál ‘duquismo’?!”, le habrían contestado, si lo hubieran tenido al frente, María Fernanda Cabal o Rafael Nieto, por poner solo un par de ejemplos provenientes de su propia “doctrina”. En cambio, uno podría pensar que en ese grupo fantasmal sí cabrían, además del desubicado, su madre, Juliana; su esposa, María Juliana; el famosísimo Hassan; Víctor Muñoz (el de “Silicon Valley de América Latina”, ¿recuerdan?), y María Paula Correa, la “jefa de gabinete” que daba órdenes hasta en el último rincón de La Guajira.
Pero, del otro lado y apenas a un año de que le retiraran el trono a Duque, no aceptarían pertenecer al fantasioso partido “duquista” el candidato Diego Molano, la “charista” Karen Abudinen, el excandidato Miguel Ceballos, el caído exrector Rodrigo Noguera de la también caída Universidad Sergio Arboleda y ni siquiera quien debería estar por siempre agradecido con su nominador: el inepto moral Francisco Barbosa quien, hoy por hoy, debe considerar que le hace un favor a Duque si le contesta una llamada.
Duque no da ternura sino que propicia la ridiculización de su figura porque presume de estadista internacional con la publicación de fotos en las que se le ve al lado de cualquier pelagatos que lo recibe; porque trina fingiendo que es defensor de la libertad de prensa como si nadie recordara que él exigía —en privado— castigo económico para los medios críticos y su exclusión de la pauta oficial; porque, a pesar de su pretendida generosidad democrática, constan los privilegios que su gobierno le otorgaba a la prensa que lo adulaba; porque inventa comunicados insulsos o, peor, desinformados, que les hace firmar a expresidentes de otros países con el fin de usarlos en contra de su sucesor al que le tiene, más que odio, envidia y celos, probablemente, por la habilidad con que Petro ha logrado acordarse con Uribe. Duque no tiene vergüenza ni recato. Por eso se le ve tan inseguro, tan impaciente, tan inquieto, tan desubicado.