Por Óscar Domínguez G.
Fue la novia de Carlos Gardel en la ficción. En la realidad le dijo no a los requiebros del filósofo antioqueño Fernando González. En una caída, doña Teresa Gallón de Caro, sufrió avería del coxis; la operaron, salió bien. A la postre todo se complicó: riñones, corazón… Eligió el 15 de agosto, día de la Asunción, para volverse eternidad. Tenía 102 años y algunas monedas.
A los 80 años doña Teresa se había convertido en la “espalda mojada” más longeva del mundo en atravesar el hueco entre México y Estados Unidos. (*)
Parece que se hubiera impuesto la tarea de demostrar que la vida intensa empieza tarde. De los 80 a los 100 años vivió con sus hijos en Nueva York. Al cumplir la centena la derrotó la nostalgia. Como le hacían falta la “segunda trinidad bendita, frisoles, mazamorra, arepa”, el idioma, su gente, regresó a su base en Medellín.
Solo al final de sus noches dejó de fumar, tomarse sus guarilaques y leer sin gafas, una de sus grandes pasiones.
A los 86 años fue ungida reina de los poetas de NY en una velada organizada por el novelista Ricardo León Peña-Villa, amigo de sus hijos y autor del libro “Gardel vive en Guarne”.
En la novela en la que al autor se le va la mano en imaginación, Gardel intenta suicidarse a bordo del avión de regreso a casa porque una paisa de la que se enamoró en su primera y última presentación en Medellín no le paró bolas. (La traga era Teresa Gallón quien inspira estas líneas).
Uno del equipo de Gardel, Riverol, logró desviar la pistola del «suicida» Gardel. El desviado tiro alcanzó al piloto que perdió el control de la nave. Entonces se produjo el choque con otro avión y ocurrió la tragedia que nos dejó sin Zorzal… en la realidad.
Porque en la novela Gardel sobrevive y se va a vivir de incógnito en Guarne, al oriente de Medellín. Homero Manzzi y Santos Discépolo juntos habrían sido incapaces de imaginar una letra tan truculenta para alguna de sus ficciones.
Novia de sus hijos
Doña Teresa había nacido en San Pedro de los Milagros, Antioquia, en 1910. Como se estilaba entonces, madrugó casarse con el odontólogo Emilio Caro, hijo de otro odontólogo del mismo nombre. Este último fue el profesional que más conoció por dentro al filósofo Fernando González, su ilustre paciente.
Como el azar se da sus licencias, el Brujo de Otraparte terminaría enamorado de una nieta de su sacamuelas, nuestra Teresa. Corrían los años treinta. La jovencísima le dijo no al filósofo quien se vengó componiéndole versos cojos, precarios, que ella conservaba en los recovecos de su memoria:
Llevas en tu cuerpo la lozanía/, en tus labios sonrisa y alegría/, en tu dulce mirar, fascinación/, lástima que en tu pecho no tengas corazón.
González encontró ocupado el corazón de la desdeñosa quinceañera que lo había escriturado al dentista con quien montó una guardería de cinco hijos: Emilio, periodista veterano y ajedrecista, el cumpleañero, Hugo, periodista, Guillermo, ebanista, Gabriel Jaime, Gajaka, editor de la revista de poesía “Realidad Aparte”, y Raúl, empresario. La hija mayor murió al nacer.
Con el paso de los almanaques, su hijo Emilio conoció al frustrado pretendiente de su madre, el envigadeño Fernando González, en su refugio de Otraparte adonde solía ir en bicicleta a robar naranjas. En una de sus incursiones, González lo pilló in fraganti. Después del metafísico regaño de rigor, le encimó naranjas bien habidas.
Como quien no quiere la cosa, le preguntó su nombre. Cuando este le dijo que “Emilio Caro”, le preguntó si era hijo de su dentista. No, era el nieto. El sorprendido Brujo le mostró una vieja y duradera calza que le había hecho su dentista. Y el mundo siguió su marcha.
Hablando de su mami, Emilio ha dicho: “Fue una verraca. Estuvo con nosotros en las buenas y en las malas. Fue nuestra novia y nos seguía adonde fuera”.
Emilio, casado en siete ocasiones, ejerció el periodismo en El Espectador, El Siglo, Vanguardia Liberal, El Heraldo y La Prensa de Nueva York. Como ajedrecista de muchas charreteras coleccionó títulos como arroz. Fue el culpable de trastear a toda la familia para la gran Manzana. En la actualidad sigue siendo promotor del ajedrez y organizador de torneos.
Sin jugar ajedrez, doña Teresa lo acompañaba a los torneos como madrina. Los novatos consultaban su opinión. Moviendo las manos, les respondía que el asunto iba regular para ellos.
Sin desvivirse por el fútbol, en el mundial de México, vio en la final el gol de la “mano de Dios” de Maradona en el partido que Argentina le ganó a Inglaterra. Sin hablar inglés, se las ingenió para “hablar” con la actriz Raquel Welch después de una presentación de esta en Nueva York. Sabía que era el amor platónico de uno de sus vástagos y se la presentó…
Espalda mojada
El episodio más rocambolesco que recuerda Emilio de su madre es su condición de “espalda mojada”, como se les dice a quienes atraviesan sin papeles el hueco entre México y Estados Unidos en busca del insomnio americano.
Finalmente, lograron pasarla a través de Nogales. Ya en territorio gringo, las manos del “big brother” le echaron el guante, junto con el poeta barroco Gabriel Jaime, su hijo y acompañante.
Recuerda Emilio: “Mamá venía cada año a Medellín, y cuando ya solo faltaban ella y Gabriel para instalarnos en Nueva York en su último viaje estuvo dos días más de los que le dieron para permanecer allí y en esta oportunidad le negaron la visa. Por eso el motivo de «metarla» por el hueco”.
¿Qué hacer con mamá detenida? Desde Nueva York, con su cháchara de encantador de serpientes, el mayorazgo Emilio convenció al juez de que su madre sufría del corazón y había arriesgado su vida solo para buscar un tratamiento para sus achaques.
El juez, sorprendido de que a los ochenta años una mujer arriesgara el pellejo como “espalda mojada”, se enterneció y accedió a que la madre y su hijo siguieran a Nueva York, previo el pago de la fianza. Eso sí, les dio un mes para recoger los corotos y regresar a la patria colombiana.
La familia Caro-Gallón volvió a reunirse en Nueva York. Pero el tiempo corría para los ilegales doña Teresa y el poeta. El libreto que debe seguirse para legalizar la permanencia en USA es conocido: conseguirles pareja a la madre y al hijo.
A Gabriel le encontraron pronto una boricua, viciosa, por lo demás. “Poderoso caballero es don Dinero”. El lío fue con doña Teresa quien se negaba a repetir casorio. ¡Una mujer católica de amarrar en el dedo gordo como ella no podía traicionar a su difunto esposo! ¿Irse a vivir con otro hombre? Jamás.
Le explicaron que el ritual de la boda era imprescindible para obtener la visa y permanecer junto a sus hijos. La nueve veces abuela y cinco veces bisabuela, empezó a decir que sí. Otra precisión acabó de convencerla: no tendría que vivir un segundo con su marido hechizo. Solo así accedió a casarse con un puertorriqueño, de 73 años, simpático y deseoso de sumar unos dólares más a su cuenta bancaria. Faltaban cinco días para que se venciera el permiso.
La tribu vuelve a casa
Los problemas cambiaron. Para obtener la visa de residente tenía que salir del país. En este caso, el menú ofrecía las opciones de Tijuana, México, o Toronto, Canadá. Tijuana ganó la batalla.
En la entrevista que le hicieron a solas, surgió otro inconveniente cuando le preguntaron el nombre de su marido. “Emilio, ¿cómo es que se llama mi marido?”. El hijo que la esperaba en una oficina vecina hizo valer sus dotes de ajedrecista para tratar explicar lo inexplicable: su anciana madre flaqueaba de la memoria y por eso no recordaba el nombre de su media naranja.
Pues que venga el marido de Nueva York, ordenaron las autoridades mexicanas que no daban su brazo a torcer. Veloces, empacaron al boricua que llegó para explicar que se habían casado para acompañarse en los últimos años de sus vidas. El argumento funcionó. A los tres meses, el marido murió. Doña Teresa ya no tenía problemas.
Eso sí, se quedó sin ciudadanía gringa porque nunca pasó el examen de inglés. Hablaba el esperanto de las manos. Un buen día, la tribu Caro Gallón, decidió que el período americano estaba agotado y que era hora de hacer la parábola del retorno. Y volvieron a barajar y a dar de nuevo en Medellín. Donde ahora los acompaña el recuerdo de una madre “espalda mojada” fuera de serie que merece figurar en el Guinness Record.
(*)Para los interesados el siguiente es el perfil completo sobre doña Teresa Gallón de Caro, madre de ilustres como el maestro Emilio Caro y su hermano el poeta Gabriel, neoyorkino-paisa…)