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Por Guillermo Romero Salamanca
Don Rafael Mejía, interpretado en «Darío Gómez, el rey del despecho» por el magistral Luis Eduardo Arango, fue quien descubrió el talento, la capacidad y el potencial que tendría el joven campesino de San Jerónimo, Antioquia y quien sería uno de los grandes ídolos de Colombia.
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Rafael Mejía es un genio. En su vida profesional ha lanzado a figuras como El Binomio de Oro, El Combo de las estrellas, Los Diablitos, Miguel Morales, Ómar Geles, Emilio Oviedo, Diomedes Díaz, Los Aterciopelados y decenas de compositores le deben sus éxitos gracias al oído prodigioso de este personaje que comenzó su trabajo como radioactor en novelas de los años sesenta. Luego sería locutor en Radio Ritmos, la emisora estrella del momento en Medellín donde estrenaba canciones y por este motivo fue llamado por el doctor Álvaro Arango a laborar en Codiscos en Medellín.
Es un hombre de carácter fuerte. Al pan, pan; al vino, vino. No se ha puesto nunca con medias tintas. Va diciendo las cosas sinceramente y sin tapujos. Esto se graba. Esto se hace. Esto es un éxito. Cinturón nego de karate y en una época bebedor de aguardiente, sin limón, ni hielo. Puro. De un solo trago.
Cuando ingresó a Codiscos, sólo aceptó el reto, cuando el doctor Arango le dijo: «vea Rafael, acá se le contrata para hacer éxitos y para vender música».
Como buen alfa que ha sido toda su existencia, comenzó a escuchar cuantos géneros musicales le presentaban. Apareció por esos días el casete y de esta manera recibió decenas de paquetes con canciones de compositores que esperaban ser grabados como vallenatos, salsas, cumbias, boleros, rancheras, baladas, rock o nuevos ritmos.
Esa era su tarea. Oiga y oiga canciones en su grabadora. Aparatos que sólo le duraban unos meses por el desgaste físico. A principios de los años setenta conoció a Darío Gómez Zapata y vio en él un prospecto con talento. Lo escuchó en un estudio de grabación y le gustaron sus canciones, su estilo y su forma de cantar.
Se le perdió su localización hasta años que años después lo recordó y lo buscó en una fábrica de papeles donde era el jefe de talleres. Lo llevó a su oficina en Envigado, en el segundo piso, le habló de su interés para que llegara a la industria. Darío no lo podía creer. Era su sueño. Era lo que había deseado desde siempre. Incluso, no sabía qué era un casete. Pero más le gustó que sería el asesor de don Rafa, tendría un excelente sueldo y podría grabar sus canciones.
Don Rafa, un buscador de talentos, supo, desde el primer momento que jamás se equivocaría. Siempre lo asesoró. Lo animó a grabar música de parranda, con letras de doble sentido, pero también le estimuló a grabar canciones de nostalgia. No era música guasca, ni de carrilera, era, en ese momento, un estilo sin definir. Años después, en Cali, a través de un programa de Nelson Moreno Holguín, en Radio Calidad, bautizaron tanto el género como a Darío con «El Rey del Despecho».
Aunque años después Darío determinó trabajar por su cuenta y montar su propia disquera, don Rafael Mejía, siempre fue su consejero, su impulsor y quien le aportó ideas para grabaciones y canciones.
La vida de don Rafael Mejía vale la pena una novela. O, al menos, un gran documental, porque es inalcanzable la cantidad de éxitos musicales que logró para la historia de Colombia.
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